Guardiola, la construcción de una máquina de ganar

El entrenador catalán, de nuevo campeón de la Premier, enseñó que el tikitaka tiene sentido cuando la posesión tiene sentido: el de hacer daño. Que la estética es necesaria cuando sirve para ganar

Pep Guardiola, reacciona en el Etihad Stadium tras marcar Rodrigo el tercer y definitivo gol para el City.Lee Smith (Action Images via Reuters)

La época de Guardiola como jefe del vestuario del Barcelona se saldó con un sutil, apenas perceptible, cambio en la estructura social: el madridismo empezó a ser, por primera vez en su historia, antibarcelonista. Nos convirtió a los madridistas en tipos preocupados por nuestro equipo, sí, pero de repente nos vimos preguntando también por el horario del Barça-Athletic y ponerlo para animar al Athletic, o a quien correspondiese. El Madrid para el madridista era el Madrid y nada más, importaban sus victorias y sus derrotas y nada más, era el partido que se veía en la tele y nada más; el resultado...

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La época de Guardiola como jefe del vestuario del Barcelona se saldó con un sutil, apenas perceptible, cambio en la estructura social: el madridismo empezó a ser, por primera vez en su historia, antibarcelonista. Nos convirtió a los madridistas en tipos preocupados por nuestro equipo, sí, pero de repente nos vimos preguntando también por el horario del Barça-Athletic y ponerlo para animar al Athletic, o a quien correspondiese. El Madrid para el madridista era el Madrid y nada más, importaban sus victorias y sus derrotas y nada más, era el partido que se veía en la tele y nada más; el resultado por el que se preguntaba al salir de un concierto, y nada más. Guardiola absorbió el “y nada más” durante cuatro años y Messi lo prolongó, ya sin armamento ideológico pero con fulminantes resultados, algunos años.

Pero el Barcelona de Guardiola, el acaparamiento de focos, miradas y elogios, fue el único momento en que el Barcelona era el equipo más observado, alabado y odiado del mundo: lo que siempre había sido antes de él, y volvió a ser después de él, el Real Madrid. No es que nos quitase los títulos, que eso tiene que pasar. Es que nos quitó el protagonismo y algo aún peor, nos arrebató también la indiferencia que la soberbia madridista aplicaba al Barça: de repente odiábamos al Barça y odiábamos a Guardiola; de repente un culé decía, con la toda la pachorra del mundo, que le daba igual cómo quedase el Madrid, que ellos estaban a lo suyo. Hubo un año escandaloso en que aquel Barcelona se iba al descanso siempre con 4-0 en que estoy seguro de que los barcelonistas no se enteraban ni de cuándo jugábamos. Y cuando jugábamos contra ellos, no solo nos ganaban, sino que al acabar el partido Xavi nos explicaba por qué. Si Dios existe, lo espectacular serían los milagros, no la misa.

La tecla que Guardiola había tocado tenía que ver con lo emocional. El entrenador que empezaba a ser eminencia táctica consiguió que en sus vertiginosos años la plantilla no se distrajese un solo segundo. Tampoco cuando el Madrid de Mourinho empezó a hacerle daño y a ganar títulos: tiene más mérito del que se cree porque el Barcelona del sextete no bajó la guardia un segundo. No se trataba tanto de la gestión de egos sino de la gestión del hambre; con estrellas mundiales saciadas, muchas de las cuales volvían de Sudáfrica con el mayor título de todos en el bolsillo, Guardiola les tiró la pizarra a la cabeza y les dijo que además de saber jugar al fútbol hay que querer, por encima de todo, ganar. Que el tikitaka tiene sentido cuando la posesión tiene sentido: el de hacer daño. Que la estética tiene sentido cuando sirve para ganar: lo otro es galería y generalmente ridículo. Que si das doscientos pases y el rival no corre detrás de la pelota porque los pases son estúpidos, al único que cansas es a tu aficionado.

Un día dijo en Madrid que en las salas de prensa Mou era el “puto amo” sabiendo que en dialéctica, motivación y excitación previa del vestuario propio no se distinguía mucho de él, cada uno a su manera. Desde la 2008-2009 hasta esta temporada, en la que acaba de ganar la Premier, han pasado 16 años. En solo una temporada se ha quedado sin ganar nada. No ha habido una derrota, por ejemplo ante su eterno rival en Champions, por humillante (0-4 en 2014) o dolorosa (2022 y 2024) que fuese, que haya hundido al vestuario más de un día. Otro equipo después de los penaltis de Manchester y los 120 minutos previos se hubiera quedado en shock rascándose la cabeza y viendo pasar la Premier, como aquel Madrid impresionante de Queiroz después de Mónaco. Los equipos de Guardiola nunca lo hicieron. Son muchísimos años. Demasiados como para creer, como siguen creyendo muchos, que es un fútbol de laboratorio; es un fútbol humano, hecho de las mismas cosas con las que se construye la victoria: cada día es el último, y el penúltimo no vale nada. Odiar es un ejercicio delicado: después de unos pocos años odiando, lo que viene a continuación es una admiración sorda. Nunca querría a Guardiola en mi equipo (él tampoco), tampoco lo quiero enfrente.

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