Entender el fútbol y sus contradicciones
El fútbol no se lleva bien ni consigo mismo ni con la sociedad, pero sigue siendo el primer productor mundial de conversaciones y de emociones
Si acordamos que el fútbol es un juego exageradamente humano, estaremos también de acuerdo en que es exageradamente contradictorio. Cuando creemos haber llegado a una conclusión, chocamos con una prueba inesperada que la desbarata y nos desarma. Se vive más cómodo con evidencias, pero el fútbol suele tener dos: una y la contraria. Mejor andar siempre con la guardia alta a la hora de hacer predicciones.
Lo que está ocurriendo con Pep Guardiola le sirve de testigo a esta introducción. Tengo a Pep como el mejor entrenador del mundo por conocimiento, pasión, creatividad, experiencia, result...
Si acordamos que el fútbol es un juego exageradamente humano, estaremos también de acuerdo en que es exageradamente contradictorio. Cuando creemos haber llegado a una conclusión, chocamos con una prueba inesperada que la desbarata y nos desarma. Se vive más cómodo con evidencias, pero el fútbol suele tener dos: una y la contraria. Mejor andar siempre con la guardia alta a la hora de hacer predicciones.
Lo que está ocurriendo con Pep Guardiola le sirve de testigo a esta introducción. Tengo a Pep como el mejor entrenador del mundo por conocimiento, pasión, creatividad, experiencia, resultados, influencia… Pero ni siquiera él es infalible. Para desconcierto y tranquilidad general, le está tocando perder seguido. Desconcierto, porque en su larga carrera esto es algo excepcional; tranquilidad, porque nos hace sentir menos tontos. Si Pep no le encuentra la vuelta, lógico que los demás tampoco lo consigamos.
De los laberintos se sale por arriba, así que nos proponemos salvar el tema por elevación. Hablo en plural, porque en los últimos días debatí esto con varios entrenadores importantes que, como yo, justifican este hecho excepcional quitándose importancia: “lo que le ocurre a Pep es sano porque demuestra que los jugadores son más importantes que los entrenadores”, me dicen. Menos mal, porque estábamos a punto de creer que los entrenadores eran más importantes no solo que los jugadores sino también que la pelota.
Nadie es una garantía de nada. Tampoco los jugadores. ¿Qué me cuentan de Mbappé? Un crack inteligente y en la plenitud de su carrera que vino a fortalecer al campeón de Liga y Champions. Como nadie, y menos un crack, se olvida de jugar al fútbol, nos volvemos locos intentando explicar lo inexplicable. “Ja, ja, ja”, responde el juego.
El fútbol se nos escapa también como fenómeno socioeconómico. Crece, crece y crece y ya no sabemos dónde hace base, porque el juego no hace otra cosa que quejarse del negocio y el negocio no para de quejarse del juego. Lo malo es que los dos tienen razón. Los jugadores se sienten estresados por la cantidad de partidos y por los compromisos ajenos a la naturaleza deportiva, como los de contribuir con su imagen a la producción de dinero. El negocio no soporta que el producto que maneja siga siendo tan primitivo ni que los jugadores sigan siendo tan humanos. No colaboran con el departamento de marketing, se lesionan cada dos por tres y se ponen las botas a fin de mes. Así no hay negocio que resista.
Los clubes pretenden utilizar los estadios como plataforma para ganar dinero todos los días de la semana, pero los vecinos son más mimosos aún que los jugadores y protestan porque los conciertos hacen temblar las casas y obligan a las familias a hablar a los gritos. Así las cosas, el Madrid pierde glamour y el uno por ciento del presupuesto se escapa por el mismo hueco que el ruido, como explicó Florentino en la asamblea anual del Madrid.
El fútbol no se lleva bien ni consigo mismo ni con la sociedad, pero sigue siendo el primer productor mundial de conversaciones y de emociones. Vía de escape que toca extremos de frustración y felicidad que ayudan a vivir intensamente. ¿Importa si no lo entendemos? No solo no importa, sino que es dentro de ese misterio donde habita el monstruo indomable que maneja el fútbol y que se rebela contra ese capitalismo ramplón que se apodera de todo lo que se mueve, incluso de las causas populares. Ahora viene la IA para intentar domesticarlo, pero que no se haga ilusiones, las contradicciones humanas son indescifrables y en el fútbol campan a sus anchas.