Tribuna:SPLEEN DE MADRID

Solana y Carrillo

La otra tarde, entre dos luces -la de la vida, la de la muerte-, salía, como de un cuadro de Solana, una procesión cívica de homenaje a Solana, con capitanes de los Tercios de Flandes, pintores de chalina y críticos de arte. Iban hacia la casa donde nació Solana como al interior de otro cuadro del gran pintor madrileño y de lo madrileño.Pueblo de Solana, gentes de Solana, una visión de la pobreza que aún no ha tomado conciencia de sí misma, la masa como revés anónimo de la Historia, que trata de individualizarse exasperadamente en el protagonismo de una colcha de carnaval o una escoba d...

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La otra tarde, entre dos luces -la de la vida, la de la muerte-, salía, como de un cuadro de Solana, una procesión cívica de homenaje a Solana, con capitanes de los Tercios de Flandes, pintores de chalina y críticos de arte. Iban hacia la casa donde nació Solana como al interior de otro cuadro del gran pintor madrileño y de lo madrileño.Pueblo de Solana, gentes de Solana, una visión de la pobreza que aún no ha tomado conciencia de sí misma, la masa como revés anónimo de la Historia, que trata de individualizarse exasperadamente en el protagonismo de una colcha de carnaval o una escoba de portera que arde como una revolución que termina en sí misma. Esa tarde, Carrillo entre muchas luces -las del Club Siglo XXI- habla del pueblo, de la gente, del proletariado y, sin saberlo, estaba poniendo orden en un cuadro de Solana, estaba diseñando el mundo del trabajo como un sistema de fuerzas e influencias, no ya como un carrousel de verbena sangrienta en el que siempre viaja un muerto -adivina cuál- entre los tíos vivos del tiovivo.

Incluso desde la derecha más o menos liberal -García-Ramal junior lo dejó claro-, el pueblo se ve ya como imagen neta, como entidad histórica nítida, como realidad social coherente. Solana era una invitación a la fiesta de los mataderos, una asunción al infierno de las gallinejas, una provocación carnavalera, Solana es la gran pintada nacional, el graffiti rupestre que empieza en Goya y el esperpentismo, un Viva la bagatela con almagre de sangre. En sus cuadros se entreleen las mayúsculas goteantes y rojas, la pintada atroz, desesperada y verde del gran estafado que fue él y ha sido el pueblo.

Tenemos, pues, el pueblo español antes y después de su toma de conciencia histórica y de clase. En Solana, este pueblo es aún la máscara anónima de la nada o el personajón que lleva los hígados por fuera, «pintados con unos colores muy elegantes», como diría don José.

Pero no mucho antes, Pablo Iglesias, tipógrafo, monógrafo, galaico y socialista, convocaba al bajomadrid en las mañanas dominicales del Retiro, no para la carnestolenda de la desesperación, sino para la cuaresma del socialismo. Después de Pablo Iglesias, después de la pasada del marxismo por la Historia, después de la guerra civil, el pueblo español ya es otra cosa. Pueblo de Solana, pueblo de Carrillo. En Solana, creador natural y salvaje, genial y apolítico, ángel de los derribos, el tiempo destartalado de los pobres, el desvencijamiento de meretrices, vinateros, carniceros y criadas, es un documento de trazo negro y luz de patio que nos presenta la realidad abandonada a sí misma, redimida del costumbrismo redicho de Cecilio Plá por el expresionismo pedernal de la época, pero nada más. En Santiago Carrillo, heredero, derechohabiente o cabeza visible, entre otras, de un movimiento histórico que viene de muy abajo, desde «la peluca y la casaca», el cuadro de Solana se ordena (y no sé si a él le gusta la pintura de Solana), los marginados son ya lumpem, los trabajadores son sindicato, el pueblo es presencia social que inclugo la derecha, naturalmente, tiene en cuenta por reflejo. Lo que Solana alumbra genialmente, como Brueghel manchego, con llama de escobones encendidos, como Goya lo había alumbrado con el farol atónito de los fusilamientos, viene la Historia a intentar cambiarlo.

La otra tarde, entre dos luces -la de la vida, la de la muerte-, he pasado del pueblo de Solana al pueblo de Carrillo o que en Carrillo tiene resumen circunstancial, con viaje de ida y vuelta. Ahí está la gran pintura mitológica cuando los mitos han sido ya estructuralizados por Deleuze. Ahí está la gran pintura popular cuando el pueblo ha sido ya dialectizado. Pero aquí está España -ay-, entre dos luces, entre dos fuegos, entre dos pueblos: el de Solana y el de Carrillo.

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