El pez diablo sube a la superficie
Hay que creer siempre, aunque Dios finja no existir; hay que presionar hasta el final, aunque el empate te valga; hay que exigirse, en el amor y en la Champions, lo que los demás esperan de ti
Solo los comentaristas de RAC1, en un vibrante momento de lucidez durante la remontada histórica del Madrid al City en 2022 supieron describir a la perfección el partido que se celebró este martes, tres años después, entre el City y el Madrid: no se trata de fútbol, se trata de un fenómeno paranormal. Pero se olvidaron de algo: no es paranormal, es paranormalísimo. La nueva paranormalidad, que era la vieja. El Madrid haci...
Solo los comentaristas de RAC1, en un vibrante momento de lucidez durante la remontada histórica del Madrid al City en 2022 supieron describir a la perfección el partido que se celebró este martes, tres años después, entre el City y el Madrid: no se trata de fútbol, se trata de un fenómeno paranormal. Pero se olvidaron de algo: no es paranormal, es paranormalísimo. La nueva paranormalidad, que era la vieja. El Madrid haciendo cosas del Madrid en los últimos minutos. La bestia callada y herida, sangrando por todas las heridas de esta temporada, sangrando por las lanzadas de equipos grandes que lo maniataron hasta el final este año, emergió como un pez diablo abisal en el partido más importante y contra el rival más grande, contra el entrenador más grande, en el estadio maldito: dos golazos, uno en el último segundo, y a poner a reventar el Bernabéu de gente en la vuelta. Ha vuelto la Champions, gritaban en Macondo cuando volvía el gitano Melquíades con sus cachivaches mágicos al pueblo; ha vuelto la Champions, como grita aún en los pueblos el afilador dándole a la rueda debajo de las ventanas. Y ha vuelto el Madrid. Ha vuelto la felicidad, cuando más se la esperaba, cuando más se la necesitaba.
Y eso que el partido empezó con mural burlón hacia Vini recordando sus lloros bajo una hermosa imagen de Rodri besando el Balón de Oro. Rodri le sacó una foto. No extraña. Cualquier prueba es buena para, en el futuro, asegurar que ganó el Balón de Oro 2024. Y eso, también, que de todas las variables catastróficas que el Real Madrid había ensayado con éxito esta temporada contra clubes grandes, había una inédita que fue convenientemente explotada durante 45 minutos en Mánchester: jugar mejor, crear ocasiones claras, fallarlas y perder. Se olvidó el Madrid de jugar a nada y jugó a todo, y el marcador le hizo recordar en algún momento a los tiempos en los que el monstruo Champions permanecía agazapado sin saber qué hacer con el balón más que para sacarlo de la línea de meta antes de que cruzase, y luego inyectar el veneno mortal.
Se presentó un City sometido durante muchos minutos a un bombardeo constante: Mbappé, Valverde, Vinicius. Hasta Mendy tuvo una ocasión clara en el bazar de la defensa citizen superada por momentos, descalabrada otros. Nada había. Tuvo que ser el peor remate de la vida de Mbappé el que le empezase a dar aire al Madrid para la vuelta. Un aire que depositó al Real en el segundo tiempo con maneras de mariscal y mordedura de cobra, entregado como nunca en el estadio de Guardiola a una manada sensacional encabezada por Vinicius, Rodrygo y Mbappé durante minutos que se dirían imperiales si en el Madrid el juego fuese imperial, no los goles.
Y no hubo goles blancos hasta los minutos Madrid, ese manojo de minutos en que parece que ya está todo hecho, que no hay más, que esto a los 50 años es lo que la vida nos ha ofrecido y lo aceptamos con resignación. Un 2-1 y a esperar la vuelta, o que haya luz después de la muerte. Pero en la vida hay que ser el Madrid, aunque en el fútbol no seas del Madrid. Hay que creer siempre, aunque Dios finja no existir; hay que presionar hasta el final, aunque el empate te valga; hay que exigirse, en el amor y en la Champions, lo que los demás esperan de ti. Y repetirlo una y otra vez, una y otra vez. Porque nadie, nunca, se aburre de esto.