Tribuna:

La crisis

Comencemos por el final. ¿Qué aventuras intelectuales o sociales podrían hoy tentarnos? En los años veinte, la aventura consistía en hacerse comunista, o socialdemócrata, o pacifista o surrealista. Bertrand Russell defendía el amor libre. Había nacido el jazz. París era una fiesta. Marcel Proust componía su largo dietario. Se bailaba el charlestón y Lindberg cruzaba el Atlántico. Nacía el cine sonoro. Todo cobraba cierto aire diletante y frívolo. De pronto llegó el crash de Wall Street. A Trostky lo expulsaron de la URSS. Se suicidó definitivamente Maiakowski. Franklin Delano Roo...

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Comencemos por el final. ¿Qué aventuras intelectuales o sociales podrían hoy tentarnos? En los años veinte, la aventura consistía en hacerse comunista, o socialdemócrata, o pacifista o surrealista. Bertrand Russell defendía el amor libre. Había nacido el jazz. París era una fiesta. Marcel Proust componía su largo dietario. Se bailaba el charlestón y Lindberg cruzaba el Atlántico. Nacía el cine sonoro. Todo cobraba cierto aire diletante y frívolo. De pronto llegó el crash de Wall Street. A Trostky lo expulsaron de la URSS. Se suicidó definitivamente Maiakowski. Franklin Delano Roosevelt pactaba en Estados Unidos con los sindicatos. En Alemania ganaba el poder Adolfo Hitler. Las cosas se volvieron repentinamente serias, anónimas y duras. Vinieron las guerras.¿Volverán las guerras? Pienso que no, que no volverán -al menos las mundiales- Algo hemos avanzado: somos más cibernéticos, más modestamente lúcidos. Sabemos que todo en la vida puede embrollarse por sí mismo con la complicidad de mil factores menores. Lo que llamamos normalidad es un equilibrio inestable, inverosímil. Los que piensan que la historia es únicamente el resultado de grandes factores se equivocan; la historia es también el resultado de mil pequeños factores. La crisis económica de 1929 se produjo, en parte, porque los bancos americanos no tenían una red adecuada de sucursales. Lo que hubiera podido ser una crisis financiera menor (con 3.000 millones de dólares hubiera bastado para atender a las demandas de liquidez) se convirtió en un crash económico mundial. Sabiendo todo esto, hemos montado unos cuantos dispositivos de autorregulación y de defensa. No pienso, pues, que vuelvan ni las guerras ni las crisis del pasado. Si algo ha de venir será algo nuevo.

Justamente hace dos años, y en un artículo publicado en esta misma tribuna, escribí que nos encaminábamos hacia una creciente selectividad, que los tiempos iban a ser duros y que habría un neodarwinismo; que renacerían los híbridos. Pienso que la previsión se ha cumplido. Una nueva mitología de recambio tendrá que edificarse sobre un modelo inédito de convivencia: una convivencia presidida por la austeridad y el pluralismo. La sociedad de consumo ha engendrado un tic neurótico: buscar la satisfacción inmediata a los deseos. Eso tendrá que terminar. El Estado del Bienestar ha permitido a los ciudadanos de los países desarrollados vivir cada vez mejor, trabajando cada vez menos. Eso también tendrá que terminar. Eso fue posible en función de una economía basada en la esclavitud del Tercer Mundo. Presumiblemente, las conquistas sociales adquiridas serán irreversibles, pero el coste del bienestar será mucho más caro. La inflación, ligada con la decreciente productividad, es el gran síntoma. Si definimos la productividad como la producción por hora de trabajo, lo que ha sucedido últimamente es que la curva de incremento de esta productividad se ha ido reduciendo de año en año.

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No; no sabemos cuál pueda ser hoy la utopía realizable -como lo fue en su día el sufragio universal o el movimiento obrero- El futuro se ha vuelto repentinamente oscuro: formamos una sociedad de ansiosos. Se acentúa el malestar de la cultura: agresividad latente, violencia, fuga, nihilismo. Se detecta un cansancio general, una tendencia a volver a los orígenes. ¿No resulta sospechosamente convergente la tendencia de los intelectuales al anarquismo, la temática socialista de la autogestión y el desplazamiento de muchos Gobiernos hacia un neoliberalismo económico? Parece como si añorásemos el modelo social de la prehistoria. Significativamente, en muchos países el Estado no quiere ya participar en este mal negocio de la crisis. El Estado tiende a abdicar en favor de la sociedad («arréglense ustedes solos»), y la sociedad tantea esquemas nuevos de autorregulación. Estimo, pues, que la actual crisis económica ha de conducir a un replanteamiento radical de nuestras formas de vida. Habrá que encontrar mitologías nuevas, porque las viejas han agotado su poder motivador. Y eso se traducirá en las formas de producción, en el urbanismo, en una nueva división del trabajo a escala internacional, en alicientes culturales que sustituyan a los alicientes consumistas, en un parcial desmantelamiento de la sociedad industrial. No para regresar a lo arcaico, sino para ir hacia lo nuevo, recuperando el origen. Es la hora de los retroprogresivos.

España no será ajena a este conjunto de tensiones. Consideremos algunos datos económicos. En España, los bienes de equipamiento de hogar, vivienda, automóvil, han dejado de ser el motor del desarrollo. Las pocas inversiones que se hacen son para ahorrar mano de obra. Los sectores siderúrgico, naval, bienes de equipo, química de base, están heridos, tal vez de muerte. Casi la mitad de los parados son jóvenes de dieciséis a veinte años. ¿No ha de conducir todo esto a una revisión drástica de nuestros actuales modos de producción y convivencia?

Particularmente relevante es el dato de los jóvenes parados. Cuando la vida privada no puede integrarse en la vida pública se produce la fisura, se quiebra la polis, renace la religión, la mística, la magia, la droga, incluso el terrorismo. Cabe plantear una alternativa: o involucionamos hacia el autoritarismo o inventamos una nueva civilización. Sería deseable que los líderes sindicales y los grandes patronos (en quienes el Estado ha delegado una parte de las responsabilidad económica) meditasen seriamente sobre esta nueva civilización que entre todos tenemos que parir.

Porque resulta, como digo, que es el mismo Estado quien nos invita a que asumamos nuestra responsabilidad. En cierto modo, hoy no se cuestiona ya tanto el predominio de clases como el papel desmesurado del Estado. Posiblemente, el mito de la nación-Estado tampoco puede ya dar mucho más de sí. (Al menos en las zonas desarrolladas del planeta.) Sin embargo, falta mucho para que cristalicen nuevos mitos eficaces: autogestión, democracia directa, extinción del Estado, sistema mundial; todo esto no pasa de ser, por el momento, un conjunto de insinuaciones retóricas. Dije que habría un renacimiento de lo híbrido. Algunos piensan que el capitalismo está más cerca de la autogestión que el socialismo. ¿Qué es la autogestión? En teoría, la autogestión es la democracia aplicada al conjunto de la actividad social, la aspiración a no separar la democracia política de la democracia económica, la desaparición de clases antagónicas, la abolición del asalariado, la posibilidad para cada miembro de un grupo de participar directamente en todas las decisiones. En el terreno económico, la autogestión comporta la reunificación de los medios de producción, de los productores y de los productos. La autogestión se aplica al conjunto de la vida cultural, no sólo a la económica. La autogestión, en el límite, conduce a la desaparición de toda autoridad jerárquica. Pero ya digo que se produce una paradójica aproximación entre autogestionarios y neoliberales. Henri Lepage, en su libro Autogestion et capitalisme, estima que todo lo que la autogestión encarna supone, para su realización efectiva, una enorme mutación tecnológica, y que esta mutación tecnológica es mucho más probable que se produzca con el capitalismo que con el socialismo.

Sí, sospecho que habrá que afinar las herramientas, cruzar las genealogías y poner buen cuidado en salvaguardar la libre circulación de las ideas. No se trata tanto de polemizar como de interfecundarse. La palabra negociación, que hoy tanto se emplea, es más profunda de lo que la gente cree; en cierto modo, viene a sustituir al mito platónico de la «verdad ideal» (y al mito marxista de la «verdad revolucionaria»). Cuando dos poderes antagónicos llegan a un acuerdo negociado, una parcela del mundo se ilumina. Precisamente porque es imposible poner la linde entre lo científico y lo ideológico, la libertad nace del pacto, y el pluralismo está en la entraña de la salud política, social e intelectual. Recojamos todos los mensajes, incluido el ruido de fondo. Han llegado los nuevos epicúreos, los nuevos filósofos, los ecologistas, los hombres que perdieron la fe en la polis, multitud de híbridos. ¿Vendrán después los nuevos estoicos? No es seguro. Tal vez los estoicos lleguen cuando el Sistema Mundial quede esbozado; no antes. Los estoicos fueron relevantes con el helenismo y con el Imperio Romano. Mientras el nuevo imperio-sistema no llegue, y tampoco es seguro que llegue, tendrá que producirse un gran debate público a escala mundial. La crisis va a ser larga. La crisis se inscribe en un contexto abierto y complicado, crítico y plural, profundo y planetario. Ahora bien: todo esto, a quien posea un mínimo de vitalidad creadora le puede resultar más incitante que deprimente.

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