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Estrés y exigencia de un viaje fulgurante

Es evidente que la labor de Ferrero ha sido impecable. Entiendo, por tanto, que la decisión de Alcaraz responde necesariamente a motivos extradeportivos

El miércoles nos despertamos con la noticia de la ruptura de Carlos Alcaraz y el que ha sido su entrenador durante los últimos siete años, Juan Carlos Ferrero. Para mí, como imagino que para todos los que segui...

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El miércoles nos despertamos con la noticia de la ruptura de Carlos Alcaraz y el que ha sido su entrenador durante los últimos siete años, Juan Carlos Ferrero. Para mí, como imagino que para todos los que seguimos el tenis sin ser cercanos a Carlos o a su equipo, ha sido una gran sorpresa. No deja de ser una decisión asombrosa después de la magnífica temporada que acaban de cerrar juntos: el tenista murciano se ha coronado como número uno del mundo y ha levantado dos torneos del Grand Slam.

Es por esta razón que tengo claro que el motivo de su separación nada ha tenido que ver con el tenis mismo o con una falta de confianza del jugador hacia su entrenador. Si echamos la vista más atrás de este último curso para analizar todo su recorrido juntos, no sólo valoraremos cómo Alcaraz se ha alzado victorioso en numerosos e importantes torneos, sino también un gran crecimiento tenístico que ha abarcado muchos aspectos de su juego. Es evidente que la labor de Juan Carlos ha sido impecable. O, por lo menos, así me lo parece a mí.

Entiendo, por tanto, que la decisión del jugador responde necesariamente a motivos extradeportivos. He leído en prensa que podrían no haber llegado a un acuerdo en el aspecto monetario, algo que me parece poco probable, dado que el propio Ferrero ha confesado que le hubiera gustado seguir. De ahí se podría deducir que el desenlace obedece al deterioro que, a lo largo de los años, se va produciendo en las relaciones personales, máxime cuando la labor a la que uno se dedica —ambos en este caso— conlleva un grado de exigencia y estrés muy elevados.

El trabajo del entrenador a veces es ingrato, ya que de todo el equipo que acompaña al tenista de élite, es él quien se ve más obligado a entrar en conflicto con el jugador. El simple hecho de exigirle un máximo rendimiento diario, de intentar llevarle al límite o de tener que decirle las cosas menos agradables de escuchar, le ponen en una situación que muy difícilmente competerá a otro miembro del grupo.

En el caso de ellos, habría que sumarle otra cuestión nada baladí. Cuando empiezan a trabajar juntos, Carlos es una promesa de 14 o 15 años que, lógicamente, debe sentirse sumamente agradecido de que un exnúmero uno y exentrenador de un tenista como Alexander Zverev haya apostado por él. En sus primeros años juntos es el técnico valenciano quien prácticamente decide cómo deben hacerse las cosas; sin embargo, a medida que el jugador va creciendo y escalando posiciones en el ranking, y acaba convirtiéndose en la gran figura que es hoy día, intuyo que, lógicamente, es él mismo quien quiere ir tomando las riendas de la relación tanto dentro como fuera de la pista.

No sería nada fuera de lo común que se haya producido algún desencuentro entre ellos durante esta fulgurante trayectoria que ha cambiado considerable e irremediablemente la relación que establecieron en un principio.

Los aficionados españoles esperamos que esta nueva etapa sea igual de fructífera para Carlos. Yo, en particular, creo que seguirá siendo así, como también pienso que lo será el nuevo camino de Juan Carlos, tome el rumbo que tome. La admiración que siento por ambos no me puede llevar a pensar otra cosa. Por consiguiente, sólo me queda desearles mucha suerte a los dos.

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