Carlos Soria y el Dhaulagiri, necesidad vital
El alpinista abulense de 84 años se recupera de una fractura de tibia mientras todos se preguntan por qué podría regresar a la montaña en 2024
Nadie pregunta a un futbolista por qué patea el balón, ni a un ciclista por qué pedalea, ni a un ajedrecista por qué exprime sus neuronas mientras lee el tablero. Muchos quieren saber, en cambio, por qué un alpinista sale al encuentro de las montañas, donde entre otras muchas cosas, puede encontrar la muerte. Carlos Soria cuenta 84 años de edad y 14 intentos de alcanzar la cima del Dhaulagiri (8.167 m), uno de los dos ...
Nadie pregunta a un futbolista por qué patea el balón, ni a un ciclista por qué pedalea, ni a un ajedrecista por qué exprime sus neuronas mientras lee el tablero. Muchos quieren saber, en cambio, por qué un alpinista sale al encuentro de las montañas, donde entre otras muchas cosas, puede encontrar la muerte. Carlos Soria cuenta 84 años de edad y 14 intentos de alcanzar la cima del Dhaulagiri (8.167 m), uno de los dos ochomiles cuya cima no ha pisado. El otro es el Shisha Pangma (8.027 m). Ahora mismo, Soria está hospitalizado, con una fractura de tibia en la pierna derecha, la misma que tiene una prótesis de rodilla: hace apenas tres días, sufrió una mala caída a 7.700 metros propiciada por el resbalón de un sherpa. Su rescate resultó sumamente delicado. Ahora, mientras toda la comunidad le desea una pronta recuperación, una pregunta ronda en el aire: ¿regresará en 2024 al Dhaulagiri? ¿y si es así, por qué? Luis Miguel Soriano ha compartido una veintena de expediciones con Soria, escalando y filmando a su lado, de las cuales 10 han sido en el Dhaulagiri, y tiene la respuesta: “Es muy sencillo, Carlos disfruta en el Dhaulagiri, adora esa montaña, le encanta el viaje, el trekking de aproximación, estar en el campo base, subir y bajar hasta aclimatarse”, resume.
Está en deuda con lo que le ha regalado la vida, es un hombre feliz y capaz de calibrar en su justa medida los peligros a los que se somete y defiende que uno ha de estar donde se siente bien. Y la sencillez del campo base, la rutina de hidratarse, leer en la tienda de campaña, aclimatarse, descansar, volver a empezar, soñar, tomar una ducha artesana, afilar los crampones, preparar la mochila… todos estos gestos de sencillez cotidiana a la sombra de una bellísima montaña conceden a Soria una felicidad de aspecto tan modesto como necesario. ¿Dónde está la frontera con la obsesión? Luis Miguel Soriano lo tiene claro: “No hubiera acompañado tantas veces a Carlos si lo viese como un ser obsesivo. Sus orígenes humildes apenas le permitieron una educación escolar, pero a cambio presenta una enorme inteligencia, y es algo que he podido apreciar tanto en su forma de leer la vida como en su manera de afrontar las montañas o en sus conversaciones. Carlos no es un obsesionado que acude a pelearse con el Dhaulagiri. De hecho no hemos ido al Shisha Pangma porque al estar en China cada vez ha sido más difícil obtener un permiso de ascenso. No, Carlos adora lo que hace, desde entrenarse en casa o en el rocódromo hasta ir al Dhaulagiri y tener que renunciar. Las veces que he estado con él en la renuncia, siempre se ha mostrado orgulloso de haber sabido dar media vuelta”, cumpliendo con un viejo adagio montañero que avisa: la montaña siempre estará ahí.
Muchos grandes alpinistas abandonan las expediciones cuando cumplen los 50: falta de motivación, exceso de situaciones vividas al límite, deseos de cambiar de aires, necesidad de protegerse del recuerdo de tantos compañeros desaparecidos… Nada de esto ha aliviado la necesidad de Carlos Soria de soñar. “A Carlos, los récords, las cifras le importan bien poco. No escala por una gran causa, ni por demostrar nada a nadie, sino porque adora lo que hace”, explica Luis Miguel. Ante los micrófonos, Soria suele decir que desearía ser el vivo ejemplo de que la jubilación no es un final, sino el inicio de una nueva etapa vital en la que muchos proyectos son aún realistas. Pero no acude al Himalaya con esa misión: viaja porque lo necesita. “Deseo escalar el Dhaulagiri con toda mi alma, con todas mis fuerzas, desde hace mucho tiempo”, se sinceró el abulense a la revista Desnivel poco antes de partir hacia Nepal.
Y es esa ilusión casi impropia de la edad avanzada lo que realmente abruma y es algo que no conviene confundir con la cerrazón o la ceguera. “Carlos es una persona muy prudente, muy analítica y que sabe darse la vuelta cuando la montaña no observa las mejores condiciones. De hecho, adora el Dhaulagiri, no lo ve como un enemigo al que doblegar, sino como un amigo al que tratar con respeto hasta que llegue la hora de pisar su cumbre. Una de las cosas que más enorgullece a Carlos es no haber tenido nunca que ser rescatado, haber tomado siempre las decisiones correctas, las que le permitían salir de la montaña por sus medios, en seguridad”. Su reciente rescate, el primero de su vida, cuando vivía el día soñado (frío, pero despejado, con buena nieve y en gran estado de forma), cuando la cima parecía más a mano que nunca, no emborrona un ápice la autonomía demostrada por Soria en la montaña. Y es esta capacidad de poder maniobrar y decidir en alta montaña lo que separa a un alpinista de un turista.
“Si hay algo que odia Carlos es la falsa épica que viste el mundo del alpinismo. Suele decir que no va a las montañas a pasarlo mal, y aunque ha conocido momentos duros, la inmensa mayoría del tiempo solo ha encontrado diversión y grandes experiencias, un reto al que medirse sabiendo que lo más importante es no arriesgar ni un milímetro más de lo estrictamente necesario y regresar indemne”, recuerda Luis Miguel.
Nadie parece atreverse aún a preguntar a Carlos Soria si regresará dentro de un año. Todos saben, en cambio, que la posibilidad ya está instalada en la mente del abulense, quien confiesa haber pasado los peores momentos de su vida mientras su amigo Sito Carcavilla, varios sherpas y dos alpinistas polacos se afanaban en descenderlo hasta el campo 2, donde pudo ser evacuado de la montaña en un helicóptero pilotado por Simone Moro. ¿Por qué exponerse de nuevo, entonces? Quizá simplemente porque la forma de entender la vida pasa, en el caso de Carlos Soria, irremediablemente por la cima del Dhaulagiri.
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