Tribuna:Las dificultades y la estrategia de UCD

¿Hace falta la UCD?

Diputado del PSOE por SegoviaEl Centro está en crisis. No voy a insistir ni a añadir más datos para demostrar algo que es vox populi. Pero, ¿por qué está en crisis?

La derecha española necesitaba un instrumento para pasar del modelo franquista a la democracia que cumpliera una serie de condiciones mínimas. Por ejemplo, que le garantizase no perder el control del aparato del Estado, ganar las contiendas electorales que se presentasen durante el proceso constituyente, dar imagen de cambio -aunque todo siguiera igual-, modificar aquellos aspectos del sistema económico imp...

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Diputado del PSOE por SegoviaEl Centro está en crisis. No voy a insistir ni a añadir más datos para demostrar algo que es vox populi. Pero, ¿por qué está en crisis?

La derecha española necesitaba un instrumento para pasar del modelo franquista a la democracia que cumpliera una serie de condiciones mínimas. Por ejemplo, que le garantizase no perder el control del aparato del Estado, ganar las contiendas electorales que se presentasen durante el proceso constituyente, dar imagen de cambio -aunque todo siguiera igual-, modificar aquellos aspectos del sistema económico imprescindibles para mejorar su capacidad. Ninguno de los grupos políticos presentes en el panorama del país cumplía estos requisitos mínimos en el inicio del proceso. Coherentes con todo ello, se inventó el producto, y a su cabeza, se puso al hombre arquetipo de todo este ambiguo condicionado: Adolfo Suárez.

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La urgencia con que se planteó el proceso, la habilidad de Suárez y la falta de alternativas hicieron que cuajara la Unión de Centro Democrático frente al hecho electoral. Subrayo este punto. Esa UCD tenía como misión primordial colocar un tapón numérico en las Cortes, suficiente para que la izquierda -más homogénea- no pudiera resultar ganadora relativa de las elecciones. La misión fue cumplida a gusto de los organizadores, y hoy existen suficientes escaños ocupados por parlamentarios de UCD como para evitar cualquier sorpresa legislativa.

Pero inmediatamente después de las elecciones generales ha comenzado una labor distinta de la puramente negativa de impedir hacer. Ahora hay que gobernar, hay que ofrecer unos programas, hay que explicar al país cuáles son las metas que se pretenden alcanzar y los medios para llegar a ellos. En una palabra, hay que hacer política. Y entonces el Centro se deslíe en infinitas contradicciones entre los partidos que lo forman, diferencias entre los partidos y el Gobierno e incluso discrepancias públicas entre los propios parlamentarios. Con UCD el país sabe que -por el momento- están vetadas de hecho determinadas opciones, pero no sabe cuál es el modelo alternativo que se le propone, ni siquiera si hay algún modelo.

Ahora tienen que hablar los intereses por boca de sus partidos. Y esos partidos no se inventan, como tampoco se inventan los intereses. En toda Europa se podrá encontrar algo que recuerde a, nuestros liberales, democratacristianos, conservadores, etcétera. Lo que no existe es una Unión Institucional de Todos. Lo que tendría que hacer el Centro es considerar que es una especie de federación circunstancial que permita ir decantándose a los partidos y a los intereses que lo componen. La derecha española no tiene aún partido o partidos explícitos. Y mal servicio se haría a la estabilidad próxima del país intentando hacer entrar a todos por el tubo de la UCD. Cada vez que los responsables del Centro presionen y ofrezcan paraísos de poder para conseguir el consenso interno, están labrando un sembrado de odios personales y afanes de revancha. Ya hay, por lo menos, tantos ucedistas a los que se les ha dicho sí, como a los que se les ha dicho no. Nadie se siente plenamente convencido de estar exactamente en su club. ¿Se puede considerar homogeneizables figuras tan contrapuestas como Martín Villa y Garrigues, Camuñas y Fuentes, Pérez Llorca y Fanjul, Sánchez de León y Fernández Ordóñez? (Tómese esta lista como mera, aproximación, ya que el rosario podría llegar hasta la aurora.)

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Las pocas deliberaciones que han tenido lugar estas semanas en las Cortes están perfilando un esquema político de la derecha española (UCD-AP) que habría que profundizar. Por una parte, AP quiere desprenderse de la ganga franquista y de la histeria violenta, para pasar a convertirse en el origen de un partido conservador diferenciado de formaciones extremistas. Al mismo tiempo, en UCD van clarificando dos tendencias ideológicas, una de corte social-Iiberal (Garrigues, Fernández Ordóñez) y otra de mentalidad democristiana (Alvarez de Miranda, Cavero). Entre ambas, una serie de personas más o menos azules, que perfectamente podrían ir y venir de AP a UCD, y viceversa, sin que nadie se sorprendiera. Se puede prever ya que el gran partido del Centro es una quimera. Los intereses son mayoritariamente conservadores o socialistas, con una franja de liberales entre ambos. ¿Algo nuevo, comparado con los esquemas que ya existen en Europa? Nada. Así funcionan, básicamente, suficientes países vecinos como para pensar que -si no se fuerzan las cosas y las personas con la palanca del poder- tendríamos pronto un modelo político estable y coherente.

Cuando en estos días se discute sobre si será conveniente un Gobierno de concentración nacional, uno piensa cuántas más posibilidades ofrecería el actual panorama de las Cortes si se rompiera la idea de que UCD es un partido y no una agrupación electoral de partidos. Si hoy, por ejemplo, los liberales o los democristianos han hecho posible el Gobierno Suárez, ¿por qué no puede ocurrir que, en su papel de árbitros y puente entre dos bloques de intereses, den en los próximos meses una mayoría a otro tipo de gobierno?

Roto el espejismo de que estamos ante un partido de centro, la polémica sobre si hay que apuntalar a Suárez, casi por patriotismo, ya que no hay otras opciones viables, pierde sentido. Sí que hay más posibilidades. Una por ejemplo, la combinación política que está sacando de la crisis económica a países como Alemania o Inglaterra. Suárez y sus expertos en comunicación de masas van tejiendo una leyenda generalizada de «yo o el diluvio pinochetiano». A consolidar esta leyenda colaboran, quizá sin querer, grupos y partidos con poca imaginación o con apriorismos de un pasado lejano. Hay que salir de unos carriles que no existen. Hay que ser capaces de analizar si sería posible que -sin convocar nuevas elecciones generales- con la actual estructura de las Cortes, sin asustar al empresario, sin crispar a los distintos poderes fácticos, sería posible otra combinación de votos y otro Gobierno para el caso de que el otoño-signifique el fracaso del que preside Suárez. Otro Gobierno que pudiera ofrecer de forma más verosímil la solución de la crisis. Los trabajadores, los pequeños empresarios, los profesionales, podrán entender un Gobierno socialista, al que apoyen los grupos liberales, lo que dudo que pudieran comprender es un Gobierno de derechas apuntalado por los socialistas.

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