Editorial:

El derrumbe del dólar

EL DOLAR ha vuelto a caer estrepitosamente la semana pasada. Esta vez la causa ha sido la reacción hostil de la mayoría de los países árabes a los acuerdos de Camp David; de la misma manera, la dificultad de esos acuerdos fue el motivo alegado la semana anterior, y el rumor de que algunos países exportadores de petróleo podrían reducir la utilización del dólar en sus reservas fue la explicación del retroceso de la moneda americana hace un mes. Pero las causas inmediatas de cada brusca caída del dólar no pasan de ser incidentes secundarios en unos mercados desconfiados e inquietos ante el hecho...

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EL DOLAR ha vuelto a caer estrepitosamente la semana pasada. Esta vez la causa ha sido la reacción hostil de la mayoría de los países árabes a los acuerdos de Camp David; de la misma manera, la dificultad de esos acuerdos fue el motivo alegado la semana anterior, y el rumor de que algunos países exportadores de petróleo podrían reducir la utilización del dólar en sus reservas fue la explicación del retroceso de la moneda americana hace un mes. Pero las causas inmediatas de cada brusca caída del dólar no pasan de ser incidentes secundarios en unos mercados desconfiados e inquietos ante el hecho básico de que la balanza comercial americana registrará este año un déficit del orden de los 30.000 millones de dólares.Los factores determinantes de esta situación son varios. En primer lugar. el hecho de que la tasa de crecimiento de la economía americana continúa siendo superior a la delos países industriales europeos. Si las economía:, europeas con excedentes de pagos y Japón aumentaran sus ritmos de crecimiento -como lo aconsejan sus bajas tasas de inflación, altos niveles de desempleo y fuertes superávit exteriores-, el desequilibrio de los pagos internacionales se corregiría en gran parte; pero, hasta ahora, ninguna llamada a la cooperación internacional ha conseguido que esos países estimulen la expansión de sus economías. Por otra parte, el programa energético de Carter, que llevaría a una reducción de las importaciones americanas de petróleo, continúa detenido en el Senado. Y la tasa de inflación de Estados Unidos ha rnostrado en los últimos meses una tendencia al aumento -a la que no es ajena la propia desvalorización del dólar- que amenaza con reducir el poder competitivo de las mercancías y servicios americanos. La actitud aparentemente impasible de las autoridades de Washington, sus declaraciones frecuentemente contradictorias y las expresiones de la irritación de otros Gobiernos ante esta situacíón se en cargan de alimentar la inquietud de los mercades y de desencadenar oleadas especulativas que jalonan la tendencia básica a la profunda depreciación del dólar.

Cuando, en los primeros años de esta década. se abandonó el sistema de tipos de cambio fijos-y se adoptaron los tipos de cambio fluctuantes como los más adecuados a un mundo sometido a fuertes ajustes -acentuados tras la crisis del petróleo-, no se pensó que el nuevo sistema se vierá afectado por una inestabilidad tan intensa y tan perturbadora como la que está mostrando. Y es que ningún sistema de cambios puede funcionar convenientemente, hoy, sin una coordinación, de las políticas económicas de los grandes países industriales.

Desde el punto de vista de un país de dimensiones modestas como España, que está luchando por estabilizar su economía, el hundimiento del dólar sitúa a la política económica ante una difícil disyuntiva: o se aceptan fuertes y continuas apreciaciones de la peseta. en perjuicio de un ajuste necesario de nuestra balanza de pages por cuenta corriente, o se frena la apreciación de nuestra moneda mediante compras masivas de dólares que, al engrosar nuestras reservas exteriores y generar una expansión monetaria interior como contrapartida, ponen en peligro la lucha contra la inflación.

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En la práctica, se ha seguido una vía mixta. La peseta se ha revalorizado un 15% frente al dólar en un año y, la semana pasada, el tipo de cambio se ha situado ya por debajo de las 73 pesetas por dólar; es decir, muy cerca del dominante antes de la depreciación de la peseta en julio del último año. Puede pensarse que se debería haber ido más lejos por este camino, pero las quejas de los fabricantes de calzado son sólo un ejemplo de las dificultades que la apreciación del cambio plantea a nuestros exportadores. Y para frenar la revalorización de la peseta ha sido preciso comprar grandes cantidades de dólares, que han incrementado nuestras reservas exteriores en más de 3.000 millones de dólares en lo que va de año, planteando problemas muy Officiles de control monetario. Difíciles y casi imposibles. Si no se hubiera neutralizado la expansión monetaña, generada como contrapartida de ese alud de reservas recibido del exterior, la cantidad de dinero estaría creciendo a tasas que, situándose muy por encima de la zona de cualquier expansión monetaria considerada razonable, estarían desencadenando una nueva aceleración del proceso inflacionista. Pero esa operación de neutralización de los fondos exteriores ha planteado, dificultades y, dada la escasa amplitud de nuestro mercado financiero, tensiones y actuaciones polémicas que«sólo, pSieden juzgarse en el marco de los desequilibrios, internacionales en que se han producido.

Estas dificultades no son, claro está, únicamente espñolas. Están afectando a todo el mundo. Pero no cabe esperar que vayan a encontrar solución en.la asamblea anual del Fondo Monetario Internacional que hoy finaliza en Washington. La cooperación económica internacional apenas pasa por esos grandes foros de reuniones donde todo queda anegado en palabras. Y, sin embargo, sólo una actuación coordinada y eficaz de los países industriales puede sacar a la economía mundial de sus actuales dificultades y aclarar el sombrío panorama de los próximos años.

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