La pose de campeón
El Barça gana a pesar del Barça, con el enemigo saboteando desde casa, y eso define a la aristocracia continental, aquella para la que ni las vicisitudes internas ni un juego espeso impide lo esencial: que compita y gane
Hace unos días, Robert Lewandoski se presentó en los premios Laureus y dijo que esta temporada había sido la temporada del portero Ter Stegen. Tenía razón sólo en parte porque la temporada también es suya, del propio Lewandoski. El delantero centro reivindicaba al portero, y raro sería que el portero no reivindique a su vez al delantero. Los dos resumen el campeonato del Barça a la manera en que tan...
Hace unos días, Robert Lewandoski se presentó en los premios Laureus y dijo que esta temporada había sido la temporada del portero Ter Stegen. Tenía razón sólo en parte porque la temporada también es suya, del propio Lewandoski. El delantero centro reivindicaba al portero, y raro sería que el portero no reivindique a su vez al delantero. Los dos resumen el campeonato del Barça a la manera en que tantas temporadas se resumían los campeonatos del Madrid: un portero milagrero, casi siempre Casillas, y un delantero implacable, fuese Ronaldo o Van Nistelrooy. Temporadas grises de juego y de poca competencia en los rivales; títulos que se sentencian en invierno gracias a la efectividad y no el preciosismo, el pragmatismo y no el espectáculo, la victoria porque no queda otra y no la victoria con mensaje ideológico. La mejor noticia del Barcelona este año no es la Liga, que es una noticia impresionante, sino el vivero que ha contribuido a ganarla y, de paso, a convertir a Ter Stegen o Lewandoski en las figuras del título.
Para un club que presume de mirar a medio y largo plazo, esta Liga supone un éxito doble. En primer lugar porque a corto plazo, en plena convulsión institucional, amenaza de quiebra económica y tras reconocer pagos al número dos de los árbitros españoles durante 17 años, hasta que este dejó el comité (con el escándalo y el proceso judicial consiguiente), la Liga es el primer título grande de Xavi en su primer año completo; el Barça la ha ganado a pesar del Barça, con el enemigo saboteando desde casa, y eso define a la aristocracia continental, aquella para la que ni las vicisitudes internas, por dramáticas que sean, ni un juego espeso impide lo esencial: que compita y gane, más aún delante de las narices de los mejor dispuestos Real Madrid y Atlético.
En otros clubes esta sería una temporada de transición: colocar a los chavales, que cojan minutos, enseñarles la élite, que aprendan de leyendas como Lewandoski, Alba o Busquets, que la afición se vuelva a enganchar al club y pueda meterse en Champions. Pues bien, el Barça ha ganado sostenido por dos pilares indiscutibles, uno arriba y otro abajo, y con un enjambre de luciérnagas pululando por el centro del campo con especial mención a dos posadolescentes, Pedri y Gavi. La aparición estelar por la izquierda de Balde. Y un nombre propio en defensa superior a sus pares en la Liga, Ronald Araújo. Ninguno supera los 25 años. Para un equipo cuya razón de ser son los ciclos, la memoria futbolística basada en la convivencia de una generación llegada casi a la vez al primer equipo, la temporada en España del Barça ha sido casi perfecta.
Hay un tercer factor que explica el título del Barcelona: la capacidad de sobreponerse al doble batacazo europeo (fuera de Champions en primera fase y eliminados de la Europea League). Con un equipo construido a partir de los retales más jóvenes y los más veteranos, el Barcelona mantuvo en la Liga pose de campeón a pesar de que su gran rival, el actual rey de Europa, se paseaba por el continente arrasando a Liverpool y Chelsea. “En España, no”, dijo el Barça. Y en España, no, admitió el Madrid, rendido en el último clásico del Camp Nou y en la final de la Supercopa española.
La Liga es un título mayor, el más importante del año después de la Champions, pero ésta del Barça significa el doble que otras mucho más brillantes para el club: se puede ganarla sin jugar bien, se ha matriculado en títulos una generación que llega para quedarse, y la próxima temporada la presión se relajará un poco. No en Europa, donde clamorosas humillaciones consecutivas exigen ya un zapatazo en la puerta de las últimas rondas.
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