Tribuna:

Una comparación de la religión con la política

En el último artículo veíamos cómo se anuncia o, más bien, ya es llegada, una nueva época de reencantamiento del mundo, de religión, lo que, ciertamente, no es sinónimo de fe (cristiana), y menos de Iglesia. Se trata de tres planos diferentes que ciertos jerarcas eclesiásticos no parecen tener mucho interés en distinguir. Y a algunos, entre ellos, se diría que les importa más contar con la fuerza real, social, de los católicos -incluso aun cuando lo sean como desde Comte a Maurras- que con la siempre problemática y nunca política vinculación de quienes, sin pertenecer al «catolicismo so...

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En el último artículo veíamos cómo se anuncia o, más bien, ya es llegada, una nueva época de reencantamiento del mundo, de religión, lo que, ciertamente, no es sinónimo de fe (cristiana), y menos de Iglesia. Se trata de tres planos diferentes que ciertos jerarcas eclesiásticos no parecen tener mucho interés en distinguir. Y a algunos, entre ellos, se diría que les importa más contar con la fuerza real, social, de los católicos -incluso aun cuando lo sean como desde Comte a Maurras- que con la siempre problemática y nunca política vinculación de quienes, sin pertenecer al «catolicismo sociológico», son, quieren ser nada más y nada menos que cristianos. (Para no hablar de los, que permanecen en el plano puramente religioso). Es para mi evidente que -como se declaraba en reciente escrito colectivo-, la Iglesia no debería ser la institucionalización de un poder fáctico, uno másjunto a los poderes militar, financiero e industrial, sindical, internacional y multinacional.¿Qué es entonces la Iglesia? Y ¿quién es la Iglesia? ¿La jerarquía eclesiástica? Y ¿dónde está la Iglesia? ¿En Roma? No es seguro que siempre sea así. Lo único seguro, pero que nos sume en la perplejidad, es que la Iglesia somos todos los cristianos, incluidos, por supuesto, los que no están seguros de serlo, y los que no saben que lo son. Por otra parte, hablar de la Iglesia es una abstracción. Quizá sería preferible mantener la terminología primitiva y hablar, en plural, de iglesias, coordinadas entre sí. Y ¿se pertenece a una Iglesia, o más bien, se participa de ella y en ella?

La Iglesia es asamblea abierta, no tiene muros quela aíslen, y ni tan siquiera puertas, por abiertas de par en par que éstas se mantengan. No es, ni aun abierto, un recinto. Alfredo Fierro la visualiza como una gran concentración o manifestación pública. Desde el punto de vista de la posición de la conciencia subjetiva pueden, en efecto, distinguirse grados distintos, desde la identificación hasta la simple participación, pasando por la pertenencia, sin o con reservas, y la indecisa liminaridad. Pero esta concepción sigue siendo tributaría de la visión de la Iglesia como recinto, con una puerta por la que se puede entrar -y también salir- o quedarse en ella, quedarse a la puerta. Pero bien podría ocurrir que todo sea al revés, y que quienes se creen más adentro estén, en realidad, fuera, y los de fuera ocupen el lugar que aquellos se habían arrogado. O que tampoco la simple regla del revés sea válida, y que realmente no podamos saber dónde está cada cual en relación con la Iglesia.

Y ¿qué es la Iglesia? Desde el punto de vista (le una sociología de la religión comprometida ¿no podría ser, como sugiere Schelsky, el «lugar» donde se institucionaliza la reflexión permanente en su apertura religiosa, o dicho en otros términos, la interiorización religiosa en cuanto institucionalizada? Sin institucionalización, sin Iglesia -lo que no quiere decir, necesariam ente, Establishment, Administración con mayúscula, Curia- no hay religión (en sentido occidental), sólo religiosidad. Pero ¿cuál es el modo de esta institucionalización en cuanto vinculante, cómo es la relación actual entre la Iglesia y quienes participan en ella?

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Me parece cierto, según creo haber mostrado hace años, que el concepto de ortodoxia, útil demarcador en los tiempos de la Iglesia cerrada, se ha tornado enormemente problemático, y por eso mismo, y en vista de su deterioración, los cristianos actuales -a diferencia de los tradicionales, y aun cuando, como Lefébvre, se- encuentren, por el otro lado, en análoga situaciónpreferimos autocalificarnos, modesta y no cirgullosam ente, pero con decisión, de «heterodoxos». ¿Qué quiero decir con esto? Permítaseme que, para esclarecer mi pensamiento, recurra a la comparación con la política. Mi posición política personal es tema del que vengo hablando desde que hay libertad de prensa, por lo que no har¿ sino resumirla brevemente, a los efectos comparativos que aqw hacen al caso.

Creo en el compromiso político total y eso, y no otra cosa, es lo que entiendí) por democracia como moral, democracia como modo de ser. Al ser la democracia directa imposible, los partidos políticos resultan necesarios y, por cierto, en más de un respecto. Pero aún cuando la plena democracia directa, repito, no sea posible, cabe una actitud política concreta de vinculación directa con la base propia -el barrio o la población en que se vive, la region o nacionalidad, el sindicato o la asociación profesional, la Universidad en su caso. Esa base, siempre comunal, se articula por modo específicamente político en los partidos. Y nuestra relación con ellos puede ser -debe ser, diría yo- dialéctica: injertados más o menos directamente en ellos, dependientes siempre de ellos, manteniendo una independencia respecto de ellos, hecha posible justamente por su existencia, y ejerciendo una función de vigilancia y de correctivo de su gestión, de su permanente tentación a la partidización. Heterodoxia así con respecto a los partidos, en el doble sentido de dependencia -de y de independencia- de ellos y, en especial, yo diría, con respecto al marxismo, en participación con él, con ellos, sin pertenencia. Eso es lo que entiendo por herejía política, heterodoxia en relación con la izquierda, en tensión dialéctica.

Análogamente, el comportamiento religioso actual, tal como yo lo entiendo, consiste, ante todo, en la inserción en la comunidad de base, la nuestra. No se puede andar cambiando caprichosamente de comunidad. Puede tratarse de ampliar los horizontes del grupo a que se pertenece y abrirse a otros puntos de vista, pero no se puede uno hacer budista o musulmán. Esta comu nidad local, a la que hace tiempo, con provocación deliberada, llamé secta. se inserta, sin perder nada de su autonomía, en la Igle sia, como eclesiola in eclesia. Cada hombre en cuanto -poco o mucho- religioso, se relacibna dinámicamente con su iglesia particular o secta y, a través de ella, con la Iglesia, análogamente a como, en cuanto político, se relaciona dinámicamente con la izquierda y, en ella, con la democracia. Relación que, como en el caso de la política, puede darse permaneciendo en lo que, institucionalmente, se puede llamar el atrio, o el umbral, ni completa mente dentro, ni completamente fuera, en la participación sin pertenencia, en la asistencia sin ad hesión, o en la heterodoxia, en la herejía. Hereje de la izquierda, hereje del marxismo, hereje de la Iglesia, hereje del catolicismo. Porque, en efecto, la democracia no es nunca la democracia reali zada y, análogamente, el catolicismo -o cualquier otro cristianismo- tampoco la plenitud del cristianismo. La democracia ple na es una utopía, y la Iglesia -que antes llamaban «sociedad perfecta», con una expresión, en su equivocidad para el lenguaje usual, llena de sentido... sin llenar, es una esperanza.

En suma, el comportamiento político, en la plenitud de su aspiración, más allá de todos los ritos demócratas, es la utopía de la democracia. Y el comportamiento religioso, más allá de todos los ritos, cristianos u otros, es la esperanza de eso que, con expresión misteriosa, denominamos el reino de Dios.

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