El Real Madrid no se despeina

Dos goles a la media hora de juego, uno de Rodrygo y otro del recién llegado Bellingham, fueron suficientes para desarbolar a un Athletic sin mordiente

Jude Bellingham durante el partido entre el Real Madrid y el Athletic, en San Mamés este sábado.VINCENT WEST (REUTERS)
Bilbao -

Ganó el Madrid en Bilbao como quien no quiere la cosa. Dos goles en la primera parte, en los minutos tontos del Athletic, o esos en los que el equipo madridista aceleró un poco, que no se sabe que puede ser más importante, fueron suficientes como para comenzar la Liga sin mácula para los de Ancelotti, que se pusieron con ventaja y durmieron el partido sin dar opciones al rival....

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Ganó el Madrid en Bilbao como quien no quiere la cosa. Dos goles en la primera parte, en los minutos tontos del Athletic, o esos en los que el equipo madridista aceleró un poco, que no se sabe que puede ser más importante, fueron suficientes como para comenzar la Liga sin mácula para los de Ancelotti, que se pusieron con ventaja y durmieron el partido sin dar opciones al rival.

La de San Mamés era una noche ideal para ver fútbol, y para jugarlo. En Bilbao la canícula no es regla, sino excepción, y con el Real, además, llegó el sirimiri que suavizó todavía más la temperatura. No había excusas ni para las pausas de hidratación, ni para un mal partido, pero acabó siendo un ejercicio funcionarial para el Madrid, otro día en la oficina; uno de tantos encuentros que juegan los de Ancelotti a título de inventario. Unos cuantos minutos de intensidad, no demasiados que el equipo está en rodaje, dos chispazos o tres de calidad y a otra cosa, que restan 37 jornadas. Quien quisiera calibrar las posibilidades de Lunin para evitar la llegada de otro portero, se quedó con las ganas. Comparar el medio campo con el de antaño, sin Modric y Kroos de inicio, también resultó un ejercicio fútil. No había causa probable que analizar, porque el Athletic solo contestó cuando lo tenía todo en contra, y además, las respuestas no fueron demasiado convincentes. Ni siquiera tuvo que aparecer Vinicius para resolver problemas en ataque. Apenas se mostró, no hizo falta. Cuando Ancelotti decidió darle descanso, mediada la segunda mitad, su sustitución pasó desapercibida.

Tardó media hora en sobresaltarse San Mamés, que se dedicaba hasta entonces a prolongar los habituales silbidos a Vini, sin pasar de ahí, a la otra banda por la que corría Carvajal, nueva bestia negra, o blanca en este caso, de la afición bilbaína. En ese momento, se le heló la sangre a Unai Simón cuando se encontró frente a frente con Rodrygo, que fusiló a placer para adelantar al Madrid con Lekue a verlas venir, en unos minutos desastrosos del lateral del Athletic y del equipo de Valverde en general. Sacó Unai dos balones pero no pudo con el tercero. Otra vez Lekue girando sobre sí mismo mientras Bellingham esperaba a pie firme para rematar el centro de la esquina según llegaba y hacer el segundo.

Desde el primer sobresalto, ya nadie vivió tranquilo en San Mamés. Nadie de la casa, claro, porque los forasteros comenzaron a intuir que, pese a lo que habían apretado las tribunas hasta entonces, algo a lo que los futbolistas están habituados, les iba a bastar un poco de cabeza y algo de control para mantener a raya a un Athletic pobre de ideas, fallón en defensa y con las luces apagadas en ataque. Sólo una arrancada del debutante Unai Gómez aportó algo de chispa a su equipo, al que las musas del fútbol no acompañaban.

En el descanso, Valverde trató de reconstruir al Athletic con un triple cambio, en el que señaló abiertamente a Muniain y Nico Williams, inoperantes en la creación y el ataque rojiblanco. Salieron Sancet, Berenguer y Guruzeta, con la esperanza de abrir alguna grieta en la defensa del Madrid, que no dio ninguna muestra de descomposición. Intervino más Lunin en balones colgados, se animó la grada con alguna de esas arrancadas marca de la casa que son casi de obligado cumplimiento en San Mamés.

El único contratiempo para el Real fue la lesión de Militao, cuando acudió a presionar a Sancet, resbaló y se le torció la rodilla. No tenía buena pinta y lo intuyó la Catedral, que le despidió entre aplausos. Salió Rudiger en su lugar, y entonces Ancelotti ordenó replegar líneas, ordenarse atrás y correr al contragolpe, aunque sin demasiadas prisas como para sorprender al Athletic en defensa. Salieron Kroos primero y Modric después para ordenar lo que anduviera desordenado, y dejó pasar los minutos el equipo blanco sin sobresalto alguno. Mientras el Athletic iba perdiendo fuelle.

Durante años, San Mamés padeció la pesadilla de Benzema y a veces también la de Courtois, pero sin ninguno de ellos en el césped, volvió a vivir la cruda realidad de enfrentarse a un equipo que puede destrozar a cualquiera en un par de detalles, y además marcharse tan tranquilo, como si en vez de provocar un destrozo en el rival no hubiera roto un plato. Antes del descanso ya había terminado el partido. El Madrid ganó sin apenas despeinarse.

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