Tribuna:TRIBUNA LIBRE

Terrorismo y ambiguedad

Escribir sobre el terrorismo supone siempre una gran responsabilidad, pero hacerlo desde las páginas de EL PAIS en estos días tan cercanos a su dolorosa contribución en el inacabable camino de la violencia política obliga a la reflexión más profunda y a la sinceridad más exigente.No es fácil superar la sensación de fracaso al enfrentarse con tan complejo tema. En efecto, si se descarta el elemental recurso de condenar o repudiar la violencia en términos genéricos, cosa para mí tan obvia e inútil como lamentar un terremoto o una galerna, y se intentan encontrar frases y argumentos coherentes qu...

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Escribir sobre el terrorismo supone siempre una gran responsabilidad, pero hacerlo desde las páginas de EL PAIS en estos días tan cercanos a su dolorosa contribución en el inacabable camino de la violencia política obliga a la reflexión más profunda y a la sinceridad más exigente.No es fácil superar la sensación de fracaso al enfrentarse con tan complejo tema. En efecto, si se descarta el elemental recurso de condenar o repudiar la violencia en términos genéricos, cosa para mí tan obvia e inútil como lamentar un terremoto o una galerna, y se intentan encontrar frases y argumentos coherentes que enfrentar a los comportamientos terroristas, inmediatamente un profundo desánimo nos sobreviene, al percibir que los profesionales de la violencia organizada son, por su propia esencia, absolutamente impermeables a cualquier razonamiento ético o siquiera lógico. En definitiva, ¿qué podemos decir los que tenemos a la vida humana por un valor irrenunciable a aquellos que han decidido manipularla como instrumento de acción?

Rechazo visceral al terrorismo

Sin embargo, en estos momentos Cruciales para los españoles cabe también plantearse el problema del terrorismo de cara a otros, asimismo implicados en él, pero distintos de sus normales protagonistas, los instigadores lejanos y los ejecutores directos. Estos otros somos todos, es decir, la sociedad española toda, y se puede afirmar que con carácter de protagonismo también. Protagonismo deliberado y precisamente impuesto por esos instigadores, que sin -duda habrían conseguido su propósito cuando todos estuviéramos escindidos en dos actitudes enfrentadas: la de los que apoyan el terrorismo, contra la de los que quisieran destruirlo con sus mismas armas, es decir, con la violencia institucionalizada.

Desgraciadamente, forzoso es reconocer que en estos momentos ambas posturas van adquiriendo concreción y perfiles preocupantes. Como es lógico, la que más fácilmente se extiende es la del rechazo visceral al terrorismo, la de los que, con tal de verse libres de semejante amenaza, empiezan a pensar que cualquier medio puede ser bueno para ello, desde la represión policial indiscriminada hasta la dictadura militar como sistema de Gobierno. A éstos, generalmente ciudadanos despolitizados y preocupados sólo por los problemas concretos de su vida diaria, se les mueve sin mucha dificultad con planteamientos catastrofistas, manteniendo el confusionismo sobre las causas verdaderas de las cosas .y con fáciles apelaciones al orden público. La respuesta para est as actitudes, vista desde los que entendemos que la violencia, no puede ser jamás, ni ética ni pragmáticamente, solución de otra violencia, tiene que ir por la información clara y el apoyo razonado al camino institucional que vive el país: democracia, Constitución y libertades, y sus instrumentos naturales: justicia económica y social e instituciones democráticas, como, por ejemplo, una futura policía que sin -represión ni -arbitrariedad sea capaz de investigar y descubrir a instigadores y ejecutores del terrorismo.

Pero no hemos de olvidar tampoco a los que sustentan la postura antagónica, a ese otro sector social mucho menor en número, pero de enorme importancia en estos momentos, y que puede ser factor decisivo en la evolución del problema terrorista. Me refiero a los que por convicciones ideológicas utópico radicales o .por arraigados sentimientos nacionalistas, perfectamente legítimos y justificados por la situación ,creada durante el franquismo, creen que, aunque ellos personalmente no utilicen ni deseen la violencia, ésta pudiera ser inevitable como única solución para » sus aspiraciones, y en consecuencia, no la rechazan ni condenan abiertamente.

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Abandonar la ambigüedadSinceramente, a todos éstos, abertzales vascos o no, tendríamos que rogarles que se planteen un punto de reflexión: si el valor de la vida humana, de cualquier vida humana, no les basta para abandonar su ambigüedad, ¿no podrían entender que la ambigüedad en sí misma, utilizada como forma de relación, es totalmente negativa para la lucha política y se vuelve siempre contra los que la practican? Así lo ha entendido, sin duda, el Partido Nacionalista Vasco, cuando, abandonando sus posturas inhibitorias, ha marcado un nuevo camino de claridad a partir de la manifestación del día 28 de octubre. Pero así sería deseable que lo entendieran también esos grupos o personas que, por un lado, aclaman o justifican públicamente a ETA, y, por otro, aprovechan las tribunas populares que la naciente democracia, tan denostada por ellos, les facilita, y participan incluso en órganos de poder o legislativos del sistema actual. ¿No habrían de plantearse la responsabilidad que pueden adquirir frente a ese pueblo al que quieren defender, pero al que, sin duda, sumen en la desorientación llevándole a pensar que las instituciones democráticas sólo son para cuando conviene y que se puede estar en ellas dentro y fuera al mismo tiempo y que, lo que es más grave, existen vidas humanas de primera, de segunda o sin valor alguno?

Asumir las responsabilidades

Deseo aclarar que lo hasta aquí expuesto no pretende pedir a nadie el abandono de sus aspiraciones, sean éstas del signo que fueran. Se trata sólo de algo más sencillo: ocupar únicamente el terreno de juego que uno mismo, por convicciones personales, se haya marcado, sin pretender estar al mismo tiempo en otros diferentes y asumir plena y conscientemente las responsabilidades que se deriven del juego elegido, sin ambigüedades.

Terminaré, con una referencia muy concreta a un aspecto cuya importancia inmediata puede ser grande. Hace pocos días la prensa ha recogido la noticia de una amplia renovación de mandos de la Policía Armada en distintas capitales del Estado, entre ellas las de Euskadi, con jefes y oficiales que las propias informaciones señalan como inequívocamente demócratas. Sin duda el ministro del Interior intenta rectificar errores anteriores en este sentido y seguir el único camino viable, marcado por el principio de que la democracia sólo puede ser defendida por demócrátas. Pregunto a los que quieran responderme: ¿Cómo se conseguirán mejor las libertades y derechos del pueblo, apoyando y res petando la inédita labor democrática de esos oficiales en la tremenda tarea de mantener la paz ciudadana a pesar de un terrorismo sin escrúpulos o persistiendo en los viejos tópicos y en las clásicas actitudes de hostigamiento9

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