Shoko Etoh, la viuda del alpinista Kazuya Hiraide: “No entiendo por qué puede alguien pensar que mi marido era egoísta”
La japonesa, de visita en Bilbao, explica la relación con su marido, uno de los alpinistas más grandes de la historia, desaparecido el pasado julio en el K2
Hace un año, de pie sobre el escenario del Palacio Euskalduna de Bilbao, el alpinista japonés Kazuya Hiraide prometió regresar y narrar, documental mediante, su expedición a la cara oeste del K2. Transcurridos 12 meses, es su viuda Shoko Etoh quien recoge emocionada los aplausos del público y el homenaje del Mendi Film Festival. Su marido nunca regresará del K2 y nadie irá a buscar su cuerpo ni el de su compañero Kenro Nakajima: un accidente segó sus vidas el pasad...
Hace un año, de pie sobre el escenario del Palacio Euskalduna de Bilbao, el alpinista japonés Kazuya Hiraide prometió regresar y narrar, documental mediante, su expedición a la cara oeste del K2. Transcurridos 12 meses, es su viuda Shoko Etoh quien recoge emocionada los aplausos del público y el homenaje del Mendi Film Festival. Su marido nunca regresará del K2 y nadie irá a buscar su cuerpo ni el de su compañero Kenro Nakajima: un accidente segó sus vidas el pasado mes de julio. Shoko, su hija de seis años y su hijo de nueve, añadieron una parada en Bilbao, camino de los Alpes donde hace escasos días recogieron el cuarto Piolet de Oro que viste la carrera extraordinaria de Hiraide, tres de ellos en cordada con Nakajima.
Escalar en estilo alpino la salvaje y expuesta vertiente oeste del K2 hubiera supuesto un punto y aparte en la carrera de Hiraide, su canto del cisne: ya no escondía su aprensión al encuentro de las montañas, la certeza de un miedo que le obligaba a refugiarse al calor de su compañero de cuerda, más joven, más decidido, menos inclinado a pensar en los peligros objetivos de la montaña. Ambos alpinistas escogían sus ascensiones a base de exploración, buscando a menudo un aislamiento severo que les permitiese vivir aventuras genuinas, de gran talla. Pero también escogían trazados que les dejasen avanzar con rapidez: no tenían el nivel técnico de otros alpinistas del momento pero si eran capaces de lidiar con rutas objetivamente peligrosas, de esas en las que la suerte y las decisiones correctas siempre ocupaban un porcentaje elevado en la ecuación necesaria para regresar con vida. Su fortuna murió en el K2.
Muy a menudo, viudas y viudos de alpinistas quedan en silencio, como si su desgracia molestase. Nadie se atreve realmente a inquirir por sus sentimientos, por una soledad que la sociedad atribuye al caprichoso deseo de escalar montañas. Shoko, sin embargo, desea hablar y lo hace con una serenidad desconcertante.
El imaginario colectivo siempre ha tendido a simplificar la muerte de los alpinistas (ya fuesen hombres o mujeres) casados y con familia: simples egoístas irresponsables. Shoko no comparte dicha apreciación reductivista: “Mi marido era conocido entre los alpinistas japoneses, pero cuando falleció se hizo visible para todo Japón, algo que me sorprendió mucho. Quizá el hecho de morir en una montaña le haya hecho así de famoso…, pero en lo que a mí respecta carece de importancia el dónde. Sí, ha muerto escalando pero podría haberlo hecho conduciendo, o de cualquier otra manera. Siento profundamente la pérdida pero ésta no es más acusada por haberse dado en el K2. Cuando me dijeron que habían sufrido un accidente, tuve dos días de esperanza en los que confié que regresaría a casa, pero enseguida, su equipo del campo base me dijo que no había nada que hacer. En Japón aceptamos que la vida es un tránsito hacia la muerte, es algo natural, parte de la existencia…”.
Si la cultura japonesa tiende a aceptar la muerte de forma más contenida o serena que en occidente, la visión romántica del alpinismo que se conserva en Europa no tiene nada que ver con la que se cultiva en Japón. “No entiendo por qué puede alguien pensar que mi marido era egoísta. La gente debe entender que Kazuya lo hacía todo pensando en la familia. No iba a la montaña solo por pasión, sino porque era su fuente de ingresos con la que mantenía a su familia. En un momento dado, cuando tuvo problemas con la empresa que le pagaba, le animé a que la dejase y fuese a las montañas como amateur, pero me dijo que no, que quería un sueldo para contribuir en casa. Nunca lo contemplé como una persona egoísta. Para mí, tenía un trabajo como el de cualquier otra persona”, defiende.
La empresa que pagaba a Hiraide ha mantenido su sueldo hasta finales del pasado mes de noviembre. Ahora, Shoko busca trabajo.
En su casa, el matrimonio jamás llegó a abordar la posibilidad de que Kazuya pereciese en el curso de una expedición, como si solo el hecho de mencionar la posibilidad invitase a un desenlace oscuro. Pero éste pidió a su mujer que si pasaba algo grave en el seno de la familia, no se lo comunicase hasta su regreso. Tampoco solían hablar de montaña, pero a veces la curiosidad era más fuerte que ella y le sorprendía preguntándole cuestiones como por qué nunca usaba oxígeno artificial en sus expediciones: “Me decía que sería cómodo, pero que pesaba mucho”, sonríe.
Shoko sabe lo que supone haber ganado cuatro veces el Piolet de Oro (podría ser algo más complicado que ganar cuatro oros olímpicos en atletismo), pero destaca la extrema modestia de su marido. Si recibió premios, nunca fue este el motor de sus viajes, sino la ilusión perpetua de explorar, de perderse y encontrarse intacto, la cabeza repleta de experiencias. Ella ni siquiera recuerda cómo fue su última conversación y solo un rato después recuerda la videoconferencia desde el campo base del K2, el día que se celebra el día del padre en Japón. “Mi hija le cantó una canción a modo de regalo y no hubo mucho más…”, señala. “Pocos días después, sufrió el accidente y cuando entendí que no iba a regresar se lo expliqué a los niños. Lloramos los tres, pero enseguida se han repuesto, les veo bien. No nos gusta llorar, aunque estemos tristes. En nuestro país, muchos hombres no se permiten llorar frente a otros. Kazuya era un especialista en animar el ambiente, en ayudar con una broma o una sonrisa en casa. Haber perdido ese apoyo es lo que más tristeza me infunde”, explica con una sonrisa.