El día que Messi puede entrar en el limbo

El diez es como si fuera mi hijo, prefiero que gane él a que me salga tal concierto o tal proyecto porque me ha hecho más feliz que muchas otras cosas de mi vida

Messi, en un saque de esquina durante el partido de semifinales contra Croacia.Dan Mullan (Getty Images)

Aquí en Madrid se juntan en teatros de 2000 personas con bombos y todo. O en casas de más de 20. Pero a mí me horroriza ese plan. La fiesta antes de tiempo. También me ofrecieron entradas para ir a Qatar y no quise. Me lo pensé mucho, pero me da miedo el triunfalismo. El festejar tanto antes de que suene el pitido final. La euforia colectiva que da por ganado el partido antes de tiempo siempre me ha dado mal fario. Y más con el demonio de Mbappé. Prefiero la sobried...

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Aquí en Madrid se juntan en teatros de 2000 personas con bombos y todo. O en casas de más de 20. Pero a mí me horroriza ese plan. La fiesta antes de tiempo. También me ofrecieron entradas para ir a Qatar y no quise. Me lo pensé mucho, pero me da miedo el triunfalismo. El festejar tanto antes de que suene el pitido final. La euforia colectiva que da por ganado el partido antes de tiempo siempre me ha dado mal fario. Y más con el demonio de Mbappé. Prefiero la sobriedad.

Lo iba a ver solo en casa pero me invitó un amigo español, que hincha por Argentina pero que es tranquilo, relajado, con mucho charme y no tiene la locura paroxística que yo en principio tampoco tengo. Aunque no pongo las manos en el fuego por mi mismo si Leo marca tres goles. A Messi lo quiero como si fuera mi hermano, mi hijo, alguien importante en mi vida.

Lo llevo viendo jugar 18 años, desde que apareció en ese partido contra el Español en el estadio de Montjuic y todos dijimos ¿Quién es ese niño que juega así? A partir de ahí lo vi todos los domingos, disfrutando, haciéndome más feliz que muchas otras cosas de mi vida. A veces sufriendo también, como cuando perdió la otra final con Alemania y un par de Champions merecidas contra el Chelsea o la Juve.

Pero hay momentos en los que pienso, “prefiero que gane Messi y que no me salga tal concierto y tal proyecto”. Estoy dispuesto a negociar con el destino cosas de mi vida personal por cosas que le pasen al él. Como ese tío que vendió su casa para ir a Qatar. A veces pasa por encima de mi vida real y mi incredulidad se esfuma como la niebla al mediodía. Quiero este Mundial.

Como argentino y como amante de este deporte que sigo de cerca desde los 5 años cada semana indefectiblemente como parte de mi formación personal y mi cultura. Pero sobre todo lo quiero por Leo. Por lo que significa para este tipo al que me une una gran relación unidireccional de la cual él no sabe nada.

Solo pensar ahora en que se repita aquella imagen de Diego besando la copa pero esta vez con Leo, que nació un año después de aquel otro beso de hace 36 años se me saltan las lágrimas de emoción. Eso me dará mucha alegría y mucha paz y cambiará mi vida radicalmente. Pero por unos días. ¿Una semana? ¿Dos? ¿Un mes? ¿Tres?

La sensación se irá desvaneciendo. Quedarán algunos ramalazos de alegría, orgullo, honor. Y luego volveremos todos a nuestras cosas, a nuestra cotidianeidad, nuestras miserias nada épicas... Pero Leo quedará flotando para siempre en un limbo reservado para los elegidos donde los mortales tienen vetado el acceso y permanecerá ahí observándonos a los y las seres vulgares.

Pero actuará con toda su amabilidad, sin ninguna condescendencia. Tratando de disimular que es una deidad en la tierra, que tiene otro valor que el de los otros habitantes del planeta. Sabiéndose un elegido por los astros y el destino para jugar ese rol y vivir de acuerdo a eso. Pero él disimulará. Lo hará para sentirse mejor. Más normal. Porque e al le gusta la ficción de sentirse normal y bajar al nivel de sus amigos y familiares y coetáneos.

Y asi hacernos sentir mejor al resto de los humanos.

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