Alcaraz se sobrepone a un accidentado despegue en Asia
El número uno sufre una torcedura al poco de comenzar el duelo contra Báez, pero se repone y bate con oficio al argentino en el estreno de Tokio: 6-4 y 6-2, en 1h 32m
No es, desde luego, el inicio previsto ni deseado. Al revés: sumamente accidentado. A los 20 minutos, el público de Tokio se lleva las manos a la cabeza y se disparan las alarmas cuando a Carlos Alcaraz, cohete y prodigio de la elasticidad él, se le queda enganchado el pie izquierdo en el desplazamiento y acto seguido se tumba sobre el suelo de la pista entre indisimulables gestos de dolor. Pinta feo el retorcijón, sutil pero aparatoso, puñetero, y así lo corrobora la reacción inmediata del murciano, al que le cuesta incorporarse por sí solo y quien desprende la sensación lógica del susto mientras es atendido en la silla. Hasta ahí, sudores fríos en Japón. Después, el vendaje ayuda y todo queda en eso: un susto. Al final, 6-4 y 6-2 ante Sebastián Báez, en 1h 32m.
“No puedo, no puedo…”, transmite el número uno justo después de que en el ir y venir del peloteo, nada fuera de lo común, el pie izquierdo le haya hecho un extraño. Han transcurrido solo 20 minutos de partido y el marcador refleja un 2-2, cuando de repente, en una maniobra aparentemente liviana, se engancha ligeramente la suela de la zapatilla, él cae tras dar tres pasitos con la otra puntera y va expandiéndose un silencio helador en el paraje que hoy descubría. La primera vez en Tokio, punto de partida de esta gira asiática. Alcaraz se duele, no logra levantarse. Se tumba y una voz joven le pregunta desde la grada, tras 20 interminables segundos: “Are you ok?”. ¿Estás bien?
No lo parece. La escena y la expresión inicial del tenista invitan a pensar en un mal mayor. Sin embargo, esas articulaciones son de chicle. Se estira más y más Alcaraz siempre, rozando todos los límites prohibidos, aunque en esta ocasión el daño nace de lo fortuito y, afortunadamente, no parece revestir finalmente gravedad. Saldrá del apuro el murciano. Y no solo saldrá, sino que lo hará otra vez con nota. El fisio interviene y después de tratarle, de la incertidumbre generalizada y de la congoja monumental, le aplica un vendaje compresor que protege y estabiliza la pisada, así que otra vez vuelta a andar. Pasos precavidos, máxima cautela. Pero intenciones firmes. Break.
Al fin y al cabo, se trata esencialmente de eso: de competir contra el menudo Báez, el 41º del mundo, y a la vez hacerlo contra su propia cabeza, que entre raquetazo y raquetazo, entre movimiento y movimiento, le tenderá unas cuantas trampas mentales. “Tenía miedo”, contará luego. Precaución y adelante. También, un segundo contratiempo, pero éste mucho menor. La lluvia empieza a asomar y el pulso se detiene durante casi media hora, enfriándose la articulación y despergdigando más dudas. “Yo lo noto, en algunas situaciones no, pero en otras me duele”, se dirige a su fisio, Juanjo Moreno, teñido como él de platino para cumplir con lo prometido tras el éxito reciente de Nueva York.
La vuelta a la pista, sin embargo, tan solo sirve para confirmar un día más el gigantesco trecho que existe entre él, mano a mano con Jannik Sinner, y el resto de los jugadores del circuito actual. Hoy día, la impresión es que, salvo despiste propio o infortunio físico, ambos podrían ganar a la pata coja, si no con los ojos vendados. “Carlos me recuerda a Ronaldinho”, se pronunciaba Andy Murray desde el feliz retiro, todavía con mono pero a la vez litigando con las secuelas insalvables de un deporte que hace trizas los cuerpos. Y no le falta razón al escocés. El brasileño podía resolver con una elástica, la espaldinha o una puntera, y Alcaraz también parece poseer un repertorio inagotable.
De modo que, más allá del dolor y los pensamientos, si tiene que abreviar con una dejada con efecto la tira con la misma naturalidad, o si debe evitar conflictos que puedan comprometerle se aplica y cierra la cita rápido, sin líos. Abre el segundo parcial con otra rotura, por si al argentino se le ha pasado por la cabeza la idea de revolverse, y posteriormente no deja que crezca Báez, un tenista interesante e inteligente, pero sin opción alguna en el episodio. Lo remata Alcaraz con oficio y unas estadísticas muy similares al rival, pensando ya en tumbarse en la camilla y en ponerse en manos expertas para seguir rodando. El tenis y los sustos: cualquier día puede llegar a ser maldito.