Juan Pablo I mantuvo una fuerte discusión con cardenales sobre cambios en la curia

La primera persona que se dio cuenta de la muerte de Juan Pablo I, en la madrugada del viernes 29 de septiembre, no fue su secretario personal, el irlandés P. Magee, como declaró el Vaticano. De fuentes informativas de la mayor seriedad ha sido posible reconstruir la crónica de esta muerte. Le encontró muerto una monjita, la madre Vicenza, que el papa Luciani se había traído de Venecia y que era su persona más fiel cuando era patriarca.

Esta monjita, siguiendo la costumbre del cardenal Luciani, le preparaba el café a las cuatro y media de la mañana, porque el cardenal, antes de la misa ...

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La primera persona que se dio cuenta de la muerte de Juan Pablo I, en la madrugada del viernes 29 de septiembre, no fue su secretario personal, el irlandés P. Magee, como declaró el Vaticano. De fuentes informativas de la mayor seriedad ha sido posible reconstruir la crónica de esta muerte. Le encontró muerto una monjita, la madre Vicenza, que el papa Luciani se había traído de Venecia y que era su persona más fiel cuando era patriarca.

Esta monjita, siguiendo la costumbre del cardenal Luciani, le preparaba el café a las cuatro y media de la mañana, porque el cardenal, antes de la misa que celebraba a las cinco y media, hacía una hora de meditación. En el Vaticano le preparaba el café en una especie de sacristía que está cerca de la capilla privada. Aquella mañana, como en días anteriores, a las cuatro y media el café caliente estaba ya preparado. Minutos después volvió la monja y vio que el café estaba todavía allí. Esperó aún un poco y viendo que el Papa no llegaba se acercó a su habitación y miró por el ojo de la cerradura. Vio la luz encendida. Le llamó pero no respondió. Volvió a mirar y le vio sentado en la cama con las gafas puestas y unos folios en la mano. Viendo que no respondía entró en la habitación y le encontró muerto. Fue ella quien llamó al secretario particular, P. Magee, y éste al cardenal Villot, y enseguida a todos los demás cardenales y a los médicos. La sala de prensa del Vaticano se apresuró a desmentir esta nueva versión de los hechos.La noche anterior había cena do con los dos secretarios particulares una sopa, habichuelas y un poco de queso fresco. A la ocho abrió la televisión para ver el Telediario del canal democristiano. Vio sólo la mitad. Apagó la televisión se retiró a su habitación donde dormía. El dormitorio del Papa había sido reconstruido por Pablo VI. Juan XXIII se quejaba que el baño estaba demasiado lejos de la cama. Pablo VI no quiso nunca dormir en la cama de Juan XXIII, por reverencia. Era una cama tradicional de madera. Pablo VI la había hecho cubrir, con una gran cortina de raso gris; en la misma habitación, pero en el lado contrario, se había hecho construir una especie de sofá cama. Cuando llegó Juan Pablo I preguntó donde estaba la cama de Pablo VI y le dijeron que se la había llevado su secretario personal Don Macchi como reliquia. «Entonces -dijo- dormiré en la de Juan XXIII.» Al lado de la cama está el baño y contigua una habitación que es una especie de enfermería.

¿Qué tenía entre las manos cuando murió? Unos folios en los cuales había tomado apuntes de una larga conversación de dos horas con el secretario de estado, cardenal Villot, sobre una serie de cambios en la curia romana y en algunas diócesis de Italia. De hecho había hablado aquella tarde por teléfono durante más de media hora con el arzobispo de Milán, cardenal Giovanni Colombo, para pedirle consejo. Se pudo saber también que aquella tarde el papa Luciani había tenido una discusión muy dura con algunos cardenales, probablemente en relación a estos cambios que deseaba hacer. Algunos empleados del Vaticano oyeron las voces desde los pasillos.

¿Cómo eran las relaciones del nuevo Papa con la curia? No eran amistosas. Se quejaban sus colaboradores que este Papa quería resolver todo en un mes y que no entendía de diplomacia. Se sintieron heridos cuando en una de las audiencias no quiso leer el discurso que le habían preparado sobre la droga y los drogadictos. Dijo que aquél discurso no respondía a su estilo. De hecho, lo improvisó. Otro motivo de discusión fue el crucifijo que llevaba al pecho. Era el de su madre y no el de Papa. Algunos cardenales le dijeron que no era el «más indicado». El se defendió diciendo que también Pablo VI había cambiado el suyo lleno de piedras preciosas con el del Concilio, que era más sencillo. Y añadió: « Este crucifijo de mi madre lo he llevado siempre escondido en el pecho. ¿Por qué ahora que soy Papa no puedo llevarlo a la luz del sol?»

Preocupado y triste

¿Se había mostrado enfermo antes de aquella noche? Se ha podido saber también que exactamente siete días antes de la elección se dio cuenta que se le inflamaban las piernas, hasta el punto que no podía meterse los calcetines. Se lo dijo al cardenal Villot, quien le aconsejó que hiciera algunos paseos en los jardines vaticanos. Obedeció, y desde entonces paseó una hora cada día, pero viendo que las piernas se le seguían inflamando llamó por teléfono a un médico veneciano muy amigo suyo y que de vez en cuando le hacía controles cuando estaba en Venecia. Se trata del doctor Da Ros; éste le aseguró que estaba dispuesto a venir a Roma en cuanto lo llamara.

Los sobrinos y el hermano del Papa que lo habían visto en los primeros días después de la elección, y dos semanas más tarde, han declarado que lo encontraron muy cambiado: «casi desconocido». Los primeros días «era optimista y alegre», después, cuando comieron con él en el Vaticano lo encontraron «muy preocupado y como triste ».

Se ha podido también descifrar finalmente la contradicción dé algunos cardenales que decían que el papa Luciani había sido elegido a la tercera votación otros a la cuarta y otros «por aclamación» y sin votar. Lo cierto es que fue elegido a la tercera votación, con casi ochenta votos. Eran suficientes, pero quedaba aún un grupo contrario. En este momento el papa Luciani antes de aceptar dijo: «Yo acepto sólo si puedo ser el Papa de todos.» Y pidió una nueva votación. Fue en este momento que, sin votar, los cardenales, en pie, con un gran aplauso, lo «aclamaron Papa». El aplauso se produjo exactamente a las cinco de la tarde, como declaró uno de los empleados que estaba lo suficientemente cerca de la Capilla Sixtina para escucharlo. ¿Y la historia de que murió leyendo La imitación de cristo, de Kempis? Fue todo inventado.

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