Manu Vilaseca reina en las carreras de 200 millas entre huracanes y alucinaciones
La brasileña bate el récord de la Triple Corona estadounidense recorriendo 1.030 kilómetros de montaña en 201 horas, con meteorología extrema y la visión de su madre
Manuela Vilaseca (Río de Janeiro, 46 años) corre durante más de tres días en el desierto de Utah en medio de un huracán. La lluvia más violenta inunda en minutos los valles que atraviesa y convierte los senderos en un barrizal donde solo se puede andar. “Preparaos para lo peor”, avisaron en la charla previa de la Moab 240, su tercera carrera de 200 millas en cuatro meses. Desde un rato de sol abrasador a coronar tresmiles entre la nieve y el vendaval. Lo peor se manifestó en el cielo. “Unos rayos que no he visto en mi vida. La tormenta se viene y yo estaba enganchada en el barro. ¿Qué hago?” S...
Manuela Vilaseca (Río de Janeiro, 46 años) corre durante más de tres días en el desierto de Utah en medio de un huracán. La lluvia más violenta inunda en minutos los valles que atraviesa y convierte los senderos en un barrizal donde solo se puede andar. “Preparaos para lo peor”, avisaron en la charla previa de la Moab 240, su tercera carrera de 200 millas en cuatro meses. Desde un rato de sol abrasador a coronar tresmiles entre la nieve y el vendaval. Lo peor se manifestó en el cielo. “Unos rayos que no he visto en mi vida. La tormenta se viene y yo estaba enganchada en el barro. ¿Qué hago?” Su vida ya no estaba en sus manos. “Algo dentro de mí me decía que estuviera tranquila, que no pasaría nada. Empezó a llover, pero me dio tiempo a llegar al avituallamiento”. Así rompió el récord femenino de la Triple Corona de los ultras más ultras de EE UU: 1.030 kilómetros entre montañas y cañones en 201h02m06s.
Manuela, afincada desde hace una década en Cataluña, creó otra versión de sí misma. “Era vergonzosa e introvertida, no tenía muchos amigos, me daba miedo todo. Casi lo contrario de lo que soy hoy”. Montaba a caballo, siguiendo el ejemplo de su madre, pero descubrió los raids, desafíos extremos en equipo que mezclan carrera, piragüismo, ciclismo u orientación. “Fue el deporte que me enseñó a vivir, me ha hecho quien soy. La única manera de superar los miedos es enfrentarte a ellos”. Lo conoció a los 26 años, el día de su cumpleaños, y ya nada fue lo mismo. Eran grupos de cuatro –al menos una mujer– para un recorrido que empezaba en un kayak que se hundió en el mar. “Pero nos rescataron y logramos acabar. Me fascinó”. Aquello fue corto –24 horas–, pero los mundiales duran una semana. “Tienes que estar preparado para cualquier cosa. Te puede tocar tirarte desde un barranco al mar, y no hay otra. Como si fueras a la guerra”. Navegar de noche un río lleno de cocodrilos y orientarse entre serpientes. La mujer que temía tanto a la altura que no se asomaba a una ventana acabo haciendo un rápel a través de una.
Salvó el desastre varias veces, desde un oleaje atroz a caerse de la bici porque se quedó dormida. “Vamos, que te puede pasar algo muy chungo”. Y se pasó a las carreras porque no quería defraudar al equipo, como le pasó con una intoxicación. Debutó en una de cien millas de Patagonia, un suspiro con el bagaje de aquellos raids. Con ese aguante, empezó a poner sellos al pasaporte y conoció el Ultra Trail del Mont Blanc, el más prestigioso del mundo: cien millas alrededor del techo de los Alpes. Se puso cuatro veces el dorsal y puede presumir de dos top-10 con tiempos que hoy serían lentos. Otra década, otros materiales, otra preparación. Así que perdió la motivación, hasta que un alumno le habló de la Cocodona: 250 millas por Arizona. Entre vuelos y logística, se dejó unos 5.000 euros el año pasado. Para volver a sentir, tuvo que duplicar la distancia. “Era como una gran aventura. Ahora se ha profesionalizado mucho todo y en las carreras de cien millas la gente va como si fuera Fórmula 1. Para mí, las 200 son como las 100 cuando empecé”. Quedó segunda.
Tras las 250 millas, el siguiente paso era hacer tres carreras de 200 en cuatro meses. La Triple Corona. Esta vez encontró un espónsor, Mount to Coast, para costear los viajes a EE UU. Más allá de sus éxitos, ha sido un sujeto ideal para probar prototipos de zapatillas de ultradistancia. Para llegar a la salida en Tahoe, un lago kilométrico californiano por encima de los 2.000 metros de altitud, tuvo que triplicar clases el lunes. “Cuando aterrizo no sé ni cómo me llamo”. Salió con jet lag y necesitó 100 kilómetros para quitárselo. Hasta entonces, no pudo comer. Sobrevivió con hidratos en la bebida, fue a más y acabó tercera (66h52m07s). Pese a la benévola meteorología, pagó sus problemas de visión cuando se juntan el frío y la sequedad y pasó por el avituallamiento sin reconocer a su gente. “Me costó un día volver a ver”. Durmió algo menos de una hora, antes de la segunda noche, en un punto con carpas. Fue la carrera con más competencia. “Un estrés... A mí me gusta estar sola, así sacas la experiencia profunda”.
De ahí a Bigfoot, en el estado de Washington, junto al St. Helens, un volcán que erupcionó en 1980. “Parece que estás en otro planeta”. Ganó un día de viaje y llegó a la salida fresca, pero tuvo la tranquilidad dejar ir a las rivales. “Haz el tiempo que te has planteado hacer”. En la segunda noche, estaba tan fundida que se echó a dormir sin pensar en cuándo despertaría. Lo hizo tras apenas 45 minutos: iba segunda. Así llegó a meta en 57h57m33s, 15 horas menos de lo previsto. Una alegría con peaje, pues durmió en la meta, ya que no tenía hotel para el domingo. Dos meses sin apenas correr –su truco para mantener la forma entre carreras es su trabajo dirigiendo entrenamientos de fuerza y clases de yoga– y puso la guinda en la Moab 240 en 76h12m20s. También fue segunda.
De las 201 horas, solo durmió tres y media. “Hubo momentos que me tiré en el suelo boca arriba porque quería roncar y despertarme”. Cinco minutos y vuelta a la tarea. “Se nota mucho. Estás tan agotado que entras en sueño profundo directamente, como un botón que te desenchufa”. Un periplo entre la realidad y la ficción. “Los médicos te dicen que ojo con las alucinaciones; empiezan como muy graciosas, animalitos, pero después dan más miedo. Me acuerdo ver a una persona que estaba parada mirándome. Pero yo era consciente de que veía algo que no era real porque es tan absurdo que tu cerebro sabe que es imposible. Como con mi madre. Sé que no está aquí, pero la veo igualmente. Es curioso, pero engancha”. Tiene seguro de vida, por si las moscas. “Prefiero vivir la vida así, vivirla, a estar en casa con miedo”.