El retorno de Jomeini, epitafio de un ejército

« ... ) Mohamed Reza pagaba generosamente a sus pretorianos: unas 160.000 pesetas mensuales a un teniente, o cinco millones anuales a un general. Y para éstos, las ventajas adicionales de la corrupción: puestos magníficamente retribuidos en organismos estatales, «comisiones» por adquisiciones, etcétera. Pues bien, este poderoso Ejército, tan bien armado, y tan bien «concienciado» («crea intereses, que no amistades», habría dicho el Crispín de Benavente) ha perdido la primera batalla. Aún es pronto para afirmar que haya perdido la guerra. Pero si vencer es minar la moral del ejército enemigo, J...

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« ... ) Mohamed Reza pagaba generosamente a sus pretorianos: unas 160.000 pesetas mensuales a un teniente, o cinco millones anuales a un general. Y para éstos, las ventajas adicionales de la corrupción: puestos magníficamente retribuidos en organismos estatales, «comisiones» por adquisiciones, etcétera. Pues bien, este poderoso Ejército, tan bien armado, y tan bien «concienciado» («crea intereses, que no amistades», habría dicho el Crispín de Benavente) ha perdido la primera batalla. Aún es pronto para afirmar que haya perdido la guerra. Pero si vencer es minar la moral del ejército enemigo, Jomeini y las multitudes inermes van camino de la victoria. Sus bajas han sido importantes: se dice que 10.000 muertos.Pero una guerra civil (de eso algo sabemos aquí) habría costado un millón de muertos. La lección es clara: ante una masa concienciada de las injusticias de que es víctima, y en un país dotado de una importante infraestructura industrial (y, por tanto, vulnerable a una crisis económica por improductividad de la fuerza laboral), la mera fuerza bruta, la derivada del monopolio de las armas, está condenada a la inutilidad. No es el primer caso en que la fuerza militar pierde ante la dignidad humana. Los daneses, en 1940, consiguieron el respeto de un invasor -la Alemania nazi- que por todas partes se había mostrado despiadado. Y en 1968, los tanquistas rusos quedaron paralizados ante la muchedumbre checoslovaca.

Los estrategas de la actual revolución centroamericana piensan que, frente a la corrompida soldadesca de los Somoza. Los Arévalo y demás «espadones», el fusilautomático, el bazooka y el SAM son inmejorables argumentos. Pero si desembarcaran los «marines», como en tiempos del viejo Roosevelt (en Nicaragua) o del joven Johnson (en Santo Domingo), no les detendrían sino muchedumbres inermes: hombres, mujeres; y muchachos que les plantaran cara, impávidos y generosos, abriéndose las camisas y desafiándoles a abrir fuego. Y triunfarían.

5 febrero

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