Editorial:

Un hombre, un terrorista, un testigo

AUNQUE SIN duda siempre es una buena noticia un triunfo policial en la lucha contra el terrorismo, nunca lo es, en cambio, la muerte de un hombre, y mucho menos en las oscuras circunstancias en las que ha sucedido la del dirigente de los GRAPO Delgado de Codes. Al margen cualquier tipo de razonamientos sobre el derecho de la sociedad a defenderse de la delincuencia y los métodos que puede y debe emplear para ello, merece hoy la pena una reflexión sobre las consecuencias de que Delgado de Codes ya no pueda hablar.Su muerte, sin duda fruto de la propia vida de violencia que él había elegido, no ...

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AUNQUE SIN duda siempre es una buena noticia un triunfo policial en la lucha contra el terrorismo, nunca lo es, en cambio, la muerte de un hombre, y mucho menos en las oscuras circunstancias en las que ha sucedido la del dirigente de los GRAPO Delgado de Codes. Al margen cualquier tipo de razonamientos sobre el derecho de la sociedad a defenderse de la delincuencia y los métodos que puede y debe emplear para ello, merece hoy la pena una reflexión sobre las consecuencias de que Delgado de Codes ya no pueda hablar.Su muerte, sin duda fruto de la propia vida de violencia que él había elegido, no puede, sin embargo, ser más inoportuna para la Justicia y para. la cada día más difícil reconstrucción de las tramas terroristas tejidas sobre nuestro país en los años de la transición política.

Delgado de Codes, supuesto hombre clave de esa organización terrorista a la que muchos suponen entreverada de confidentes, revolucionarios utópicos y profesionales de la intoxicación política, debería haber podido hablar ante los jueces y sus taquígrafos sobre el rocambolesco secuestro y liberación de los señores Oriol y Villaescusa. Quien desmentía en carta abierta a la prensa (Informaciones, 8-VIII-78) la acusación policial que le atribuía el atentado contra los dos altos militares asesinados el 20 de julio de aquel año ha encontrado un final silencioso, como salido de la pluma de Greene o Le Carre: de un solo disparo de trayectoria inverosímil, en una celada que, al parecer, hizo inevitable el uso de las armas, con una ambulancia aparcada de casualidad en las proximidades, la noticia de su muerte «congelada» durante más de dos horas, y una nota oficial de la policía sobre los hechos en muchas casas contradictoria con las versiones de testigos presenciales.

La lucha contra el terrorismo es, obviamente, Una cuestión prioritaria de Gobierno y que necesita -en contra de sospechosos criterios- grandes dosis de información y de procesos públicos que arrojen alguna luz sobre quién mueve o deja mover los hilos de un terrorismo de la tipología del que practican los GRAPO. Y eso es tarea que en un primer escalón corresponde a un equipo policial con la suficiente capacidad profesional corno para detener a quienes tienen mucho que explicar, y sentarlos intactos, y con pruebas contra ellos, ante los estrados de los tribunales. Los hombres del comisario Conesa han abatido a tiros a un terrorista. Con él ha muerto un enemigo de la sociedad. También un testigo valioso.

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