Somos difíciles, somos orgullosos, somos fútbol

Argentina está pasando un momento muy difícil en lo político, en lo social y en lo económico, una catástrofe atenuada durante un mes por la fuerza descomunal del Mundial

Argentina se sintió país en Qatar gracias al fútbol. País unido, feliz e ilusionado. Por supuesto que abrazados al héroe providencial que siempre hemos necesitado, un Messi(as) al que hemos terminado adorando solo después de comprobar que era adorado por el mundo. Somos raros.

El país está pasando un momento muy difícil en lo político, en lo social y en lo económico, una catástrofe atenuada durante un mes por la fuerza descomunal del Mundial. ...

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Argentina se sintió país en Qatar gracias al fútbol. País unido, feliz e ilusionado. Por supuesto que abrazados al héroe providencial que siempre hemos necesitado, un Messi(as) al que hemos terminado adorando solo después de comprobar que era adorado por el mundo. Somos raros.

Los fans de Argentina celebran haber ganado la Copa del Mundo de Qatar 2022 contra Francia en la avenida 9 de Julio en Buenos Aires, este 18 de diciembre de 2022.Foto: Nicolás GARCIA | Vídeo: EPV

El país está pasando un momento muy difícil en lo político, en lo social y en lo económico, una catástrofe atenuada durante un mes por la fuerza descomunal del Mundial. Todo gracias a un equipo que no hizo más que defender con orgullo nuestro fútbol, que está construido con muchos materiales que la emoción sabe descomponer hasta esa especie de locura colectiva que bajaba de las tribunas de Qatar. Somos apasionados.

Pero Qatar es solo el último capítulo de una historia que empezó con nosotros. Cuando Argentina se estaba haciendo con flujos migratorios de todas las latitudes, los ingleses nos legaron el fútbol. Un juego recio, algo confuso y que se desenredaba con pases largos. Pero aquel estilo se acriolló rápidamente con un aporte de picardía, habilidad y un coraje que se demostraba poniendo la pierna fuerte y pidiendo la pelota. Alejarse de los ingleses en el terreno futbolístico era una forma de construir identidad. Como ese estilo nos identificaba a “nosotros” tanto como nos diferenciaba de “ellos”, lo definimos como “La nuestra”. Durante muchos años, “La nuestra” fue un sentimiento que se hacía orgullo en la cancha, grito en las tribunas y discurso en el bar de la esquina. Si años más tarde Maradona representó como nadie ese fútbol desde la acción, fue Cesar Luis Menotti quien le puso marco ideológico y lo llenó de contenido y orgullo. En estos días en que el fútbol es más hijo de su tiempo que de un lugar, “La nuestra” sigue viva en los pies de Messi, como estuvo, cómo no, en esa unidad de medida que todavía es Maradona y en ese revolucionario que, mucho antes, fue Alfredo Di Stéfano. Somos orgullosos.

Como tantos otros, Leo completó su aprendizaje en Europa, pero quien lo ve jugar en su barrio con 8 o 9 años, verá que el patrón creativo que le vimos en cada partido que jugó en el Mundial ya estaba desde entonces. Si fuimos a buscar el origen de “La nuestra”, ahora corresponde buscar el de Messi, el hombre que se adueñó sentimental y futbolísticamente de este Mundial. Leo nació en Rosario, en una zona agrícola ganadera que produce trigo, maíz, soja, carne y futbolistas. Todos, productos de exportación de buena calidad. Rosario produce futbolistas de todos los perfiles, pero siempre se caracterizó por su sensibilidad artística a la hora de elegir a sus ídolos. En esa zona nacieron cientos de jugadores y entrenadores de gran nivel. Por eso me gusta decir que Rosario merecía un Messi tanto como Messi necesitó a Rosario. Porque si bien el genio es una cuestión genética, se alimenta de su entorno cultural.

El que llegó a Qatar fue aquel Messi que conocimos desde niño, pero después de una larga travesía de más de 1.000 partidos. Solo él sabe lo que disfrutó y lo que sufrió en el camino, pero lo cierto es que supo qué hacer con esa experiencia y hoy es genio y es sabio. Para demostrarlo hay que darle una pelota porque, aunque los espacios sean cada vez más importantes, a esto se sigue jugando con una pelota. Cuando la recibe, le basta una carrera de 10 segundos llena de frenos, arranques, amagues, como contra Croacia, o aclarar una jugada con un toque torciendo el pie, como en el gol de Di María en la Final. En todo lo que hace hay fútbol del grande. ¿Cómo se detecta? Porque emociona.

Nunca vi a tanta gente de tantos lugares deseando el triunfo de un país solo por un hombre. Esa fuerza, esa energía, parecieron estar detrás del triunfo de Argentina. Cómo si el deseo predestinara. Hasta el fútbol, que no respeta ninguna regla, cayó en esa seducción colectiva.

Pero hubo estructura, como gustan definir ahora al edificio futbolístico. Un equipo que supo jugar todos los partidos con momentos de gran fútbol y un oficio adulto. Además supo sobreponerse a golpes terribles como la derrota frente a Arabia en el primer partido; como el empate contra Países Bajos en el minuto 101 que nos llevó a la prórroga; como el empate de Francia, que obligó a empezar de nuevo la Final y hacerla inolvidable.

Todavía bajo el influjo de Messi, no quiero detenerme en nombres propios. Basta decir que Argentina fue un equipo porque tiene un entrenador que tomó buenas decisiones y porque cada uno llevó sus virtudes y su sacrificio hasta el máximo de sus posibilidades. Todos se alimentaron de todos, como corresponde en un equipo sano, y la recompensa es que cada uno de ellos sale del Mundial con un estatus nuevo, que habrá tiempo de revisar.

Terminado épicamente este Mundial, no sé hasta cuando el país seguirá unido en torno al fútbol porque tendemos a la división. Somos difíciles.

Pero de algo estoy seguro. Si alguna vez necesitamos un ejemplo de cómo hacer algo, incluso un país, apelemos a Qatar, donde un grupo de apasionados jugadores desafiaron juntos todas las dificultades para llegar a lo más alto, bajo el atronador optimismo de una hinchada que contagiaba fe y amor al fútbol. Es que somos muchas cosas, pero también, y ayer más que nunca, demostramos que somos fútbol.

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