Espectáculo esperanzador
Madrid, 30 de mayo, diez de la noche, Altamirano esquina a Tutor. Unos jóvenes andan pegando carteles políticos. Como simpatizo con su partido me detengo a charlar.Una muchacha y un compañero suyo me contestan. Por momentos. el aire nocturno se me va haciendo más puro. ¡Qué delicia escucharles! A pesar del trabajo, de las incomprensiones, del alerta ante provocadores, ¡cómo les ilusiona su tarea!
En ésto, otro transeunte les aconseja sobre el arte de pegar propaganda. «¿Es usted militante?, le preguntan. «Yo no milito», responde cogiendo un cartel; «yo soy papelista».
En efecto, ...
Regístrate gratis para seguir leyendo
Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
Madrid, 30 de mayo, diez de la noche, Altamirano esquina a Tutor. Unos jóvenes andan pegando carteles políticos. Como simpatizo con su partido me detengo a charlar.Una muchacha y un compañero suyo me contestan. Por momentos. el aire nocturno se me va haciendo más puro. ¡Qué delicia escucharles! A pesar del trabajo, de las incomprensiones, del alerta ante provocadores, ¡cómo les ilusiona su tarea!
En ésto, otro transeunte les aconseja sobre el arte de pegar propaganda. «¿Es usted militante?, le preguntan. «Yo no milito», responde cogiendo un cartel; «yo soy papelista».
En efecto, es papelista. El cartel boca abajo en el suelo, la brocha bien escurrida, contra la pared con las manos, alisamiento por encima. Visto y no visto: perfecto, sin una arruga.
Nuestro aplauso estalla expontáneo. El hombre sonríe, se despide, coge el lío dejado en el suelo y acelera el paso hacia el cercano metro. Imagino que deseoso de volver a casa tras otras horas de trabajo extra.