Editorial:

La fragilidad de nuestra industria turística

MILES DE turistas han visto frustradas sus vacaciones, por el incumplimiento de las reservas previamente concertadas, por parte de los hoteleros de Baleares, Canarias y otras zonas del litoral español. Otros muchos pueden ver interrumpida su etapa de descanso por la huelga que amenaza a, diversos enclaves turísticos y puede extenderse a toda España. Los felices augurios de una inmejorable campaña pueden verse así malogrados por la concurrencia de unos factores que no son sino la consecuencia directa de las graves diferencias que la estructura del sector presenta desde su origen.Los casos de ...

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MILES DE turistas han visto frustradas sus vacaciones, por el incumplimiento de las reservas previamente concertadas, por parte de los hoteleros de Baleares, Canarias y otras zonas del litoral español. Otros muchos pueden ver interrumpida su etapa de descanso por la huelga que amenaza a, diversos enclaves turísticos y puede extenderse a toda España. Los felices augurios de una inmejorable campaña pueden verse así malogrados por la concurrencia de unos factores que no son sino la consecuencia directa de las graves diferencias que la estructura del sector presenta desde su origen.Los casos de overbooking, el crecimiento de salarios y costes, la típica estructura de precios, la disminución del gasto por visitante y, por si todo ello fuera poco, la reseñada amenaza de huelga total en la hostelería pueden convertir la presente temporada en una de las menos favorables de la última década, sobre todo para el consumidor, el eternamente mayor perjudicado en cualquier conflicto, de este u otro tipo.

Este país despertó al turismo -hay que decirlo por casualidad. Desde la llegada de aquellos primeros visitantes, acomodados en lúgubres pensiones, improvisados camping, e incluso en casas particulares, España ha ido dotándose de un equipamiento turístico a remolque de los acontecimientos, sin la más leve planificación y en el más completo de los desórdenes. Desde entonces también, la industria turística española se debate en un mar de contradicciones asegurando propiciar un turismo de calidad, pero sin dotar aquellas instalaciones que este tipo de clientela exige y está dispuesta a pagar.

Dotar turísticamente a un país no es como se ha pensado construir desordenada e irracionalmente hoteles, restaurantes, clubs y abominables edificios de apartamentos destrozando el perfil de las costas y sin el más elemental criterio urbanístico. Del mismo modo que hacer rentable una industria tan peculiar como la turística no consiste en llenar a tope -como sea- cualquier elemento habitable de esa parcial infraestructura. Aspectos tan importantes como los transportes y comunicaciones el abastecimiento, la ambientación, la salubridad, la conservación ecológica y muchos otros han sido permanentemente despreciados. Así nos encontramos con irracionales concurrencias de los sectores industrial y turístico en una misma área, cuando a escasos kilómetros existen miles de hectáreas de comarcas deprimidas. Que uno dejos núcleos de industria petroquímica más importante de Europa linde con una zona turística capaz de albergar a medio millón de visitantes, se comenta por sí solo.

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Pero un país que -como éste- aspira a situarse en punta de las preferencias del turismo internacional debe ofrecer, además de una adecuada infraestructura, una serie de alicientes peculiares que hagan atractiva la elección. Dicho de otro modo, si España desea potencia turística conisolidada. debe adquirir su propia identidad.

En el orden interno, ni el sector ni la Administración han estado en modo alguno a la altura de las círcuristancias. Uno de los factores que han contribuido al desarrollo industrial español ha sido el superávit constante registrado por la balanza de servicios, derivado de las remesas de emigrantes y los ingresos por turismo, que alcanzaron su cota máxima en 1975, con casi 3.500 millones de dólares. Esta magnitud debería, en buena lógica, haber convertido al sector turístico en el mimado de la economía española.

Nada más lejos de la realidad.

En un contexto sociópolítico típicamente totalitario, la Administración cuidó exclusivamente de ofrecer a la opinión pública recuentos espectaculares de visitantes, en base a nada ortodoxos procedimientos estadísticos. Gubernamentalmente, el sector fue en todo momento dejado a su libre albedrío, permitiendo incluso que, en medio de una total anarquía, cada promotor procediese en base a sus intereses. Así, nadie resultaba protegido, y la mayoría salía, de una u otra forma, frecuenternente malparada.

El equipamiento hotelero, porejemplo, respondea ese comportamiento. La mayoría de establecimientos -más del 80%- están clasificados en las categorías inferiores -tres o menos estrellas- El número de camas es inferior al de los restantes países europeos. La clasificación se realiza en torno a baremos arcaicos e irracionales. La construcción de hoteles tropieza con enormes dificultades financieras y burocráticas. La estructura impositiva es mucho más regresiva que en otros sectores. La legislación es confusa y su aplicación aúna una contundencia sancionadora con la más absoluta discrecionalidad en la inspección.

Por otra parte, el empresario turístico es generalmente autodídacta y, al encontrarse absolutamente desamparado de la Administración, ha debido recurrir a otros canales de garantía. De tal modo, que quienes dominan el panorama turístico español son los tour operator foráneos, que imponen sin trabas sus criterios -precios incluidos- y causan situaciones como la presente, instando a los empresarios a incumplir sus compromisos adquiridos, aprovechando sus dificultades de tesorería y el común desconocimiento de la mecánica sectorial. El hotelero español -canario y balear sobre todo- han dejado sin alojamiento a muchos españoles por haber concertado doblemente sus plazas. Con ello, ha lesionado el sagrado derecho de quien invirtió el fruto de su trabajo en unas bien ganadas vacaciones, y ahora, indefenso, debe renunciar a ellas. El hecho es grave y merece sanción, pero hay que tener en cuenta que los escasos márgenes con los que la industria se desenvuelve fuerzan al empresario a mantener una plena ocupación, síquiera en los meses estivales; la ocupación media anual apenas rebasa el 35 % en el mejor de los casos. Junto a ello, es preciso hacer constar la competencia desleal con que el hotelero se enfrenta: los miles de apartamentos -incontrolados y al margen de la legalidad- que disputan al hotelero la captación de visitantes. En muchas zonas, este tipo de alojamiento son absolutamente mayoritarios.

Todo lo reseñado compromete evidentemente el futuro del sector turístico español, cuyo carácter de primer exportador del país no debe despreciarse. La intransigencia de los empresarios y la impaciencia de los trabajadores puede comprometer el resultado de la presente campaña, que, contemplada a priori con extraordinario optimismo, puede resultar un auténtico desastre. Países con mayor tradición turística que España han perdido su lugar por la sucesión de huelgas y conflictos. Este país puede perderlo poreso mismo y por otras muchas razones, entre las que se cuentan las expuestas. El reto es amplio, pero las posibilidades de resolverlo positivamente también. No sólo el sector tiene la palabra, pero sí un importante papel decisorio.

El crítico momento por el que atraviesa la economía española debe servir para responsabilizar a todos -Administración, empresarios y trabajadores- en una reordenación del sector que se hace indispensable -al menos por ahora- en el sostenimiento de la actividad económica española y del que, además, depende un importante número de familias, por no decir todos los españoles.

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