Tribuna:

Diágolo de sordos

El procedimiento parlamentario de las interpelaciones y preguntas de los diputados al Gobierno, a cuyo estudio viene dedicando el Pleno del Congreso, desde hace varias semanas, las mañanas de los jueves, ofrece particularidades que le convierten, en algunos casos, en un auténtico diálogo de sordos.La mecánica de este trámite consiste en la presentación por escrito de la interpelación o pregunta de que se trate, que una vez incluida en el orden del día de la sesión plenaria es desarrollada verbalmente y contestada por un miembro del Gobierno. Lo que ocurre en la práctica es que algunos ministro...

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte

El procedimiento parlamentario de las interpelaciones y preguntas de los diputados al Gobierno, a cuyo estudio viene dedicando el Pleno del Congreso, desde hace varias semanas, las mañanas de los jueves, ofrece particularidades que le convierten, en algunos casos, en un auténtico diálogo de sordos.La mecánica de este trámite consiste en la presentación por escrito de la interpelación o pregunta de que se trate, que una vez incluida en el orden del día de la sesión plenaria es desarrollada verbalmente y contestada por un miembro del Gobierno. Lo que ocurre en la práctica es que algunos ministros articulan su respuesta en base al requerimiento escrito, que muchas veces queda obsoleto en el momento del debate, mientras que los diputados, aprovechando el desarrollo de su cuestión, actualizan la interpelación o pregunta, introducen nuevas argumentaciones y, en todo caso, las cargan de garra expositiva.

El resultado es, en tales ocasiones, que el ministro de turno dice -o lo que parlamentariamente es peor, lee- una serie de explicaciones que suenan a chino a los escasos diputados asistentes que acaban de oír, de boca del diputado, interrogantes sobre cuestiones diferentes. Así ocurrió ayer cuando los catorce folios pulcramente mecanografiados que leyó el vicepresidente Fernando Abril no daban contestación a las preguntas planteadas a botepronto por el socialista Luis Solana sobre la crisis bancaria.

La salida ofrecida por el señor Abril al interpelante fue la de que las plantearea de nuevo «y se le contestará». Esta solución, quizá correcta a tenor del reglamento, no parece políticamente la mejor. Resultó ayer más válida y desde luego meritoria la actitud del ministro de Trabajo, Rafael Calvo Ortega, al esforzarse en ofrecer respuestas para todos los temas, incluidos los imprevistos y los que no se traía preparados del despacho.

También el ministro Garrigues Walker es capaz de improvisar una respuesta, que además sazona con humor. En cambio, es casi imposible sacar a Abril otra cosa que la lectura de los folios de sus funcionarios.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Archivado En