Cartas al director

Rosa "Superwoman"

Un poco aturdido, desmantelado, confundido, atino a incorporarme de los bandazos dialécticos de Rosa Montero.Miro desconsoladamente a mi novia. No tengo una desahogada profesión que ofrecerle, ni siquiera le he regalado una alianza. No sé si sentirme culpable por ser hombre, si soy un traficante de blancas o un «chulo putas», o quizá esté incluido dentro del gremio tradicional o seré tal vez un progresista abierto. En todo caso, da lo mismo, hay para todos.

La mujer siempre ha ocupado un lugar poco o nada privilegiado en el status social; tanto las leyes como el entorno en el que se ha ...

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Un poco aturdido, desmantelado, confundido, atino a incorporarme de los bandazos dialécticos de Rosa Montero.Miro desconsoladamente a mi novia. No tengo una desahogada profesión que ofrecerle, ni siquiera le he regalado una alianza. No sé si sentirme culpable por ser hombre, si soy un traficante de blancas o un «chulo putas», o quizá esté incluido dentro del gremio tradicional o seré tal vez un progresista abierto. En todo caso, da lo mismo, hay para todos.

La mujer siempre ha ocupado un lugar poco o nada privilegiado en el status social; tanto las leyes como el entorno en el que se ha desenvuelto han sido predominio exclusivo del macho.

¡A reivindicar tocan! Sí, señoras. El hombre, los desdichados hombres de Rosa Montero, han sido y son uno de los elementos que han contribuido al mantenimiento de esa situación, una situación que no han creado ellos, sino ese poder, cada día más diluido, más encubierto, que organiza y tipifica las relaciones humanas.

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Venir a lanzar improperios a diestro y siniestro contra lo masculino creo que no conduce a nada, es otro machismo más subliminal, más disfrazado quizá, pero tan nefasto como el anterior; que no conduce sino a ahondar las diferencias hombres-mujeres, que deberían eliminarse, para pasar a hablar de personas.

Contra la violación, castración; contra la ley del falo, la ley del palo, son los argumentos del pataleo, que conducen a la propagación de una misma situación desde dos vertientes que se convierten en antagónicas: lo masculino y lo femenino.

Ha nacido la Superwoman. Muchas noches se escucha el «flap-flap-flap» en el espacio; es el agitar continuo de las alas del Superman, de la Superwoman, que aletean frenéticamente por volar más alto. Lástima que ninguno de los dos se dé cuenta de que están sujetos a una misma cadena.

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