La ley de Alcaraz, la ley del más fuerte

El murciano vuelve a batir Medvedev en las semifinales (6-7(1), 6-3, 6-4 y 6-4) con una remontada que le guía hacia el epílogo del torneo, de nuevo frente a Djokovic

Alcaraz celebra su triunfo contra Medvedev, este viernes en la central de Londres.Foto: MATTHEW CHILDS (REUTERS) | Vídeo: EPV

El murmullo del motor de un avión acompaña a la rúbrica de Carlos Alcaraz, quien tira un último zarpazo que no regresa y que le guía por segunda vez en Wimbledon, cuarta en un grande, al capítulo final. Cae Daniil Medvedev como fruta madura (6-7(1), 6-3, 6-4 y 6-4, en 2h 55m) y el español pisa, ingenuo él todavía, terreno pantanoso. En determinados sitios, hay determinadas cosas intocables, con las que no conviene bromear. “El domingo va a ser un buen día para los españoles”, dice refiriéndose al epílogo del torneo —enfrente de nuevo Novak Djokovic, 6-4, 7-6(2) y 6-4 a Lorenzo Musetti— y a la final de la Eurocopa entre España e Inglaterra. El football, asunto sagrado por aquí. La central se lo afea con el buuuuuh que se extiende durante tres segundos y la entrevistadora le desliza que es un valiente por haber sacado el tema. Así que, percatándose del lapsus, matiza y se disculpa, manos en forma de perdón: “No he dicho que vaya a ganar España, solo que va a ser un día divertido…”.

Analiza a continuación la victoria, sufrido el inicio y lógica después: ahora mismo, difícil que alguien pueda echarle el lazo. Por fin, las nubes de Londres descansan y se juega a cielo abierto. “Estoy agradecido de jugar outdoor…”, introduce. “Él estaba dominando y jugando muy bien, con su saque y su resto. Así que he intentado quitarme los nervios del principio y el 3-1 del segundo set me ha ayudado; he intentado hacer mi juego y disfrutar. Creo que, en general, he hecho un muy buen partido”, valora antes de explicar cómo ha destrabado finalmente el asunto. “He intentado hacer cosas distintas, cortados, dejadas e ir a la red todo lo que podía; no jugar intercambios largos, no entrar en su juego. No superar los 10 o 12 golpes”, razona tras un duelo que ha comenzado torcido. Como sucediera tres días antes contra Tommy Paul, es un inicio a remolque.

No termina de tocar bien la bola Alcaraz, demasiadas concesiones con la derecha. Si a lo largo de estas dos semanas había edificado su juego sobre el poderío del drive, esta vez el golpeo enroscado visita con demasiada frecuencia el pasillo. La insistencia en esa opción le perjudica. Reactivo siempre, logra enmendarse una primera vez —tras la primera rotura, cuarto juego— y vuelve a hacerlo cuando el ruso ya ha conseguido trazar un considerable trecho entre uno y otro, 5-2 arriba. Sin embargo, no termina de encontrar esa velocidad que tanto le gusta y enfrente está ese Medvedev interminable, kilométrico de extremidades, que lo devuelve todo; el pulpo de los mil brazos, el frontón en todo su concepto. Oda al hormigón. Cuando amanece así, mala idea la de citarse con él sobre una pista. Parapetado en la línea de fondo, repele una y otra vez: bola adentro, y otra, y otra, una más…

Medvedev remata en una acción del partido. TOLGA AKMEN (EFE)

Alcaraz ha conseguido reponerse de la doble dentellada, pero sigue sin estar del todo fino. Se resisten las musas. La ejecución no es del todo limpia. Da saltitos para sacudirse la tensión, creciente, resopla al elegir mal en un globo y, entretanto, Medvedev llega tarde en la cabalgada (segundo bote, interpreta la juez de silla) y se lleva una advertencia al reincidir tras la concesión del break, ahora 5-5. Escupe unos cuantos demonios, más o menos inteligible uno de ellos: Fuck you! (¡Que te jodan!). Él y el lenguaje, ya una tradición. Y de costumbres sabe un rato Wimbledon, donde todo es muy serio y donde no se admiten las salidas de tono. Así que la griega Eva Asderaki se baja de la silla y conversa con el supervisor, escena inusual. Queda la historia en un simple warning, pero el gigantón ya sabe que no debería cruzar la línea. Así no, Daniil. A comportarse.

La ola de Nazaré

Apercibido ya, el tirón de orejas le sienta de fábula y la calentura le concede un plus en el desempate, en el que, dicho sea de paso, Alcaraz vuelve a dar otro paso hacia atrás. El ruso tira un resto paralelo extraordinario, de derecha, y él continúa sin calibrar del todo bien. Siguen ahí esas briznas de suciedad en el cordaje y la elección, en varias ocasiones, no es la mejor. Fluyen por esa cabeza infinidad de ideas al mismo tiempo y de vez en cuando se enredan, demasiadas posibilidades a la vez. Es cuestión de ordenar, de ese puntito de pausa, de claridad. De saber qué exige el momento. Se equivoca. Pero después, una vez entregado ese terreno, rectifica. Set por debajo, va formándose una ola de Nazaré que se traga poco a poco al rival, superado en casi todos los retos en la red y sin el vigor de antes desde la muralla. Anímicamente, el de Moscú va resintiéndose.

Teme Medvedev, tenista laberíntico, que el pulso vaya por los mismos derroteros que sufrió hace un año, bajo esa única dirección que no le interesa en absoluto. Él prefiere el lío, el enredo. Y cuanto más, mejor. Dejar que Alcaraz enfile y crezca: condena asegurada. Aquella noche en Australia con Nadal, incrustada para siempre en el subconsciente. Y de la oscilación de la primera manga va pasándose a un desarrollo más uniforme que va consumiéndole; no se descuelga, combate en el segundo set y sigue ahí en el tercero, resiliente, intentando enzarzar el tema para cambiar la dinámica y contener al monstruo de agua que le viene encima; sin embargo, de un tiempo aquí, aumenta la sensación de que el transcurso de los partidos depende casi enteramente de lo que decida la raqueta del murciano, el joven gobernador. Sinner luce el uno con todo merecimiento, pero hoy por hoy, sobre el tapete manda él.

Alcaraz, en una devolución en la red.Matthew Childs (REUTERS)

Tira entonces un pasante enroscado con la derecha (ahora sí) y se clava delante de su banquillo desafiante, incandescente, retador. ¿Lo veis? Es el rugido de un campeón. Aquí me tenéis, esto es mío. ¿Quién puede conmigo? No hay variable estratégica ni emocional que reanime a Medvedev, quien rema y rema sin parar, contestatario pese a todo; resignado en el fondo ante la aplastante realidad impuesta estos días por el talentoso jugador de El Palmar. Tira el moscovita una bola alta en la defensa para coger aire e intentar detener el tiempo, a ver si de esa forma, por arte de magia, todo cambia, confiando en que en lo que tarde la pelota en caer Alcaraz pueda sufrir un cortocircuito; y tan claro lo ve el chico, tan a placer, que acolcha mal y falla clamorosamente. Pero mira a la primera fila y ríe. Inmejorable señal. Se cubre la cabeza con las manos, trágame tierra, ¡pero qué has hecho, Carlitos!, y luego vuelve a lo suyo.

El derechazo al ángulo es tan demoledor que al adversario no le queda más remedio que alzar el pulgar y reconocer. En mala hora llegó el muchacho, piensa seguramente por dentro. Ni por esas se rinde Medvedev, pero en la atmósfera de La Catedral se percibe que es una mera cuestión de tiempo que la balanza caiga hacia el lado al que todo apunta. Así sucede, como si tuviera que ser necesariamente así, y el ganador se expresa respetuoso y feliz, como suele, saboreando el momento pero con la idea de que la obra está inacabada. Queda un paso. El domingo, ante Djokovic o Musetti. Dice que en la jornada de reflexión jugará al golf. “Soy muy, muy malo, mucho peor que en el tenis, no soy capaz de darle en línea recta, pero ayuda a no pensar y a relajarme”, contesta hambriento, un bocado le falta. “Siento que ya no soy nuevo, ya he estado en esa posición”, resuelve desde la posición que deseaba. Otra vez, Alcaraz en una gran final, con todo lo que ello suele conllevar.

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