Editorial:

El viaje del Rey al Vaticano

POR PRIMERA vez desde hace medio siglo, un Jefe de Estado español dialoga con el Pontífice de la Iglesia católica, en Roma.La visita, de alcance superior al de la cortesía oficial, podría contener proyectos importantes.En medio de terribles quiebras y pasos atrás, una dosis creciente de racionalidad se ha impuesto en las relaciones Iglesia-Estado. Los poderes de derecho divino han desaparecido, y las confusiones entre la autoridad temporal y el poder espiritual se han depurado poco a poco.

España es un país con ejemplos demasiado recientes de un cierto clericalismo avasallador. P...

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POR PRIMERA vez desde hace medio siglo, un Jefe de Estado español dialoga con el Pontífice de la Iglesia católica, en Roma.La visita, de alcance superior al de la cortesía oficial, podría contener proyectos importantes.En medio de terribles quiebras y pasos atrás, una dosis creciente de racionalidad se ha impuesto en las relaciones Iglesia-Estado. Los poderes de derecho divino han desaparecido, y las confusiones entre la autoridad temporal y el poder espiritual se han depurado poco a poco.

España es un país con ejemplos demasiado recientes de un cierto clericalismo avasallador. Por razones históricas, no cuenta, desde hace mil ochocientos años, con religiones o creencias dominantes ajenas a la raíz cristiana. Por añadidura, España ha sido ajena a la convulsión reformista del Renacimiento, y ha recibido con retraso la oleada de secularización de la Revolución Francesa. Y así ha llegado a la mitad del siglo XX con una situación religioso-política confusa, en que las autoridades episcopales intervenían en la esfera de los negocios públicos y en el que los responsables del Estado mezclaban su gestión con una supuesta caución moral de la Iglesia católica. La toma de posición de esta última en opciones politicas concretísimas y su intervención no ya ante los católicos, sino ante todos los ciudadanos, en áreas tan discutibles como la cultura, los espectáculos masivos, la vida sexual o la organización de la vida diaria, hicieron que el intervencionismo eclesial, en los últimos cuarenta años, se viera contestado por una protesta subterránea primero y abierta después que ha dañado gravemente a la propia Iglesia. No han faltado, por supuesto, distorsiones interesadas y reiteración de imágenes excesivas: cuando unos obispos saludaron brazo en alto, en los días finales de la guerra civil, la imagen comprometía a la entera Iglesia española y daba la vuelta al mundo.

Hoy la situación es diferente, y la Iglesia española se ha distanciado tajantemente del poder político. Ha hecho, además, un acto de humildad -la pública rectificación de sus errores- poco frecuente en los seres y en las instituciones humanas. Ha abierto sus puertas a la información y a la crítica, ha introducido el pluralismo en sus filas y ha renunciado, al menos en parte, a las concomitancias con el poder material. La Iglesia de hoy, más pobre, menos influyente, es mucho más creíble y más fuerte.

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En el mundo de hoy, la Iglesia católica -al margen de la misión divina que le reconozcan sus fieles- es junto a la mayor parte de las creencias cristianas o monoteístas, un elemento poderoso en la humanización de la vida colectiva. No negamos que en muchas cosas sea discutible su proceder y su doctrina, pero hay que decir también, desde posiciones claramente no confesionales, que la lucha contra la violencia, la injusticia, el hambre y la ignorancia, es la justificación social de la existencia de instituciones religiosas.

En nuestro país, la Iglesia cuenta, todavía hoy, con un peso incuestionable. Casi diez millones de españoles se reúnen semanalmente en 6.000 iglesias, para celebrar en común los sacramentos y escuchar la homilía. La tradición histórica, social y cultural del catolicismo español constituyen -al margen de toda otra valoración- un fenómeno de primera magnitud.

La cohesión de esa fuerza ha desaparecido en cierto modo desde que la propia Iglesia adoptó la libertad de conciencia y explicó a los -cristianos su deber de respetar la pluralidad de opiniones. La Iglesia hispana vive así hoy problemas desde distintos ángulos propios, que van desde el conservadurismo extrerno al marxismo.

Quedan, no obstante, muchos problemas, y entre ellos uno crucial: mientras la ósmosis entre la Iglesia y la sociedad avanza en nuestro país, siguen sin resolverse las relaciones oficiales entre el Estado español y la Santa Sede. España y el Vaticano van a reanudar, con motivo de este viaje de Estado, una negociación en la que, se busca un terreno de concordia entre las dos esferas; con una limpia delimitación de jurisdicciones. Roma debe reconocer la autonomía necesaria para que el poder civil recupere las zonas antes invadidas por la confesionalidad: enseñanza, Vida civil y organización de la familia, especialmente. El Estado, por su parte, parece dispuesto a reconocer generosamente -el servicio realizado por los 108.000 religiosos que trabajan. en España.

El viaje del rey don Juan Carlos a Roma puede cancelar definitivamente una etapa de equívocos e injerencias mutuas. Y puede clarificar el terreno para una nueva y razonable relación entre la Iglesia católica y la España democrática.

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