Memorias atléticas y un ruego a Ricky
Las primeras imágenes del atletismo me han dado un ataque de nostalgia, en el que he transitado de Bob Beamon y Dick Fosbury a Michael Johnson y Usain Bolt
Ha empezado el atletismo y con las primeras imágenes me ha dado un ataque de nostalgia. Ya que detecto en el personal un poco de bajón medallístico, transitemos por otros parajes y escarbemos en la memoria a ver qué sale.
México 68. Bob Beamon. Tenía yo nueve años cuando tuve noticia de su salto, y lo primero que hice fue pedirle un metro a mi madre para llevar al colegio. Aprovechando el primer recreo del día y junto a mi compi de pupitre, medimos 8,90 metros en el patio. Al colocarnos uno en cada esquina, fui...
Regístrate gratis para seguir leyendo
Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
Ha empezado el atletismo y con las primeras imágenes me ha dado un ataque de nostalgia. Ya que detecto en el personal un poco de bajón medallístico, transitemos por otros parajes y escarbemos en la memoria a ver qué sale.
México 68. Bob Beamon. Tenía yo nueve años cuando tuve noticia de su salto, y lo primero que hice fue pedirle un metro a mi madre para llevar al colegio. Aprovechando el primer recreo del día y junto a mi compi de pupitre, medimos 8,90 metros en el patio. Al colocarnos uno en cada esquina, fuimos conscientes de la distancia, y durante un rato estuvimos quietos, incapaces de creer que alguien pudiese pegar un salto así.
México 68. Dick Fosbury. Revolucionario. ¿Quién no se ha tirado alguna vez sobre una cama imitando su estilo?
Montreal 76. Alberto Juantorena. La elegancia y el deleite para la vista. Zancada redonda, fácil y poderosa y ese tren superior erguido como si además de correr lo más rápido posible, quisiese representar el orgullo revolucionario cubano.
Moscú 80. Coe vs Owett. La antítesis de la elegante rivalidad Nadal-Federer. Coe era el bueno, Owett el malo. Owett golpeó primero ganando los 800, la prueba fetiche de Coe, y este se lo devolvió ganando el 1.500 en el que Owett era favorito. Tiempo de carreras con el cuchillo entre los dientes. Yo iba con Owett.
Seúl 88. Final de 100 metros lisos con Carl Lewis y Ben Johnson. Luego fue denostada hasta denominarla la carrera más sucia de la historia, pero el día que se celebró, el mundo aguantó el aliento y no pestañeamos durante unos 9,79 segundos tan asombrosos como inolvidables. Yo iba con Ben Johnson.
Seúl 88. Florence Griffith. Icono femenino, las uñas más famosas del atletismo mundial. Lo suyo en Seúl fue grandioso. Ganó, batió los récords mundiales de 100 y 200 —que siguen inalcanzables hasta hoy— y se marchó por donde vino. Verla correr te hipnotizaba.
Barcelona 92. La curva de Fermín Cacho. Sin más.
Atlanta 96. Los 200 de Michael Johnson. Nadie ha corrido tan bien la curva, con esa frecuencia de piernas de dibujos animados y esa parte superior del cuerpo casi inmóvil, como si le hubiesen metido un palo en salva sea la parte. Cuando faltaban 90 metros el oro estaba ganado, pero Johnson luchaba contra él mismo, y le ganó con su histórico 19,32s.
Sidney 2000. Robert Korzeniowski. No me pregunten ni cómo ni por qué, pero tuve una época en la que me flipaba con la marcha. Igual fue por Jordi Llopart, o simplemente por la curiosidad de ver a gente con mucha prisa pero sin poder correr. En aquellos Juegos, el polaco era la gran estrella de la marcha y ganó los 20 y los 50 conmigo pegado a la tele.
Pekín 2008. Los 100 y 200 de Usain Bolt. En sus primeros Juegos, he de reconocer que no me entró del todo bien, con ese show precarreras que me parecía algo sobreactuado. Pero tardé poco más de nueve segundos en hacerme de su club de fans. En el 100, esa llegada frenando los últimos 25 metros para terminar batiendo el récord del mundo me rompió la cabeza. Y unos días después, bate el de 200 de Michael Johnson. Dos barbaridades de un marciano. Y las que vinieron más tarde...
Como me ha salido una lista muy poco paritaria, tengo espacio en la memoria para Ludnila Kratrochvilova y toda la polvareda que levantó, Evelyn Ashford, con la que coincidí un día en un comedor de la villa olímpica de Los Ángeles, Marlene Ottey, Marion Jones o la gran Ruth Beitia. Todas grandes, muy grandes.
Postdata. No, Ricky a Cleveland no, por favor.
Suscríbete aquí a nuestra newsletter especial sobre los Juegos de Tokio