Editorial:

Lecciones portuguesas

UN ESTUPOR recorre las filas de la izquierda portuguesa, que no sabe cómo un país institucionalizado por ella, donde la revolución aparece todavía como oficial, se le ha ido enteramente de las manos. Hay un Consejo de la Revolución, un presidente elegido por sufragio universal por un censo con mayoría izquierdista, una Constitución democrática y un Parlamento donde el Partido Socialista es mayoritario y el Comunista está bien representado. Incluso el segundo gran partido, el Socialdemócrata, mantiene, al menos en sus siglas, un aroma izquierdizante. Sin embargo, el Consejo de la Revolución ha ...

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UN ESTUPOR recorre las filas de la izquierda portuguesa, que no sabe cómo un país institucionalizado por ella, donde la revolución aparece todavía como oficial, se le ha ido enteramente de las manos. Hay un Consejo de la Revolución, un presidente elegido por sufragio universal por un censo con mayoría izquierdista, una Constitución democrática y un Parlamento donde el Partido Socialista es mayoritario y el Comunista está bien representado. Incluso el segundo gran partido, el Socialdemócrata, mantiene, al menos en sus siglas, un aroma izquierdizante. Sin embargo, el Consejo de la Revolución ha depurado a los militares más progresistas y ahora está formado en un 90% por conservadores; sostiene, además, a un presidente que gobierna como si el régimen fuera presidencialista y que ha nombrado un Gobierno de gentes sin partido. Los intentos revolucionarios de corte «clásico» han pasado a la historia: las tierras del Alentejo están volviendo a sus propietarios, terminan las experiencias de autogestión en la industria, y las nacionalizaciones -salvo en las empresas deficitarias, en las que el dinero del Estado ayuda a la salvación-; los propósitos de tener un sindicato único se han perdido en la división, y algunos personajes del antiguo régimen vuelven, directa o indirectamente, a ocupar puestos decisivos.Algunas, por no decir todas estas cosas, eran previsibles, si se analizan los orígenes del 25 de abril, de un lado, y el lamentable y torpe comportamiento de los partidos de la izquierda portuguesa, del otro. La revolución del 25 de abril se hizo para levantar el contencioso colonial y dotar al país de una democracia apta para figurar entre las potencias de Occidente. Unos cuantos capitanes la llevaron más allá de lo previsto, y la estética revolucionaria de aquellos días, los abrazos de Cunhal y Mario Soares, el estallido de los que esperaban un cambio de vida, le dio otro aspecto. Se produjeron luego las primeras correcciones, fruto de la debilidad estructural del país, de la presión exterior y de los errores de la propia izquierda con su tradicional antropofagia. El Partido Comunista combinó, un pro sovietismo exacerbado con la suicida postura clásica de «nadie a mi izquierda», que ya dijera Lenin en 1917; el Partido Socialista devoró -no sin grandes esfuerzos- al Partido Comunistay a su propia ala izquierda, convencido Soares de que por esta vía su poder sería eterno; y fue, a su vez, devorado por un centro fingido y sin base popular sólida. Las carreras de todos para situarse cada vez más a la izquierda en los primeros meses de la revolución sólo son comparables a las que ahora se emprenden para situarse cada vez más a la derecha. No son ajenos a la situación, y sí muy culpables, los comunistas y los socialistas. Los primeros cayeron en la trampa suicida de querer hacer una Cuba europea; los segundos destrozaron su partido por amor al Poder. Ahora no tienen ni lo uno ni lo otro. No hubo un esfuerzo restaurador de la escasa estructura económica de un país empobrecido y sin rumbo, víctima de una verdadera crisis de identidad tras la pérdida de las colonias. La izquierda, en el Poder, lo dilapidó y malversó. Y sólo ha dejado como herencia la presencia irreductible, y siempre harto peligrosa, de los militares en la política. Todo ello con un pueblo decepcionado, que finalmente busca reflejos de paz y orden y la esperanza puesta en un Gobierno de signo conservador y hasta un poco a la antigua usanza mejore su situación.

Parece que la izquierda portuguesa no tiene -tampoco- mucho porvenir. Al abstenerse Soares en la votación del nuevo Gobierno, cree que puede continuar siendo el principal partido de la oposición, y dejar desgastarse a la derecha, para reaparecer dentro de dieciocho meses -cuando se celebren las elecciones generales previstas- como una alternativa, afianzado por la estancia en la oposición. Lo que no sabe es qué reformas se prevén en la ley electoral -ya el Consejo de la Revolución ha propuesto cambios sustanciales, entre ellos la anulación del artículo que declaraba inelegibles a los que ejercieron cargos durante el fascismo-, cómo va a reformarse la Constitución -en un sentido abiertamente presidencialista-, y cuáles serán sus posibilidades entonces, mientras en el seno de su partido se producen defecciones importantes. El PC; que ha votado en contra, quiere capitalizar, a su vez, la verdadera oposición, pero carece de fuerza real y de imaginación, y el viejo Cunhal sigue siendo un obstáculo para la renovación de sus estructuras.

Puede ocurrir que Portugal, así gobernado y con la posibilidad de un partido presidencialista en el que aparezcan los neutrales de este Gobierno y los partidos de derecha, reciba el apoyo suficiente del exterior como para restañar algunas de las profundas heridas de su economía. En ese caso, la decepción de los electores de izquierda se verá convertida en defección y sus posibilidades de retorno al Poder serán prácticamente nulas.

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