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266km a meta

El Mundial de Ruanda, envuelto en la niebla del misterio Pogacar

El mejor ciclista del mundo acusa aún el cansancio psicológico que le invadió la última semana del Tour antes de la carrera en la que defiende su maillot arcoíris

El último Tour, la manera en que ha conseguido la cuarta victoria en la grande boucle ha convertido en un misterio la cabeza de Tadej Pogacar, el ciclista más nítido y previsible. Lleva ya casi dos semanas en Ruanda, y en las calles de la capital, Kigali, colinas a 1.500 metros de altitud, defenderá el domingo el maillot arcoíris que ganó en Zúrich, junto al lago y la lluvia, hace un año. No será el mismo que entonces rompió todos los registros con un ataque a 100 kilómetros que sumió en la desidia y la derrota a Mathieu van der Poel y Remco Evenepoel, sus enemigos jurados. Será, lo ha confesado estos días africanos, el Pogacar cansado y reflexivo, la madurez de los 27 años, que acabó el Tour contando los días. Y, sin embargo, había comenzado su temporada extraordinaria con apetito voraz de caníbal que le llevó a la victoria en las Strade Bianche, Flandes, Flecha y Lieja, al segundo puesto en Roubaix y Amstel, y al tercero en San Remo, en duelos magníficos con Mathieu van der Poel.

“Estoy desando que todo termine”, repitió día tras día la última semana del Tour el esloveno en cuya cabeza, cabe imaginar, pelean el deseo juvenil de todo ganar contra el aburrimiento de ganar siempre, y el miedo a perder, nuevo en sus sentimientos. “Estoy deseando que llegue el 11 de octubre y acabe la temporada en el Giro de Lombardía”, repite en una rueda de prensa en Kigali tres días antes de un Mundial que se anuncia duro. 267,5 kilómetros, más de seis horas de carrera: nueve vueltas al circuito que ha hecho campeona a Paula Ostiz Taco por la zona donde viven los occidentales ricos, embajadores y empresarios, campo de golf, aceras limpias, asfalto de lujo y el adoquín folclórico del muro de Kimihurura, que conduce a la meta; una vuelta a un circuito de 42,5 kilómetros que incluye la ascensión al monte Kigali (seis kilómetros al 7%, a 100 kilómetros de meta) los 400m al 11% del muro de Kigali famoso en el mundo entero, la otra cara de la capital ruandesa, más popular, entre callejuelas de tierra roja y casitas con techos de chapa recién pintados de amarillo, relata el enviado especial de L’Équipe, donde se llama al muro Kwa Mutwe (casa de Mutwe), por el nombre de quien vivía en este camino antes de que se convirtiera en una calle famosa. En este barrio de Nyamirambo se pueden ver algunas mezquitas, minaretes blancos y verde esmeralda, que hace más de treinta años, en el momento del genocidio, resistieron las órdenes de masacre. Después, regreso al barrio del lujo para dar seis vueltas más al circuito de Kimihurura.

En los dos últimos meses después del Tour, que terminó el 27 de julio, Pogacar ha disputado tres carreras y no ha ganado ninguna. Dos clásicas en Canadá. Invisible en una, en Quebec, inusitadamente generoso en otra, en Montreal, en la que regala la victoria a su compañero McNulty. Una contrarreloj, la del Mundial en el país del dictador Paul Kagame, 30 años en el poder, desde el genocidio tutsi a manos de los hutus, y a quien Donald Trump adora porque le vende coltán y acoge feliz a los inmigrantes que expulsa de Estados Unidos, y a cambio bendice sus guerras e invasiones del vecino Congo. En ella, Pogacar, que habla de efectos secundarios de las vacunas, de la falta de adaptación al calor y la humedad africanos, a la altura, de malos entrenamientos con la cabra, sufrió la ignominia de verse doblado por el ganador Remco Evenepoel, que había salido dos minutos y medio antes. Y, dadas las ausencias, recelosos de viajar a África renunciaron al Mundial Wout van Aert, Jonas Vingegaard y Mathieu van der Poel, el belga se ha erigido en el gran rival. La carrera sería un duelo entre el doble campeón olímpico de París —contrarreloj y línea—y arcoíris en Australia 2022, y Pogacar, si el esloveno fuera el de entonces. Evenepoel promete que él sí que lo es. El mismo y más. Más ambicioso. Siempre joven.

“Cuando corres mucho y siempre para ganar, todas las miradas están puestas en ti, todos interpretan mis movimientos. Pero yo no soy capaz de hacerlo todo bien siempre”, advierte Pogacar, que cita a Evenepoel como gran rival, y también al pimpante Tom Pidcock que tanto se gustó en la Vuelta reciente, pero no se olvida, obligatoriamente, de dos compañeros en el UAE, el equipo en el que todos quieren y pueden ser campeones. No cita a Juan Ayuso, el líder del equipo español que ha dicho agur al UAE y al que no traga, pero sí al rusofrancés Pavel Sivakov y al mexicano Isaac del Toro, tan vibrante, feliz, alegre y hambriento como el Pogacar joven, que en Del Toro, su audacia, su absoluta falta de respeto a las tradiciones, su velocidad en los repechos, su inteligencia, su falta de miedo, se vio reflejado durante el Giro que solo perdió el mexicano cuando se asustó. “Muchos estarán impacientes y querrán moverse desde lejos, y luego estarán los que solo me mirarán a mí”, dice Pogacar, uno que teme más a los ciclotaxis de Kigali que a las insidias del recorrido. “En sí mismo, no es tan difícil, aunque es el más montañoso que he visto en un Mundial. Hay dos subidas encadenadas en el circuito, pero no son muy largas, solo bastante empinadas. Una de ellas está adoquinada, pero el firme no tiene nada que ver con el que se ve en el Tour de Flandes”.

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