Tribuna:

El pontificio "Giro d'Italia"

La Voz universal de la Iglesia católica parece adolecer esta primayera de una bien audible ron quera italiana. Las admoniciones pontificias a aquellos fieles que intervengan a favor del Partido Comunista en los próximos comicios no deben sin embargo, preo cupar en exceso a quienes no sean diocesanos del obispado romano. Puesto que Roma tiene una dimensión local y otra, para los creyentes, ecuménica. Claro qué los católicos del orbe, que no de la ciudad (urbi et orbi), hubiesen agradecido a Pablo VI una más clara -o simplemente clara- delimitación entre lo que sea un praxis local momentá...

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La Voz universal de la Iglesia católica parece adolecer esta primayera de una bien audible ron quera italiana. Las admoniciones pontificias a aquellos fieles que intervengan a favor del Partido Comunista en los próximos comicios no deben sin embargo, preo cupar en exceso a quienes no sean diocesanos del obispado romano. Puesto que Roma tiene una dimensión local y otra, para los creyentes, ecuménica. Claro qué los católicos del orbe, que no de la ciudad (urbi et orbi), hubiesen agradecido a Pablo VI una más clara -o simplemente clara- delimitación entre lo que sea un praxis local momentánea e intransigente y lo que desde los años sesenta, década en que se ostentan por ambas partes los diálogos entre cristianos y marxistas, vino siendo una de esas normas de conducta tolerante, y tolerada que tienen todos los visos de llegar en su día a convertirse en ley.El esfuerzo de aquellos diálogos a los que asistió una, comisión vaticana; la creación conciliar de un secretariado para los no creyentes, y otros muchos pasos en los que la Iglesia católica probó la fidelidad a su tradición histórica incorporando no poco de lo que no se deja someter, ¿van a resultar vanos por mor de una coyuntura en la que intereses italianos, cuestionablemente legítimos, mandan a todas luces? Católicos y no católicos, desearán que, el desgaste de una democracia cristiana italiana, con largos años de poder adheridos a sus riñónes, no den al traste con la labor de quienes, entonces, a pecho descubierto conseguimos orillar prejuicios seculares entre una fuerza, como el marxismo, que de las barricadas había ya pasado al poder o a sus antesalas, y el catolicismo, que tenía que elegir o los despojos de la púrpura. esto es, la decrepitud de las sacristías, o un diurno y hasta nocturno callejeo (no sólo en jornadas de asueto), que sin duda indujo a algunos a lo que he llamado novata y postconciliar cursilería.

La piedad hacia los muertos es virtud cristiana acendrada, y no dejará de practicarla Pablo VI. Cámbiese pues un Fanfani, vivo y eructante, por un La Pira contento en su cielo (ese cielo en el que, según la homilía funeraria pronunciada hace poco en el Valle de los Caídos, quizá esté uno o no haya nadie). Cámbiese un Aldo Moro -«del sillón al salón o al consejo de administración»- por un Rahner o un Girardi que no sientan en ridículo las listezas de su razón, tan empeñada en la línea de un proyecto eclesial aperturista al encuentro de unos partidos comunistas occidentales que, ya en los años sesenta, hicieron respecto de lo religioso la manifestación primera de lo que hoy se llama euro-comunismo. (Ni la Unión Soviética, ni ninguno de los países que discurrían por la órbita rusa acudieron a los diálogos cristiano-marxistas o marxisto- cristianos. Sí, en cambio, los marxistas franceses, los italianos, los españoles.)

Supongo que a los católicos españoles les preocupará, y mucho, este «Giro d'Italia» en el que pedalea el Papa Montini. Sobre todo a los que se lanzan por la trayectoria de un partido democristiano sin viáticos clericales. Su suerte cívica quedaría gravemente averiada de contar con una exhortación -pongamos que de Tarancón, lo cual nos decepcionaría sobremanera a que los adictos del credo católico que se dice liberado de «principios y potestades», voten por una candidatura que, en tal caso; no podría ser otra, con todos los respetos y muy a mi pesar, que la del señor Silva Muñoz.

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Pero no; don Pablo Seis no será un miope, o cegatón, que no ve más allá de sus narices, sino que en cuanto présbita logrará acomodar su visión a lo que no está ni tan cerca ni tan lejos. Que así sea.

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