Editorial:

Las funciones del presidente

SI DE la habilidad parlamentaria y los modales democráticos del presidente del Congreso dependiera la buena marcha de éste, aviada estaba la Cámara. Ayer el señor Alvarez Miranda se permitió, en tonos nada prudentes y con rigurosidad reglamentista muy nueva en él, aplastar a las minorías que estaban en el uso legítimo de la palabra defendiendo formas de Estado y posiciones políticas diferentes a las previstas en el proyecto de Constitución. Se entiende, claro está, que la función de un presidente del Congreso es moderar los debates y amparar los derechos de los señores diputados, no vulnerarlo...

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SI DE la habilidad parlamentaria y los modales democráticos del presidente del Congreso dependiera la buena marcha de éste, aviada estaba la Cámara. Ayer el señor Alvarez Miranda se permitió, en tonos nada prudentes y con rigurosidad reglamentista muy nueva en él, aplastar a las minorías que estaban en el uso legítimo de la palabra defendiendo formas de Estado y posiciones políticas diferentes a las previstas en el proyecto de Constitución. Se entiende, claro está, que la función de un presidente del Congreso es moderar los debates y amparar los derechos de los señores diputados, no vulnerarlos. Por eso parece inusitado que el señor Alvarez de Miranda se permitiera ayer recordar en público al señor Barrera, de Esquerra Republicana de Catalunya, que su representación parlamentaria era tan sólo de 112.794 votantes. Inusitado no sólo por la descortesía y la vulneración que de los derechos de las minorías eso parece constituir, sino porque sucede que el señor Barrera, tan minoritario él, obtuvo a la postre el doble de votos que el propio presidente del Congreso en las últimas elecciones. Más insólito resulta que el señor Alvarez de Miranda explicara en público que bastante hacía la Cámara con escuchar al señor Barrera cuando no estaba de acuerdo con sus opiniones. Las opiniones de un diputado, sean cuales sean, valen tanto, al menos, como las del propio señor presidente, y su voto es de igual calidad. Para la Cámara no es ningún mérito escuchar al señor Barrera; es, simplemente, su obligación, por respeto a los ciudadanos que deseamos sentimos representados en un Parlamento libre. Por lo demás, el señor Alvarez de Miranda nos tenía acostumbrados a sus frecuentes torpezas y errores en el desempeño de su cargo, pero al menos eran siempre origen de una abundante hilaridad en los escaños, que se animaban de esta manera un poco. La actitud del señor presidente del Congreso, y diputado por Palencia, en el Pleno de ayer ha traspasado, sin embargo, la raya de lo cómico para inscribirse en lo esperpéntico.

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