El ‘hooliganismo’ renace después de la pandemia
Los grupos radicales ejercen una peligrosa influencia sobre los jóvenes y salpican de violencia los alrededores de los campos
La agresión ocurre en pandemia:
—¿Sabéis quién es este? El Freddy. ¿Eh, hijo de puta? ¡Corre, perra!
El Freddy es Fernando San Mamés, exlíder de las Brigadas Blanquiazules, los ultras del Espanyol. Y el que le obliga a mirar a la cámara mientras le pega puñetazos y le insulta es Francisco Pérez, alias Paco el Gordo, un soldado de los Casuals, una facción de los Boixos Nois, los ultras del Barcelona. De las Brigadas ya no queda rastro en el mundo de los hooligans. Los Casuals se han convertido en los radicales más temidos del fútbol español y en una pel...
La agresión ocurre en pandemia:
—¿Sabéis quién es este? El Freddy. ¿Eh, hijo de puta? ¡Corre, perra!
El Freddy es Fernando San Mamés, exlíder de las Brigadas Blanquiazules, los ultras del Espanyol. Y el que le obliga a mirar a la cámara mientras le pega puñetazos y le insulta es Francisco Pérez, alias Paco el Gordo, un soldado de los Casuals, una facción de los Boixos Nois, los ultras del Barcelona. De las Brigadas ya no queda rastro en el mundo de los hooligans. Los Casuals se han convertido en los radicales más temidos del fútbol español y en una peligrosa organización criminal con un centenar de integrantes. Les siguen algunas facciones del Frente Atlético —implicados en el homicidio de un ultra de los Riazor Blues en 2014—, y, a cierta distancia, de los Bukaneros del Rayo Vallecano, resumen fuentes policiales.
El vídeo de la agresión a Freddy supuso el inicio de una nueva etapa del hooliganismo, con más musculatura y ganas de exhibirse, en la calle y en las redes sociales. En las últimas semanas se ha viralizado un audio, de nuevo de Paco el Gordo, donde amenaza con acuchillar a un ultra del Espanyol que participó en la invasión de campo de Cornellal Barcelona si no se borra un tatuaje. Todavía lejos del poder de los ultras en los años 90, los hinchas extremistas presumen sin complejos. “No tenemos miedo a la policía. Somos delincuentes”, repiten. La lista de los ataques violentos y las peleas salpica a equipos de todas las categorías, que ven convertidos los alrededores de los estadios —muchos de ellos tienen prohibido el acceso al campo— y, sobre todo, los desplazamientos, en el terreno de juego de la violencia.
“Las gradas de animación no suponen una preocupación especial, aunque pueden ser elementos de riesgo”, explican fuentes de los servicios de información de los Mossos, que acotan el término hooligan a grupos cuya “ideología es la violencia”. Son espacios controlados por los propios clubs, que se arriesgan a sanciones de Antiviolencia. Episodios como el de la invasión de campo del Espanyol, protagonizada por La Curva, o los insultos a Vinicius, los enmarcan en otro contexto: “Personas que quieren ir de hooligans, pero no lo son”.
Los principales grupos ultras —Boixos Nois, Frente Atlético, Bukaneros, Ultras Sur— se mueven en unas cifras similares: entre 300 y 400 integrantes. “Esto no quiere decir que todos sean delincuentes ni que todos sean violentos”, apuntan fuentes de la Policía Nacional. El FC Barcelona vetó a los Boixos como grupo en 2005. El Real Madrid echó en 2013 del Santiago Bernabéu a los violentos, aunque se puede ver a algún histórico de los Ultras Sur, como José Luis Ochaíta. Frente Atlético y Bukaneros acceden al campo pero sin simbología.
Fuentes del mundo ultra señalan que muchos veteranos son padres de familia, y ya no quieren problemas. El peligro, indican fuentes policiales, es el ascendente de los violentos sobre las nuevas generaciones. “Existe fascinación entre los jóvenes por ellos”, reconoce un policía que sigue los movimientos hooligans. Son los “cachorros”: “Chavales que empiezan a dejarse ver por las calles que frecuentan los ultras antes de los partidos, todos con el mismo corte de pelo y zapatillas negras con una franja blanca”. Indica que es el caso del joven de 19 años detenido por colgar el muñeco de Vinicius en Valdebebas: seducido por los mayores, sin ser aún miembro activo del grupo.
En la esfera del Barcelona, se les conoce como minicasuals: mano de obra joven de un grupo con unas normas internas férreas. Los Casuals multan a quienes no cumplen con su disciplina. “Pueden ser 3.000 o 4.000 euros”, explican fuentes de los servicios de información de los Mossos. Una forma de financiación que convive con la faceta delictiva de los vuelcos —robos entre narcotraficantes— y las extorsiones. Su líder, Ricardo Mateo, fue condenado hace una década a 12 años de cárcel, de donde ya ha salido. No es raro verlo a él o a otro histórico, Antonio Torn, alias Antoñito, en el Camp Nou, indican fuentes policiales, sin armar jaleo.
“Quieren imitar a los mayores y a veces se pasan de frenada. Cuando se ponen a hacer cánticos ultras, hemos visto cómo los miembros más mayores les reprendían y les decían que ellos no tenían derecho a cantar eso”, coinciden fuentes de la Policía Nacional, sobre la manera de funcionar de los ultras del Frente Atlético. En el afán de hacer méritos, algunos jóvenes se reúnen en la entrada a los partidos del Metropolitano. Algunos sin abono ni ticket, comparten “botellas de cerveza” y su “merchandising del Frente Atlético” para “dejarse ver y mamar ese ambiente”.
Un problema que no solo se vive en Primera División. Los Mossos tienen en el radar a la afición del Unió Esportiva Sant Andreu, los Desperdicis: de sus 80 integrantes, 30 tienen prohibido entrar a un campo de fútbol. También controlan a los Cornehools, del Cornellà. Una afición que fue atacada el sábado de la semana pasada en un bar en Soria por los ultras del Numancia, donde un hombre resultó herido grave.
Fuera formalmente de los estadios, y sin la capacidad de influencia de hace años, la batalla policial contra los grupos ultras es apartarlos también de los alrededores de los campos. Los Mossos han logrado órdenes de alejamiento judiciales para seis Casuals, y también para cinco miembros de los Cornehools. “Si no estás encima, van creciendo”, advierten fuentes de los servicios de información de los Mossos, que se han marcado como prioridad la lucha contra los hooligans. Les identifican y les controlan, con el objetivo de que “noten la presión”. Con el riesgo lógico de los vasos comunicantes: si no pueden en casa, la lían fuera.
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