En el silencio abrumador
Tardé en comprender que callar todas las gargantas de un estadio hostil con una victoria es una de las cosas más grandes que existe en el fútbol
No sé cuándo lo escuché la primera vez. No sé tampoco a quién se lo escuché, tal vez Camacho, tal vez Arconada, ni en qué situación. Sí sé que aquel grito, aquel lema que salió del fondo del vestuario, me acompañó toda mi carrera y aún sigue conmigo. Yo era un becario en la Selección española, uno de los que llegaba desde la selección sub 21 y que prestaba atención a cada mensaje, a cada frase, a cada gesto de los más veteranos. Aquella afirmación que llegaba en un vestuario al que le invadían los gritos de la afició...
No sé cuándo lo escuché la primera vez. No sé tampoco a quién se lo escuché, tal vez Camacho, tal vez Arconada, ni en qué situación. Sí sé que aquel grito, aquel lema que salió del fondo del vestuario, me acompañó toda mi carrera y aún sigue conmigo. Yo era un becario en la Selección española, uno de los que llegaba desde la selección sub 21 y que prestaba atención a cada mensaje, a cada frase, a cada gesto de los más veteranos. Aquella afirmación que llegaba en un vestuario al que le invadían los gritos de la afición rival, debía ser uno de esos “infiernos futbolísticos”, me pareció un compendio de todas las filosofías. Era algo así como (ya ven, no tengo ni la frase exacta): “Vamos chicos, que lo más grande que existe es callar a todas esas gargantas y disfrutar de ese silencio que significa que hemos ganado”.
Nunca se me había ocurrido asociar la victoria al silencio, siempre me habían parecido conceptos antagónicos, pero les puedo asegurar que cuando Bakero marcó ese gol milagroso en Kaiserslautern, ese gol que nos daba el pase a la siguiente ronda, el silencio del infierno de Kaiserslautern atronaba, ese silencio auguraba nuestro éxito.
Y yo comprendí.
Muchos años antes de Kaiserslautern me tocó disfrutar de la magia de Anfield. Era un partido de ida de octavos de la vieja Copa de Europa y nuestro Athletic se medía al gran Liverpool de los Dalglish, Souness, Grobbelaar, Rush, aquel en el que jugaba Michael Robinson, aquel que iba a ganar esa Copa de Europa en la final de Roma contra… la Roma. Aún me veo bajando las escaleras, las estrechas y empinadas escaleras que conducían desde el vestuario al terreno de juego, esas escaleras en las que en un nada glamuroso pero impresionante cartel decía: “This Is Anfield”. Y al fondo de la escalera rugía la afición del Liverpool con su mítico You’ll never walk alone. Recuerdo pararme bajo el cartel, tocarlo y pensar, por un milisegundo, que mejor me volvía para el vestuario, que lo que se celebraba allí abajo era demasiado para mí, justo un milisegundo antes de decidir que ya que estaba allí, mejor bajar las escaleras, ver de qué material estaban hechos esos sueños y medir si los de un chaval de Aretxabaleta estaban a la misma altura.
Acabamos 0-0, se diría que jugué un buen partido, pero cuando descubrí esa máxima que asocia silencio con victoria en terreno hostil me di cuenta de que ese silencio de Liverpool no estaría en mi colección.
Porque imagino que ese ruido sería atronador, más atronador aún, allí por el minuto 15 de partido que medía a Liverpool y Real Madrid y un 2-0 lucía en el marcador, una vorágine que parece devorarte y no te deja ni entenderte con tus compañeros. Y que el volumen fue bajando con cada gol de los madridistas, un poco con Vinicius, otro poco más otra vez con Vinicius (podría escribir este artículo solo del silencio que en su cerebro sintieron tanto Courtois como Alisson en los segundos goles recibidos), no digo nada con ese gol de Militao, justo en ese momento en el que diríamos los clásicos que hay que aguantar y resistir la salida desaforada y energética de los locales, y el volumen se fue abajo del todo con los dos goles de Benzema.
Silencio absoluto que permite escuchar a los tuyos rompiéndose la garganta; lo hacían también en el minuto 10, pero entonces era imposible oírles. Ese silencio que es la banda sonora de un partido memorable.
Un silencio abrumador y para la leyenda, un silencio para homenajear a un mito tranquilo llamado Amancio. Que la tierra te sea leve.
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