Tribuna:

El ministro/espectáculo

La dictadura, que era una cosa más bien aburrida (aunque ahora nos estamos divirtiendo demasiado), se inventó nada menos que el ministro/espectáculo para entretener al personal un poco con la cosa de la cultura, la información, el turismo, las bellas artes. las bellas letras y los buenos modales.El primer ministro/espectáculo que yo recuerdo, en mi ya larga memoria de niño de derechas, fue don Gabriel Arias-Salgado (no confundir con su primogénito y su segundón, hoy tan vigentes/televidentes). Y quiero advertir que no se trata en esta columna de damnificar a personas (por una vez, dirán...

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La dictadura, que era una cosa más bien aburrida (aunque ahora nos estamos divirtiendo demasiado), se inventó nada menos que el ministro/espectáculo para entretener al personal un poco con la cosa de la cultura, la información, el turismo, las bellas artes. las bellas letras y los buenos modales.El primer ministro/espectáculo que yo recuerdo, en mi ya larga memoria de niño de derechas, fue don Gabriel Arias-Salgado (no confundir con su primogénito y su segundón, hoy tan vigentes/televidentes). Y quiero advertir que no se trata en esta columna de damnificar a personas (por una vez, dirán los maldicentes), sino que la condición de ministro/espectáculo la daba y la da ese Ministerio, se llame como se llame, con Franco, con Suárez o con Felipe. El espectá'culo que nos daba Arias-Salgado a los niños de posguerra era nada menos que la superproducción bíblica del Juicio Final, la salvación y condenación de las almas según estadística (entonces no se hacían sofemasas sobre obtusos problemas de la intendencia, como ahora), el espectáculo pasoliniano de la masturbación colectiva nacional, una cosa como del Alighieri, masturbación felizmente reprimida y vertigínosamente disminuida por la policía moral del ministro, como luego ha sido reprimido y disminuido el terrorismo de derecha/izquierda por el señor Conesa.

El ministro /espectáculo con el que yo amanecí a las letras, a la vida literaria, la noche en que llegué al Café Gijón, fue ya Fraga Iribarne, que traía muchas libertades, y eso me animó a mí para empezar a publicar con una cadencia vertiginosa que todavía no he frenado, aunque ya sé que esto cabrea un poco a parte del personal letraherido. Fraga Iribarne, sobre la inherente espectacularidad del cargo, añadía su propia espectacularidad personal, su entidad de hombre/espectáculo, de showman de la política, y por eso se ha podido inventar sobre/contra él que cortaba el teléfono con las tijeras y perseguía el botijo de los ujieres como si fuera un comunista de barro y agua fresca. Después de Fraga, ministros /espectáculo como León Herrera, Sánchez-Bella, Reguera/cuerpo o Pío Cabanillas quedaron inevitablemente esmerilados y casi inéditos, porque, además, la mayor parte de ellos carecían de esa condición de hombre/ espectáculo que requiere el Ministerio de la avenida del Generalísimo (antes prolongación de la Castellana, antes Generalísimo). Así que duraron poco.

El señor Clavero Arévalo, ya como ministro de Cultura de una democracia trienal, hizo lo que pudo, consciente de su condición de ministro/espectáculo, por distraer a los españoles mediante el acreditado procedimiento de Mari Carmen y sus muñecos, o sea, mediante el ventriloquismo parlamentario. Su muñeco/estrella era el Naranjito, que hizo poca carrera, pero que ha sido el Pepito Grillo o conciencia andaluza del señor Clavero, sugiriéndole la dimisión, la reyerta seria por Andalucía y la lección política y moral. Más vale tarde que tardísimo.

Hoy España vuelve a tener, como en los felices sesenta, un gran ministro /espectáculo, don

Ricardo de la Cierva, a quien Alvaro Pombo se ha presentado el otro día, con clavel en el Ojal, como su tío Manuel Pombo An gulo. De la Cierva ha dado hace muy poco una comida a la flor del bululú nacional -Conchita Montes, Guillermo Marín, María Cuadra, etcétera-, y en la comida se planteó sigilosa mente, entre salsa y salsa de la lubina dos salsas, la cuestión de los rojos infiltrados. En su to davía breve carrera ministerial, don Ricardo ha recaudado silbidos, aplausos, fascículos, besos de cómica agradecida y pa labras sabias de Gerardo Diego. Sobre don Ricardo como hombre/ espectáculo ya hemos insistido demasiado los perio distas a lo largo de los años. Hoy, cuando hace de ministro /espectáculo, vuelvo al principio: ese Ministerio es, desde que lo creo Franco, la marioneta nacional. ¿Por qué? Por obvio, por innecesario, por propagandístico, siempre entre lo espectacular o lo represivo. La culpa no es del ministro.

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