Los jugadores-expectativa
Septiembre es un mes muy Dembélé: no se repetirán los errores del pasado invierno, mejoraremos en muchas facetas de la vida, no saldremos tanto, corregiremos posiciones tácticas, defenderemos mejor, comeremos verduras
Interesante entrevista de Dembélé en Francia. Llena de buenos propósitos (“¿La definición? Tengo que mejorarla”) y de ilusión. Septiembre es un mes muy Dembélé: no se repetirán los errores del pasado invierno, mejoraremos en muchas facetas de la vida, no saldremos tanto, visitaremos más museos e iremos más al teatro, haremos tablas de ejercicios cada mañana, corregiremos posiciones tácticas, defenderemos mejor, no nos lesionaremos, comeremos verduras. O sea: este año, sí. Durante seis año...
Interesante entrevista de Dembélé en Francia. Llena de buenos propósitos (“¿La definición? Tengo que mejorarla”) y de ilusión. Septiembre es un mes muy Dembélé: no se repetirán los errores del pasado invierno, mejoraremos en muchas facetas de la vida, no saldremos tanto, visitaremos más museos e iremos más al teatro, haremos tablas de ejercicios cada mañana, corregiremos posiciones tácticas, defenderemos mejor, no nos lesionaremos, comeremos verduras. O sea: este año, sí. Durante seis años, cada septiembre el aficionado culé creía en Dembélé, y está muy bien eso: creerse a Dembélé es creerse a sí mismo; ¿de qué manera vamos a confiar en nosotros en septiembre si no confiamos en Dembélé?
Durante muchos años se produjo un malentendido histórico en el madridismo que tenía que ver con Guti. Guti era un jugador, se nos dijo, para estar entre los tres mejores del mundo. Cada vez que llegaba un galáctico nuevo al Madrid salía del vestuario pálido: “El mejor es Guti”. Este año, sí, suspirábamos: Guti titular y ganando el Balón de Oro. Ya hacia al final, cuando quedábamos seis confiando, apareció Guti a principios de octubre en una portada extraordinaria en el diario Marca: “Soy un Guti más humano, futbolero y cristiano”. Tenía 33 años y se estaba haciendo futbolero. Esperábamos a Guti sin saber que la esencia de Guti consistía en lo sublime, la interrupción, los 40 minutos que regalaba cuando le daba la gana; Guti nos dijo en el campo durante toda su carrera que él no era septiembre, aunque ese mes apareciese en Valdebebas con gafas redondas en plan “este año voy a atender a la pizarra”, sino junio, cuando reparas en que no has hecho dieta, has salido más que nunca, has vuelto a fumar y a las hamburguesas, y empiezas el verano a taconazo limpio porque para que lo te queda en el convento te cagas dentro.
No, no va a ser el año de Dembélé. Quizá tenga un gran año, pero nunca será su año. Ni siquiera va a ser Guti, aunque tiene condiciones para ser lo que le dé la gana. Lo mejor que podemos hacer con nosotros mismos es lo mejor que podemos hacer con Dembélé: no tirar de expectativas sino de hechos, conformarnos a ratos con nuestra naturaleza feliz e incorregible, seguir poniéndonos deberes para contar luego que se los comió el perro, y dedicarnos a creer que en septiembre cambiarán cosas que no cambiarán nunca. Expectativa se tiene en lo nuevo, en las cosas que se van a estrenar y no se sabe cómo saldrán, como Messi en aquel amistoso con la Juve o el día en que Zidane se sentó en el banquillo y si nos dicen que íbamos a ganar tres Champions seguidas nos caemos de culo.
Entonces no se sabía nada del Zidane entrenador, no se conocían sus pizarras ni sus métodos. Aquello fue como poner en el banquillo un monumento. El día de su debut hubo gente en el Bernabéu que empezaba a murmurar cuando el balón se perdía por banda y podía controlarlo el francés divino. Era el runrún que poblaba las gradas cuando el 5 tenía un día estupendo o Guti, que cuando era bueno era el mejor, sacaba a un doble al campo a hacerse pasar por él porque hacía mal tiempo, el rival era el Numancia o lo que fuese. El runrún de “que viene Dembélé”, pero en realidad lo que viene, y lo que tenemos encima, es septiembre. Y aunque sabemos dónde acaban los buenos propósitos, nos gusta pensar que este año no.
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