Tribuna:DIARIO DE UN SNOB

Los viejos

Me parece que nos estamos pasando con los viejos. Ya cuando empezaron a llamarles la tercera edad yo me temí lo peor, una masacre de viejos y viejas.Simone de Beauvoir, sobriamente, titula su libro sobre el tema La vejez. Viejo es un a palabra seca y terrible, hermosa, que tiene la guadaña de su jota para defenderse de la guadaña de la muerte. Y anciano o ancianidad son palabras que directamente me hacen llorar. (Yo ahora lloro mucho por todo, otra vez, lloro por nada, ya sin histeria juvenil, creo que antes lloraba por la histeria y ahora lloro por la historia). ...

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Me parece que nos estamos pasando con los viejos. Ya cuando empezaron a llamarles la tercera edad yo me temí lo peor, una masacre de viejos y viejas.Simone de Beauvoir, sobriamente, titula su libro sobre el tema La vejez. Viejo es un a palabra seca y terrible, hermosa, que tiene la guadaña de su jota para defenderse de la guadaña de la muerte. Y anciano o ancianidad son palabras que directamente me hacen llorar. (Yo ahora lloro mucho por todo, otra vez, lloro por nada, ya sin histeria juvenil, creo que antes lloraba por la histeria y ahora lloro por la historia). Ancianidad es una palabra que tiene todos los dulces plumones de la abuela, sus cuellos de pelerina, inconveniente mente abrasados de anisete y abrótano macho.

Bueno, pues los del spot y el mass-media se han sacado la tercera edad. Las gentes principales, que son las de buen porte y buenos modales, a la cola del aceite, en los aceitosos cuarenta, la llamaban fila, y luego a los negros han empezado a llamarles gentes de color, con gramatical repugnancia distanciadora, o, si tienen que tragar porque hay un negro en su equipo de fútbol, les llaman dicharacheraménte morenos. Estos cursis del idioma, estos reaccionarios del adjetivo son los que luego ignoran que delante depero hay que poner siempre una coma (ya ni un dios la pone). La tercera edad, decía:

Nos han sustituido los entrañables apelativos a la vejez, a la ancianidad, por una nominación estadístico-ordinal: la tercer edad.

-Me voy a ver a mi vieja- me decía el amigo golfo a media tarde, y yo me quedaba llorando en mitad de los bulevares (como ven ustedes, yo me he pasado la vida en un lloro), no sé si por los bulevares -que los estaba arrasando el alcalde correspondiente- o porque yo ya no tenía una vieja a la que ir a ver, aunque a veces no se está mal en el cementerio, un rato.

Recuerdo un artículo de Baroja, muy hermoso, en que recuerda a su madre. Volvía él de alternar con aquellos golfos del 98 y encontraba a su madre a oscuras: «Aquí he estado sola toda la tarde, hijo.» Termina Baroja el artículo diciendo, más o menos: «Ahora soy yo el que estoy aquí solo toda la tarde. »

Pero lo que no tiene ninguna emoción es decir en el café:

-Bueno, que me voy con la tercera edad.

La pedantería acrílica de la informática ha llegado a esto, y detrás hay algo peor: una ladina campaña para no dejar en paz a los viejos, para llevarles y traerles, subirles y bajarles, hacerles descuentos, exponerles al frío de todas las estaciones, que siempre tienen corrientes, a los retrasos de la Renfe, a las malas comidas de otras ciudades, a la delincuencia juvenil y a los violadores de ancianas.

Yo siempre he deseado llegar a viejo para vivir tranquilo, mandarles a todos ustedes a paseo, pasear yo mismo, que dice Norberto Carrasco, ecologista de Icona, que la vejez entra por los pies, de no andar, y escribir mis cositas, las últimas, para que las cobre ya mi viuda, que es una santa.

Pero resulta que no, que a donde voy a llegar es no a la grandiosa vejez, a la soleada ancianidad de gato viejo, sino a la tercera edad, que suena a estudio de mercado de los humanos, y detrás de cuya odiosa expresión adivino yo, exactamente, un estudio de mercado, una necesidad de vender.

Hace años, las multinacionales del disco y el poster descubrieron que entre la adolescencia, casi la infancia, había un mercado para vender cazadoras y emblemas. Ahora han descubierto que entre los jubilados y los penúltimos de la vida. hay también un posible mercado de billetes de tren con descuento, de almuerzos exóticos con descuento y de puestas de sol con descuento. (Cuando las mejores puestas de sol del mundo han estado siempre en el parque del Oeste, como sabían los madrileños de antes de. la guerra y Juan Ramón Jiménez, que no se perdía una.)

Me parece, sí, que alguien se ha lanzado con sonrisa de excavadora sobre el mercado de los viejos, mediante la coartada humanitaria de que los viejos no estén solos ni se queden contra la tapia de sol. Y me parece, sobre todo, que el eufemismo cibernético de la tercera edad viene a sustituir las emocionantes palabras castellanas con que apelamos a nuestras presentes sucesiones de difunto vivo. La maniobra, como siempre, ha empezado por el lenguaje. Pero los viejos no son tontos -que por algo han llegado a viejos- y saben distraerse solos o a la brisca. No hay otra forma de respeto que dejarles en paz. Sin descuentos. Porque el descuento es una ironía cuando las jubilaciones están así.

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