México, a un gol de que todo siga igual
El legado de México en esta Copa del Mundo, la más homofóbica y patriarcal de la historia, son dos expedientes por gritos homofóbicos en los estadios y una absoluta carencia de autocrítica
La Copa del Mundo moderna es un evento diseñado por y para la televisión. Las tomas permiten una cercanía que por momentos hace que olvidemos que los futbolistas son de carne y hueso para permitir, aunque sea por un instante, que la mente piense que estamos presenciando un videojuego. La velocidad y precisión con la que se juega al fútbol actualmente también son cómplices de un adoctrinamiento ocular que cada vez más nos impide ver a este deporte como una actividad que ejecutan 22 seres humanos. Esto también implica que la experiencia presencial se convierta cada vez más en algo lejano para el...
La Copa del Mundo moderna es un evento diseñado por y para la televisión. Las tomas permiten una cercanía que por momentos hace que olvidemos que los futbolistas son de carne y hueso para permitir, aunque sea por un instante, que la mente piense que estamos presenciando un videojuego. La velocidad y precisión con la que se juega al fútbol actualmente también son cómplices de un adoctrinamiento ocular que cada vez más nos impide ver a este deporte como una actividad que ejecutan 22 seres humanos. Esto también implica que la experiencia presencial se convierta cada vez más en algo lejano para el público masivo: el mundial se ve por televisión. Sin embargo, el adoctrinamiento no pasa únicamente por el ojo físico sino también por el simbólico.
La televisión —al igual que el cine y otros medios audiovisuales—, tiene además la capacidad de encuadrar aquello que desea que veamos, las tomas que el director (o directora, ojalá) de cámaras elige en un momento determinado para contar una historia.
De esta manera, quienes manejan este deporte en México y en el mundo pretenden encuadrar con su mirada lo que desean que veamos a nivel figurativo. Para la desilusionada afición mexicana, tal vez esta sea la parte más insultante: las declaraciones de quienes protagonizan el fútbol mexicano después de una lastimosa eliminación son un encuadre que poco a nada tiene que ver con la realidad que experimentan la mayoría de quienes se sienten interpelados por el fútbol de manera más o menos estrecha.
Las infinitas —y poco afortunadas— declaraciones que se han compartido en las horas posteriores al conocer su destino, son una muestra más de la poca cohesión que existe en el ámbito futbolístico. Un jugador, Luis Chávez, que asegura no haber entendido las disposiciones tácticas de un entrenador —Gerardo Martino— que decidió no vivir en el país que entrena y quien rápidamente se refirió a la finalización de su contrato una vez terminado el encuentro más doloroso para México de las últimas décadas. ¿Tendrá esto que ver con la gestión de un presidente que asegura que un gol hubiera sido el factor decisivo para evitar el fracaso?
Al igual que en la televisión, la magia consiste en mantener la ilusión intacta. Y tal vez tenga razón, ya que ese gol tal vez hubiera mantenido viva la ilusión, para que resulte más fácil esquivar la mirada frente a todas las áreas que han fracasado a lo largo de los años y meses previos: la ausencia de equipos mexicanos en Juegos Olímpicos, escándalos en la selección femenil, la eliminación de los descensos y ascensos y un largo etcétera. Habrá quienes con crueldad tal vez piensen que era mejor que México no se quedara “a un gol” para que el golpe fuera contundente y significara un verdadero cambio y no una reestructuración estética, como parece que será.
Para hablar del fútbol mexicano voy a permitirme una pequeña acotación: cuando hablo de fútbol mexicano me refiero —para este espacio en particular— al fútbol profesional varonil en su categoría mayor. Somos varias las personas que estamos hartas de meter en un mismo costal a todos los fútboles que poco a nada tienen que ver con el de los varones. No por decisión propia, sino porque el fútbol varonil y sus protagonistas se han encargado de alienarse de todo lo que no tenga que ver con ellos. Eso supone más privilegios (todos ellos) pero también significa una mayor responsabilidad y rendición de cuentas. Pues ahí tienen.
Vuelvo a la televisión. Al igual que la realidad misma, esta puede fácilmente convertirse en una caja de resonancia —en sentido literal y metafórico— mediante la cual entendamos la realidad y los acontecimientos. El fútbol mexicano vive por y para esa caja de resonancia, ese lugar en el que los aplausos y las risas son infinitos porque al igual que en las comedias situacionales son grabadas, corresponden solamente a una parte de la realidad. La televisión ha sido y seguirá siendo aquella que dicte la vida útil del fútbol mexicano, la que habla de “nosotros”, la que se enfoca en “los nuestros” creando la idea de que los poderes gestores del fútbol mexicano y quienes se dedican a replicar sus hazañas o crisis forman parte de una gran familia.
Una liga con dueños de equipos que deciden a placer con base en el corto plazo, que vive por y para la televisión, en absolutamente todos los sentidos, no puede ser un reflejo de la realidad dado que se circunscribe a los encuadres propios, ficcionados y distanciados de la realidad, que sus directores de cámaras —en este caso los tomadores de decisiones— pretenden regalarse a fin de seguir en su propia transmisión, en un mundo alejado completamente de la realidad que corre fuera de la caja. Sin embargo, la paráfrasis a Juan Villoro en uno de sus tantos y exquisitos análisis respecto de este deporte resulta más que pertinente a estos fines.
No hay ficción que supere la realidad del deporte y en este caso la realidad deportiva ha superado al fútbol mexicano una vez más. Con claridad meridiana y sorprendente soberbia, el fútbol mexicano sigue viviendo en su propio encuadre, pretendiendo que quienes vivimos fuera de esa caja de resonancia veamos lo mismo. Aquí, la eliminación del equipo mexicano de la última copa del mundo que tendrá a 32 equipos como competidores —el mundial en su estado más puro— ha generado un reconocimiento real y un llanto colectivo que no puede borrarse con un tiro de cámaras distinto o con risas grabadas. Si en lo deportivo era poco posible que México se destacara, ha decidido tampoco hacerlo con algún pronunciamiento o acción en torno a lo que sucede fuera de su cajita: las violaciones a los derechos humanos o las causas sociales que han movido a otros seleccionados. El legado de México en esta Copa del Mundo, la más homofóbica y patriarcal de la historia, son dos expedientes por gritos homofóbicos en los estadios y una absoluta carencia de autocrítica. El audio en la caja de resonancia funciona a la perfección.
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