Comunicados sucesivos de los secuestradores del señor Oriol

«Somos los secuestradores de Oriol y hemos dejado un mensaje en la cabina de teléfono 448, en Alcalá, cerca del cruce con Goya.» «Oiga, oiga... cerca de Goya, sí, pero, ¿dónde exactamente?» Eran, aproximadamente las ocho y media de la tarde del sábado. La voz, una voz pausada, imperativa, aparentemente segura y con un determinado acento regional, no quiso dar más detalles. Dijo que no se le entretuviera, que ya había dicho bastante.

Media hora después, quizá un poco más, dos redactores de EL PAIS recogían la nota en la cabina señalada. No fue fácil localizarla. En el cruce de Alcalá y G...

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«Somos los secuestradores de Oriol y hemos dejado un mensaje en la cabina de teléfono 448, en Alcalá, cerca del cruce con Goya.» «Oiga, oiga... cerca de Goya, sí, pero, ¿dónde exactamente?» Eran, aproximadamente las ocho y media de la tarde del sábado. La voz, una voz pausada, imperativa, aparentemente segura y con un determinado acento regional, no quiso dar más detalles. Dijo que no se le entretuviera, que ya había dicho bastante.

Media hora después, quizá un poco más, dos redactores de EL PAIS recogían la nota en la cabina señalada. No fue fácil localizarla. En el cruce de Alcalá y Goya hay prácticamente una cabina en cada esquina; cuando no dos (en la rotonda de La Cruz Blanca, en Conde de Peñalver, en Narváez), y ninguna de ellas con números correlativos. Una llamada previa a la Compañía Telefónica («No, no podemos informarles, lo sentimos; ¿han hablado ya con la policía?») hizo desistir de cualquier fácil localización. Había que recorrer la calle, en dirección a Manuel Becerra o en dirección a la Puerta de Alcalá, cruzar veinte veces de acera a acera, y hacerlo rápido, sin nervios y con disimulo.Cuando los dos redactores llegaron a la cabina (a la altura del número 126 de Alcalá), estaba ocupada por un infante de Marina y hacían cola ante ella dos mujeres. En el banco que hay a dos metros escasos de la puerta de la cabina, tres jóvenes de alrededor de veinte años bromeaban con la alegría de una noche de sábado.

La nota estaba en el suelo, pegada al piso con dos chicles blancos y confundida con bastantes octavillas del referéndum pisoteadas. El azar o la propia intención de los secuestradores había colocado en el montón de papelotes una octavilla inmaculada, y esto hizo posible localizarla con toda rapidez.

La nota, publicada en nuestra edición del domingo, estaba escrita con bolígrafo de tinta azul, en letras mayúsculas y posiblemente con la mano izquierda. Esa impresión, no precisamente de un experto, es la que da el trazo de algunas le las letras, como la s o la y. La nota contenía dos errores. Primero, el segundo apellido de José María Dorronsoro, miembro de la ETA cuya liberación exigía, no es Cebeiro, sino Ceberio. Segundo, otro de los detenidos no es una mujer (María Brañas), sino un hombre (José María Brañas).

Idénticos errores vuelven a cometerse en la segunda nota, escrita en igual papel, con la misma letra y en similares términos, nota que acompañaba a la carta que el secuestrado escribió a su esposa.

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Nueva llamada

Esta vez los secuestradores llamaron a EL PAIS a las once de la mañana del domingo (la misma voz, la misma aparente tranquilidad, el mismo tono imperativo) y dijeron que había una carta de Oriol en los lavabos del bar-restaurante Cordero, casi en la esquina de Hermanos García Noblejas y avenida de Aragón.

Estaba allí, efectivamente, apenas visible y de difícil acceso: en un falso techo al que el redactor que fue a recogerlo no llegaba.

Se tardó en alcanzarlo media hora. Primero con unas gafas de sol y paciencia y meticulosidad de relojero. Había que empujar el sobre (esta vez se trataba de un sobre blanco, igualmente plegado en cuatro) sin tocar los bordes de la bombilla, por temor a una descarga, y sin demasiada fuerza, porque se corría el riesgo de que el sobre se metiera para dentro, y en tal caso, con un orificio por el que apenas cabe una mano, estaba todo perdido.

Sobre todo existía el problema de la altura. A los diez minutos de permanecer de puntillas, con el brazo extendido, diciéndose para sí que tranquilidad, que más vale maña que fuerza, y al mismo tiempo que había que salir de allí cuanto antes, el redactor que se había encerrado en uno de los retretes de caballeros estaba poco menos que desesperado.

Habían pasado veinte minutos) la carta seguía en su lugar, caliente por la proximidad de la bombilla.

No quedaba más remedio que pedir auxilio. No en el bar, cuyo personal se alarmaría; no sin disimulo, porque nunca se sabía quién podría estar fuera, pero rápidamente, cuanto antes mejor.

El sobre se extrajo gracias a la ayuda de otro redactor del periódi

co, que permanecía en las proximidades del lugar al volante de coche. Ambos bajaron nuevamente al lavabo de caballeros, se encerraron con cerrojo en una de las cabinas, y el uno, aupado por el otro, alcanzó al fin el sobre. Nadie lo vio salir. El intento había durado una media hora, si no más.En el sobre se encontraba la carta del señor Oriol a su esposa y una nota idéntica a la recogida el sábado.

Más llamadas el lunes

A las ocho y media de la tarde del domingo, hubo una nueva llamada telefónica a la redacción de EL PAIS. Una voz no identificada preguntó: «¿Habéis recogido la carta?».«Sí», fue la respuesta.

«¿La habéis hecho llegar a la familia?» «Sí», se contestó de nuevo.

«Pues ahora todo depende del Gobierno», replicó la voz al otro lado del hilo. «¿Van a volver a llamar?», se les insistió. «No creemos que esta noche tengamos que hacerlo», fue la respuesta. Y, antes de colgar, la voz preguntó, por último: «¿Ya están convencidos de que es GRAPO y no ETA?», tras lo que se cortó la comunicación.

Ayer por la mañana hubo otras dos llamadas al periódico, en algún modo relacionadas con el caso. A una y cuarto, una voz, que se negó a dar todo tipo de identificación, dijo textualmente: «El Comando Adolfo Hitler matará a Felipe González.» La comunicación quedó cortada sin que mediaran más palabras.

Minutos después, una nueva llamada. El comunicante, que tampoco se identificó, manifestó: «Si detienen a Carrillo, matamos a Oriol.»

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