Aprender el mar
‘Tres maneras de volcar un barco’ (Salamandra) es un ameno relato sobre el mundo de la vela, la navegación y los viajes
Chris Stewart salió de aquella entrevista de trabajo convertido en patrón de un velero. Todo había fluido. Pero más allá de ser el único candidato, de los dos whiskys con soda que se tomó con sus interlocutores, de haber conseguido el sueldo más alto que jamás había cobrado; más allá de todo eso estaba el insignificante detalle de que no había capitaneado un barco en su vida. Hasta ese momento, su única relación con la navegación era el tiempo de lectura que le había dedicado a un manual sobre cómo aprender a manejar una embarcación. La alegría por el nuevo trabajo se tornó rápidamente en preo...
Chris Stewart salió de aquella entrevista de trabajo convertido en patrón de un velero. Todo había fluido. Pero más allá de ser el único candidato, de los dos whiskys con soda que se tomó con sus interlocutores, de haber conseguido el sueldo más alto que jamás había cobrado; más allá de todo eso estaba el insignificante detalle de que no había capitaneado un barco en su vida. Hasta ese momento, su única relación con la navegación era el tiempo de lectura que le había dedicado a un manual sobre cómo aprender a manejar una embarcación. La alegría por el nuevo trabajo se tornó rápidamente en preocupación: se tenía que tomar el asunto un poco más en serio. Básicamente, necesitaba aprender a navegar.
Tres maneras de volcar un barco (Salamandra) es el libro en el que Stewart recoge esta particular aventura. Un proceso que arrancó una nublada mañana en el puerto británico de Littlehampton, cuando acompañó a un conocido que se ofreció para darle su primera clase de vela. A Stewart le parecieron “aburridos y sin sentido” todos los preparativos previos a zarpar, excesivamente altas las voces con las que se daban las órdenes, preocupante la sensación de no saber dónde estaba la costa y, sobre todo, humillantes las dos horas que pasaron intentando remontar el río en su regreso al puerto. La poca potencia del motor y la fuerza de las aguas los mantuvo en el mismo punto —para algarabía de los paseantes del malecón— hasta que un barco pesquero se ofreció a remolcarlos. En la segunda salida, se dio cuenta de lo peligroso que es el mar y lo repentinamente que puede cambiar todo. Ambos terminaron en el agua, braceando para sobrevivir.
Después de aquello, se apuntó a un curso de verdad —eso sí, de 15 días— y aprendió el vocabulario, algunos nudos y la razón por la que era importante hacerlos bien. Una noche, descubrió “el placer de navegar en mar abierto” de noche, con la única guía de las estrellas. Con el diploma en sus manos y el recuerdo de su abuelo paterno, que había sido capitán de barco, se sentía ya más que listo para afrontar su misión: capitanear en las islas griegas el barco de sus nuevos jefes. Stewart narra, con agilidad e ironía, una aventura que lo llevará a Grecia, al Atlántico Norte y a la costa de Estados Unidos. Un ameno relato sobre el mundo de la vela, la navegación y los viajes. También sobre el placer de aprender y descubrir.
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