Cartas al director

La ambulancia no llegó

A las cinco de la mañana del pasado día 13 de diciembre tuvimos que llamar al médico de urgencias, pues mi suegro, que venía padeciendo una grave enfermedad, comenzó a empeorar rápidamente, dando síntomas de asfixia. Cuando el médico lo examinó consideró que era necesario trasladarlo en una ambulancia a la clínica. Bajamos con él hasta el coche, porque alegó que avisaría por la emisora. Tras varios intentos de conectar con el centro, al ver que éste no respondía, nos dijo que en cuanto conectara la mandarían. Esto ocurría a las cinco y media. A las seis, y en vista de que no aparecía ninguna a...

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A las cinco de la mañana del pasado día 13 de diciembre tuvimos que llamar al médico de urgencias, pues mi suegro, que venía padeciendo una grave enfermedad, comenzó a empeorar rápidamente, dando síntomas de asfixia. Cuando el médico lo examinó consideró que era necesario trasladarlo en una ambulancia a la clínica. Bajamos con él hasta el coche, porque alegó que avisaría por la emisora. Tras varios intentos de conectar con el centro, al ver que éste no respondía, nos dijo que en cuanto conectara la mandarían. Esto ocurría a las cinco y media. A las seis, y en vista de que no aparecía ninguna ambulancia, llamamos a la clínica La Paz. Allí la telefonista nos dijo que en cuanto llegara una la mandarían. Eran las seis y media y la ambulancia, seguía sin aparecer. Volvimos a llamar y a esa hora nos contestaron que en ese momento estaban haciendo el relevo y que no podían disponer de ninguna. A las siete menos diez insistimos de nuevo, pues el enfermo estaba cada vez peor y no paraba de pedir angustiosamente que le dieran oxígeno porque se asfixiaba. La señorita alegó de nuevo que era la hora del relevo y que en cuanto pudieran nos la mandarían. Mientras que la señorita nos daba estas explicaciones, mi suegro fallecía.No quiero entrar en detalles de si habría o no sobrevivido con el oxígeno, pero ¿por qué dejar morir a una persona de esta manera pudiendo, aliviar su agonía?

En estos casos recurrir a cifras es ridículo, porque no hay ninguna cantidad de dinero en el mundo que valore la vida de un ser humano. Pero no puedo evitar el pensar que entre mi mujer y yo cotizamos a la Seguridad Social anualmente más de 100.000 pesetas. Y como nosotros, la mayor parte de los españoles, vemos cómo cada mes nos sangran los bilsillos para recaudar ese billón largo de pesetas que, por lo visto, no les da suficiente para aliviar la angustia de un ser humano.

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