¿Pueden Ias empresas repercutir en los precios el aumento de sus costes de producción?.

¿Están las empresas industriales en condiciones de trasladar hacia los precios los aumentos de sus costes de producción en la situación actual que domina en la mayor parte de las economías nacionales? Esta pregunta ha recibido a lo largo del tiempo, respuestas cambiantes de los economistas. El propósito de este trabajo es obtener una respuestaactualizada y referida a la realidad económica española así como conocer las principales consecuencias que se siguen de las posibilidades de las empresas industriales de trasladar o no hacia los precios los aumentos sufridos en sus costes de producción. E...

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¿Están las empresas industriales en condiciones de trasladar hacia los precios los aumentos de sus costes de producción en la situación actual que domina en la mayor parte de las economías nacionales? Esta pregunta ha recibido a lo largo del tiempo, respuestas cambiantes de los economistas. El propósito de este trabajo es obtener una respuestaactualizada y referida a la realidad económica española así como conocer las principales consecuencias que se siguen de las posibilidades de las empresas industriales de trasladar o no hacia los precios los aumentos sufridos en sus costes de producción. Este artículo se ha elaborado por el Equipo de Coyuntura Económica, que dirige el profesor Fuentes Quintana, y que integran los profesores Lagares Calvo y Raimond Bará y los economistas Julio Alcaide Inchausti, José García López,y Miguel Valle Garagorri.

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Uno de los más insistentes mensajes de las encuestas de opinión de los empresarios es el clima alcista que domina sus costes de producción. Todas las partidas de coste han experimentado una inquietud creciente a lo largo de los últimos años. Una presión tan intensa como continuada y sin final previsible en el horizonte histórico que hoy podemos contemplar. Los empresarios han visto cómo crecían sus costes en el pasado, registran hoy parecidos aumentos -si no mayores- y temen y creen en elevaciones sucesivas.Cabe preguntarse por qué este temor ante el alza de los costes de producción. ¿Es que las empresas no están en condiciones de trasla dar sobre los precios de venta de sus productos el aumento registra do en sus costes y deben resignarse, en consecuencia, a realizar meno res beneficios? Esta es una pregunta formulada desde los mismos orígenes de la economía y que ha recibido contestaciones contradic torias por parte de los economistas más destacados. Un rápido recuento de las principales respuestas anotaría un marcador con empate en las opiniones de los grandes maestros. La traslación del aumento de los costes por la empresa y, fundamentalmente, de los salarios como su partida básica, se de fiende por Adam Smith, para quien «el aumento de los salarios de la mano de obra acarrea nece sariamente el del precio de muchos bienes», afirmación que se contra pone a la negativa que se contiene en el célebre teorema formulado por David Ricardo y que establecía que «los beneficios varían en proporción inversa a los salarios» y, en consecuencia, que el aumento de éstos no elevaría los precios de los bienes sino que provocaría un descenso de los beneficios. El mar cador lo desnivela Marx siguiendo a Ricardo y defendiendo -con argumentos distintos- la dificultad de trasladar sobre los precios los aumentos salariales y afirmando, en consecuencia, la disminución de beneficios ante las alzas de los cos tes del trabajo.

En nuestro tiempo Keynes y Kalecki han venido a equilibrar este desnivelado marcador histórico. Keynes creía, en efecto, que los aumentos de salarios se trasladarían sin dificultades hacia los precios de forma proporcional y que, en consecuencia, los beneficios no disminuirían. Partiendo de esta afirmación keynesiana, Michael.Kalecki trataría de contrastar su validez en la Francia de Leon Blum, que había decidido, entre abril de 1936 y abril de 1937, una elevación de salarios que constituía todo un experimento histórico, puesto que los salarios aumentaron nada menos que un 60 %, porcentaje de una dimensión suficiente para contrastar sus efectos sobre los precios. Pues bien, el trabajo de Kalecki afirmó la validez de las tesis keynesianas, ya que ese alza de salarios se tradujo en la Francia del Frente Popular en una importante inflación de precios.

Es con el marcador histórico empatado como debemos dirigirnos hacia la realidad actual y tratar de comprobar en ella cuál es la auténtica relación entre costes de producción y precios.

Es esta una excursión que recientemente ha realizado Sylos-Labini, quien ha tratado de analizar la realidad económica de los distintos países para comprobar en ella el proceso de traslación parcial o total de los costes de producción. Las conclusiones de su análisis creemos que son interesantes para interpretar la generalízada caída actual de beneficios, asociada a la crisis económica, y creemos también que explica en buena parte la-dificil situación por la que atraviesa la economía industrial española.

Los costes y los precios en la industria

En la industria en general prevalecen hoy en los mercados condiciones de oligopolio (competencia entre pocos), es decir, el acceso de las empresas al mercado no es totalmente libre. Existen obstáculos de distintas clases e importancia. Dos son los fundamentales: el tecnológico (impuesto por las dimensiones mínimas necesarias para obtener una producción industrial) y el comercial (derivado de los costes precisos de publicidad y distribución para diferenciar «un» producto industrial y conseguir una cuota de mercado). Estos diversos obstáculos de acceso al mercado establecen una competencia entre unos pocos con muy diversos tipos de beneficio por industrias y por empresas, a su vez, dentro de cada industria. En una situación determinada, el nivel de precios industriales se explica por la amplitud del mercado, la «fidelidad» de la demanda a la industria (lo que los economistas denominamos la elasticidad) y los obstáculos puestos al acceso de las empresas al mercado. Los diversos niveles de coste de las distintas empresas se explican por los efectos diferenciales causados por los obstáculos técnicos y comerciales para acceder al mercado. Las variaciones de los precios industriales se realizan en cada industria a partir de las decisiones de las empresas dominantes (generalmente las de mayor dimensión), que actúan como empresas líderes en las modificaciones de los precios. Para variar el precio cuando se alteran las condiciones de mercado las empresas líderes utilizan un margen relativo entre precio y costes directos de producción. Estos costes directos están integrados por tres grandes partidas: los salarios, los costes de la materias primas y los costes financieros, que constituyen el coste de referencia sobre el cual se carga un porcentaje de beneficio.

El aumento de los costes Industriales no se ha trasladado totalmente a los precios

Cuando con estas ideas en la mano se analiza la experiencia del comportamiento de los costes y precios industriales en los distintos países, se comprueba que, en la etapa de intensa inflación que estamos viviendo, las inquietudes alcistas se han manifestado en todas las partidas de costes: se han elevado los costes de trabajo (salarios), los precios de las materias primas y los costes de financiación. Sin embargo, esas elevaciones de costes no han podido traducirse por las empresas industriales en forma de precios mayores. Dicho en otros términos, la repercusión de los precios no ha sido igual a los costes (como creían, por razones diferentes, Smith y Keynes), sino que las empresas no han podido trasladar sobre los precios más que una parte mayor o menor -pero sólo una parte- del total del aumento registrado en los costes de producción, lo que, en otros términos, significa, como pensaban Ricardo y Marx, que el aumento de los costes, al menos como norma general, determina una disminución de parte de los beneficios industriales.

El análisis que Sylos-Labini ha realizado partiendo de los datos de economías que muestran un grado apreciable de disparidad, como son las de Italia, Estados Unidos, Alemania, Gran Bretaña y Argentina, ratifica esta conclusión. En efecto, con la única excepción de Argentina, en todos los demás países el grado de traslación de los costes sobre los precios es parcial y no total. La proporción trasladada de los costes sobre los precios varía desde el 74% para Gran Bretaña, al 93 % de Estados Unidos. La diferencia no trasladada entre costes y precios constituye obviamente una reducción del excedente industrial en favor de otros sectores (trabajo, productores de materias primas, sectores financieros). Esa caída del excedente resta dinamismo a las empresas industriales, lo que afecta al crecimiento económico del país, pues la industria constituye un centro fundamental para la incorporación y realización de las innovaciones tecnológicas y del proceso de acumulación del capital. Un sector industrial sin excedentes no es compatible con una economía dinámica.

Dos cuestiones fundamentales se plantean a partir de esta constatación:

1. ¿Por qué no se cumple la afirmacíón Smith-Keynes que aseguraba la traslación plena de los costes sobre los precios? ¿Por qué esa traslación de costes de los precios es tan sólo parcial?

2. ¿Se comportan de la misma suerte todos los costes de producción?; esto es: la traslación ¿es igualmente parcial para todos los elementos de costes, o existen aumentos de costes más trasladables y otros menos trasladables sobre los precios?

¿Por qué las empresas Industriales no pueden trasladar sus costes mayores a los precios?

La respuesta a la primera interrogante busca la dificultad de traslación de mayores costes sobre los precios en tres motivos: la aguda competencia internacional actual, la debilidad de los distintos mercados por el estancamiento de las diversas economías y la dispersión de los aumentos de prodúctividad de las empresas, que impide adoptar decisiones iguales en todas ellas ante elevaciones idénticas de costes.

Es evidente el carácter de economias abiertas con el que funcionan la mayoría de los países occidentales. Las limitaciones al comercio sin duda se practican, pero p co tienen que ver con las que existieron en el pasado. Un margen de creciente interdependencia ha caracterizado la evolución de las distintas economías, y esta interdependencia creciente consiente diferencias cortas entre precios internos y exteriores. El grado de protección, cierto neoproteccionismo fiscal (vía desgravaciones exageradas a la exportación y graYámenes mayores a las importaciones que a los productos internos), el propio y mejor conocimiento que de su mercado tienen ,los empresarios de cada país, permiten la existencia de ciertas diferencias entre precios internos y exteriores, pero la fuerza de la competencia es indiscutible y no consiente prolongaciones excesivas de mercados aislados del exterior. El rescoldo de la protección existe, pero es limitado. Por esta causa, cuando los costes internos crecen por razones estrictamente nacionales, como, por ejemplo, la presión sindical sobre los salarios o la presión de las entidades financieras sobre los intereses y/o comisiones, colocan en posiciones muy difíciles a la industria interna, que no estará en condiciones de trasladar este comportamiento autóctono sobre los precios de sus productos, puesto que aumentaría las posibilidades de la competencia exterior y arriesgaría la pérdida de los propios mercados. Las empresas industriales se hallan, así, cogidas entre la pared del crecimiento de sus costes de producción y la espada de la competencia exterior (que les impide la elevación de precios), y para salir del trance no disponen de otra alternativa que sacrificar una parte de sus beneficios.

Por otra parte, hoy existen muy pocos «mercados de vendedores», en el sentido vulgar de esta expresión. Es decir, mercados que acepten variaciones intensas de precios con demandantes resignados a su pago. Vivimos una era de crecimiento débil («estancamiento») que se combina con una inflación de precios que erosiona la capacidad adquisitiva de no pocas rentas. Esta debilidad de los distintos mercados nacionales es una consecuencia de distintas fuerzas que definen la situación crítica de las economias nacionales:

- La elevación drástica y frecuente de los precios de las materias primas y de la energía que supone la realización de transferencias hacia los países productores y la pérdida, en consecuencia, de capacidad de compra y de demanda internas.

- Los mayores precios de las materias primas y de la energía generan rentas en «otros países» (los productores) con muy escasa capacidad de absorción que no pueden crear una demanda y un gasto propio que compensen al que han destruido en los países a los que se ha exigido el pago de los mayores precios.

- El alza de precios de materias primas y de energía abre la «segunda ronda» de crecimiento de rentas y costes en función de cuales sean las posiciones de comprensión o de intransigencia de los diversos grupos sociales ante el alza inicial de los preciosde la energía, y de las materias primas. El deseo de conservar los niveles de vida alcanzados introduce la reclamación de rentas mayores y éstas, al elevar los costes, generan crecimientos ulteriores de los precios. Se abre así una importantísima vía hacia la inflación, que los distintos países han tratado de cerrar mediante la práctica de drásticas políticas esta bilizadoras de signo fiscal y mone tario que han terminado debilitan do la demanda de los diversos mercados, aumentando los costes unitarios y dificultando la trasla ción sobre los precios de los mayo res costes de producción.

La dispersión de las empresas Industriales, en costes de productivídad

Es evidente que ante la variación de cualesquiera de los elementos de coste (salarios, intereses, materias primas) no todas las empresas resultarán igualmente afectadas; pues, aunque en todas ellas el crecimiento de los costes directos sea el mismo, no son idénticos sus aumentos de productividad. De aquí que, cuando la competencia entre pocos domine como condición para la fijación de los precios, sea la situación de las empresas líderes la que condicione la traslación mayor o menor de los costes sobre los precios. Si las empresas líderes son las más dinámicas, gran parte de los mayores costes los podrán compensar a través de una mayor productividad y, en consecuencia, la traslación de los aumentos de los costes directos a los precios será parcial. Adicionalmente, dentro del propio sector industrial no to das las empresas resultarán igualmente afectadas. Precisamente las empresas menos eficientes serán las que se verán imposibilitadas de trasladar totalmente los aumentos de los costes sobre los precios, mientras que las más dinámicas compensarán parte del aumento de costes por la vía del crecimiento de la productividad. Contempladas las cosas desde una óptica simplista este proceso podría considerarse como un mecanismo darwiniano de selección natural que sanearía la economía liberándola de las empresas menos eficientes. Esta contemplación del problema es, sin embargo, poco realista, pues no puede olvidarse que, como promedio para el conjunto de la industria, el crecimiento experimentado por los costes se situará por encima del crecimiento de los precios y el margen industrial de beneficios se reducirá. De aquí se desprende que el sector industrial resultará perjudicado por la inflación de costes.

La perduración del proceso de inflación de costes a través de un dilatado lapso temporal puede conducir a gran parte del sector industrial a una situación límite de descapitalización. En tales circunstancias, lograr la continuidad o reactivación del proceso de acumulación de capital necesario para evitar una agudización de la recesión económica, puede resultar un deseo utópico. De esta forma, el estancamiento de la producción, la atonía inversora, el paro en aumento y la inflación sostenida pueden ser fenómenos simultáneos que se den conjuntamente, hecho dificilmente explicable desde una óptica keynesiana que en gran parte subyace a los propios instrumentos de política económica de que disponen los Gobiernos para abordar esta problemática.

Las distintas partidas de coste y su posible traslación

Esas posibilidades de traslación de mayores costes sobre los precios no son uniformes para todas las partidas que integran los costes de las empresas. Precisamente porque las fuerzas que impiden la traslación total tienen conductas muy distintas en los distintos países. El carácter uniforme y generalizado de las alzas de las materias primas facilita una elevación homogénea en el frente de los costes. Mayores precios de materias primas obligan a todos los países a elevar sus precios industriales. De aquí que la traslación de estos costes tenga una mayor generalidad y no la tengan las restantes. La causa básica debe hallarse en que mientras la competencia internacional se ve afectada por las variaciones de las materias primas de una manera uniforme, no ocurre lo mismo con los costes del trabajo y los costes financieros que dependen de los distintos comportamientos de los salarios y de los intereses dependientes a su vez de la conducta sindical y de las características del sistema financiero con amplias variaciones nacionales.

El desigual crecimiento de estas dos últimas partidas de costes en los distintos países ayuda a explicar la diferente posición industrial en la que cada país se halla colocado en la crisis presente. Y esa colocación depende del grado en el que el país sepa combatir y vencer la inflación de costes. En las circunstancias actuales, la inflación no es favorable para los intereses de las empresas. Es obvio que la inflación mejora la posición deudora al reducir el coste real de la deuda por el crecimiento de los precios, pero esa fuerza se compensa por la enorme erosión a que el proceso inflacionista somete al excedente de la industria.

Los costes y el excedente industrial en la economm española

¿En qué medida se adecua esta línea argumental a la experiencia de la economía española? Seleccionando un período muestral que comprende los años 1965 a 1978, y considerando los principales elementos condicionantes del coste (en particular, costes salariales, materias primas y cargas financieras) se comprueba que, como promedio, para un crecimiento de costes dado, y después de haber descontado el efecto compensador del crecimiento de la productividad, su traslación a precios se sitúa estadísticamente entre el 65% y el 75% del total (véase cuadro 1). En cualquier caso, pues, y al margen de posibles problemas de medición, significativarnente por debajo del 100%. De aquí se desprende que un período de rápida elevación de costes, en general, perjudica al sector industrial a consecuencia de su incapacidad para trasladar mayores costes a precios. Adicionalmente, el proceso se amplifica con el transcurso del tiempo en la medida en que la reducción de la auto financiación resultante de la disminución de beneficios, fuerza a las empresas a recurrir a la financiación externa. Así, la proporción de financiación externa aumenta, al tiempo que los tipos de interés (y/o las comisiones y otros costes del crédito) se elevan por la presión de una mayor demanda de créditos que en gran parte se utilizan para financiar capital circulante. Y a veces incluso para atenciones del capital fijo.

Esta es, pues, la triste realidad de los procesos de inflación sostenida con estancamiento, en los que si bien es posible que el excedente global de la economía aumente, el sector industrial es incapaz de retener una parte necesaria para sanear su posición y poder financiar sus inversiones a un coste aceptable. En definitiva, este efecto negativo sobre la acumulación de capital tiende, a su vez, a agravar la situación de crisis y la disminución de beneficios.

Es únicamente en los períodos de re lativa estabilidad de costes (o descenso después de haber descontado el crecimiento de la productividad) cuando el sector industrial se recupera, ya que en estos períodos son precisamente las empresas marginales las que determinan los precios. O, en otras palabras, se da un efecto asimétrico consistente en que, en tales períodos, las empresas dominantes adecuan sus precios a la evolución de costes de las empresas marginales. En consecuencia, como promedio, el excedente de explotación de la industria globalmente considerada resultaría amplificado. Por desgracia, la llegada de un período de este tipo no está en el horizonte histórico. La situación presente está dominada por los costes crecientes que imponen una caída en el excedente de la industria.

La conclusión de este análisis es clara. La recuperación económica precisa, necesariamente, de una cierta estabilidad de precios. Sólo en tal contexto, y aun a pesar de los costes de ajuste, cabe esperar una distribución adecuada del excedente. En otro caso, la inflación sostenida y el estancamiento pueden ser dos fenómenos que tiendan a autoalimentarse indefinidamente.

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