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El F50 español se queda a un suspiro de la final en el GP de SailGP de Cádiz pero sigue vivo

El catamarán de Diego Botín llega a la última regata, en Abu Dabi, con pocas posibilidades de repetir el triunfo de la temporada pasada

En Cádiz azul de octubre, al mediodía miles de personas toman la principal avenida para manifestarse, pacíficos e indignados, en solidaridad con el pueblo palestino, niños, ancianos, jóvenes, el pueblo, y agitan sus banderas y denuncian el genocidio emprendido por el ejército de Benjamín Netanyahu y piden sanciones internacionales a Israel, rompamos las relaciones. En la puerta de la estación marítima, tres furgones antidisturbios de la policía nacional vigilan las verjas tras las que se han armado los hangares para los 12 F50 de las carreras de SailGP anunciadas para la tarde. Los policías se aburren. En las aceras toman el sol mientras ven pasar a la gente. Los organizadores están nerviosos. Recuerdan el 2 de mayo que se logró organizar en Madrid el último día de la Vuelta y rezan. No se sabe por qué piensan que los miles de manifestantes no son pacíficos y pacifistas sino hordas dispuestas a saltar las vallas y quemar los barcos, como si fuera el Palacio de Invierno. A veces saben por dónde sopla el aire en el mar, pero los vientos que soplan en la tierra les son ajenos.

Al contrario, vermú y comida rápida, y a las 15.30 a los muros de Santa Bárbara, a disfrutar de las regatas, y alguna bandera palestina ondea al viento entre tanta danesa, francesa, y más españolas que de ninguna parte, porque animan al equipo de Diego Botín, que pelea en las tres primeras regatas para llegar a la final del GP para ganarlo y llegar al último GP, el de Abu Dabi, con posibilidades de disputar la victoria final de la liga de los dos millones de dólares. Y disfrutan de la tensión, el suspense, la velocidad y la pericia de los catamaranes gigantes propiedad de pilotos como Sebastian Vettel, futbolistas como Mbappé, o famosos como Anne Hathaway y Hugh Jackman, o empresas de lujo, que rasgan el viento como una jaca caminito de Jerez. No hay más que un viento ligero, 10 nudos, pero el F50 español es un huracán en la salida de la primera regata, que gana. 100% de vuelo. Qué grandes. Después, regreso al pozo de las olas altas, el desvente, las olas turbulentas que chocan contra el muro de la ciudad y frenan los foils voladores. Séptimos en la segunda y la tercera regatas. Fuera de la final de tres, 400.000 dólares, que se adjudica el Reino Unido. Quintos al final. Cuartos en la general, a cuatro puntos, que son bastantes del tercer puesto de Australia. El objetivo para poder llegar a la gran final.

“Hemos navegado bastante decentes”, dice Botín, que el martes vuela a Cagliari con su compañero Florian Trittel para disputar el Mundial de la clase 49er, de la que son campeones olímpicos. “Malas salidas. No hacemos daño, pero hemos recortado un punto a Australia. Tenemos posibilidades en Abu Dabi”

Cádiz es un milagro de luz en tiempos oscuros y una contradicción. Los regatistas locales, una legión de snipistas, amantes del clásico snipe, el barquito pesado y lento en el que tantos campeones aprendieron a maniobrar, lamentan la falta de apoyo público y popular que achacan a la mala fama de su deporte, afición de pijos, y silban armados de verdades. “Seremos pijos pero si hay SailGP en Cádiz es curiosamente por Kichi [José María González], el alcalde de Podemos, que negoció en 2021 el primer año de competición, 750.000 euros de aportación, más la parte de la Junta y la Diputación, y alucinó al ver la multitud de gente disfrutando de las regatas desde el Baluarte de los Mártires, gozándola, y nos decía, esto es la leche, tanta gente como en Carnavales, como en la Semana Santa, hoteles llenos, dinero en los restaurantes…”, repiten varios en las aceras del Casa Manteca –Cadi, Cadi, Cadi, el corazón de La Viña--, donde beben cerveza y croft twist y trasiegan chicharrones y tortillitas de camarones, y viven la vela con el temor de que el GP de Cádiz no vuelva a disputarse, pues ya se ha cumplido el último contrato de tres años y otros países, como Suecia o Italia, y otras ciudades españolas, desearían acoger uno de los 12 grandes premios que se celebran cada temporada. “Y justamente es el ayuntamiento del PP, del alcalde Bruno García, un jerezano, el que parece que tiene pocas ganas de renovarlo. Y la Junta de Moreno Bonilla tampoco parece muy dispuesta”.

De esto hablan mientras observan en el interior del Manteca a Russell Coutts, y se acercan a él para contarles sus dudas. Coutts es un navegante neozelandés, campeón olímpico y leyenda de la Copa América (tres victorias) que inventó SailGP junto al magnate de Oracle Larry Ellison, el hombre más rico del mundo según las últimas listas de Bloomberg, más rico aún que Elon Musk, y loco por la vela también. Le ven disfrutar junto a su mujer llegada la medianoche cálida, como le han visto los últimos años, y respiran. Y cuentan cómo desde que un gaditano le recomendó pasarse por la popular taberna cuando firmó el primer contrato con Kichi, Coutts no ha dejado ni un solo año de dejarse invadir por las frituras y el encanto popular del local, tan pequeño y tan abarrotado siempre. Y suspiran esperanzados. “Mientras a Russell le siga privando el Manteca nada tenemos que temer. La SailGP seguro que vuelve a Cádiz por mucho que diga el PP…”

Y otras voces susurran cerca, voces cercanas al equipo español que dicen que, atención, parece que la Junta de Moreno Bonilla le ha hecho una oferta a Coutts para seguir en Cádiz varios años más. Hay que estar atentos, porque le ha dado un plazo corto para aceptarla o rechazarla. Y los sueños vuelan. Los milagros ocurren en todas partes, quizás también en Palestina.

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