Ronaldo Nazario: “Cuando más cómodo y tranquilo estaba en el campo era delante del portero”
El exdelantero brasileño habla sobre sus lesiones (”durante años hice cosas que no interesaban a mi cuerpo y a mis características”), repasa sus etapas en el Madrid y el Barça y recuerda su sangre fría dentro del área: “Allí, cualquier mínimo movimiento desencadena todo”
Ronaldo está de pie rodeado de gente en el salón de un hotel de Madrid. Se han programado 15 minutos de entrevista que después se estirarán un poco. No es la situación soñada para hablar con alguien, y al periodista se le escapa: “Esto no va a salir bien”. Entonces, Ronaldo Luís Nazário de Lima (Río de Janeiro, 46 años) enseña su icónica sonrisa de oreja a oreja: “¿Sientes la presión, eh? No pasa nada porque ahora os toque un poco a vosotros”, dice comparando una rápida entrevista con un partido de fútbol c...
Ronaldo está de pie rodeado de gente en el salón de un hotel de Madrid. Se han programado 15 minutos de entrevista que después se estirarán un poco. No es la situación soñada para hablar con alguien, y al periodista se le escapa: “Esto no va a salir bien”. Entonces, Ronaldo Luís Nazário de Lima (Río de Janeiro, 46 años) enseña su icónica sonrisa de oreja a oreja: “¿Sientes la presión, eh? No pasa nada porque ahora os toque un poco a vosotros”, dice comparando una rápida entrevista con un partido de fútbol como los que jugaba, vistos por millones de personas, en los que siempre era de él de quien más se esperaba. La boutade de Ronaldo tiene mucho que ver con la cita. La estrella protagoniza El Fenómeno, un documental de DAZN que se estrena en España el día 21 y que toca muchos palos, pero se detiene en uno: la inexplicable crisis que Ronaldo, entonces el mejor futbolista del planeta, sufrió horas antes de la final de la Copa del Mundo ante Francia en París.
“Compartía cuarto con Roberto [Carlos]. Dimos un paseo y, al volver, Roberto se echó en cama a dormir un poco. Yo me fui al baño a raparme la cabeza. Y eso es lo último que recuerdo”, dice en el documental charlando con Roberto Carlos. El legendario lateral brasileño tuvo el despertar más amargo de su vida. Abrió los ojos y se encontró a Ronaldo “tumbado de lado, mirando hacia mí, totalmente rígido. Te miré y tú ya estabas… No sé”. Ronaldo sugiere: “¿Temblando? ¿Estaba teniendo el ataque?”. Y Roberto Carlos: “Yo no sé si fue un ataque epiléptico. Pero te pusiste a temblar mucho. Aún hoy no sé lo que pasó. Fue horrible”. Duró tres minutos. Y de repente paró. Ronaldo, que se mantuvo con los ojos abiertos todo el rato, recuperó la consciencia y se encontró a 15 personas metidas en su cuarto. “¿Qué hacéis mirándome mientras duermo?”. Y luego a Roberto Carlos: “Me ha pasado un camión por encima, me duele todo”.
Ronaldo se cayó del once titular, medio mundo se preguntaba qué había pasado, fue al hospital, le hicieron pruebas y, con el permiso médico y una hora antes del partido, el Fenómeno volvió al once en lugar de Edmundo (“poco me importa lo que le pareció, el puesto se gana en el campo”, dice en el documental). La Francia de Zidane aplastó 3-0 a Brasil, y el caso Ronaldo se convirtió en un asunto de Estado que lo depositó en una comisión de investigación parlamentaria para negar que Nike, con quien tenía un contrato de cuyas cláusulas secretas no contó nada, hubiese presionado para que jugase la final. Fue héroe y villano, y todas las cosas a la vez, entre llantos y acusaciones de su madre ―a la que no avisaron del problema de salud de su hijo en las horas previas a la final― y la conmoción de un país que veía en Ronaldo la mejor oportunidad para el pentacampeonato y que terminó, en caliente, achacándole la derrota.
Pregunta. Tuvo miedo.
Respuesta. Me moría de miedo. ¿Y si me pasaba algo grave y no podía jugar? De repente, la única posibilidad de jugar la final con la que llevaba toda la vida soñando [Ronaldo fue parte de Brasil en 1994, pero no jugó un minuto] era comprobar que no tenía nada grave y que nada comprometiese mi salud. Fueron momentos muy duros.
P. Pero no tenía nada. Ni le pudieron decir lo que había pasado.
R. Después del Mundial hice miles de pruebas: no se encontró nada en absoluto. Lo que me pasó antes de la final fue como si no hubiese ocurrido nunca: ninguna huella, ninguna causa, ninguna consecuencia.
P. ¿Es posible que no le afectase durante el partido? ¿No hay un momento en que le da una vuelta a la cabeza, que lo tenga presente, que le vuelva a pasar pero esta vez delante de decenas de millones de personas?
R. Durante el partido, no. Definitivamente. Yo buscaba posibilidades para marcar goles, para librarme del defensa, moverme en el campo buscando la oportunidad de hacer daño,. La cabeza está exclusivamente dentro del partido. ¡Una final de la Copa del Mundo! ¿En qué otra cosa podía pensar? No piensas en nada, es imposible.
P. Y después del Mundial, volvió el miedo a no volver a jugar.
R. Más veces. La primera lesión en la rodilla fue muy fea. No había precedentes de cómo se trataba esta lesión en el fútbol, no había un historial médico que nos dijese cómo se abordaba algo así. Pasé mucho miedo.
P. Pero no el miedo de tirarlo todo.
R. No el miedo mortal que te hace desistir. Todo lo contrario: con cada obstáculo que parecía imposible, me esforzaba más y lo superaba. Tuve que superarme muchas veces, tuve que superar cosas impensables, períodos de tiempo larguísimos recuperándome y entrenando solo. Pero el amor que tenía y tengo por el fútbol lo compensó todo.
Fue mucho ese amor. Tras la primera rotura en la rodilla le siguió una enfermedad que acabó convirtiéndose en tendinitis permanente. Y su regreso, al fin, se produjo en el Olímpico de Roma el 12 de abril de 2000 contra la Lazio. Ronaldo salió en el minuto 58. La expectación era brutal. A los seis minutos, cogió la pelota y se fue directo a por dos defensas, que retrocedieron al área, espantados: el Fenómeno estaba de vuelta. Pero, a dos metros de sus rivales, se destrozó la rodilla pisando en el campo. La imagen es icónica: la sonrisa más famosa del fútbol llorando de dolor con las manos en su pierna derecha. “Sentí cómo la rótula subía por mi muslo. Lloré y grité de desesperación. No era tanto el dolor, era el dolor de mi corazón”. Las imágenes de sus compañeros y rivales ponen la piel de gallina. Aquellos a los que trataba de superar, Couto y Mihajlovic, lo rodean consolándolo. Pero no hay consuelo. “El ruido se escuchó en el campo. Lo escuchamos todos. El ruido de que algo se había roto. Fue un ruido muy violento. Y nos desesperamos”, dice Diego Simeone, entonces en la Lazio, durante el documental. La imagen de Ronaldo saliendo en camilla dio la vuelta al mundo. El interrogante era serio: ¿volvería a jugar al fútbol? Su propio médico no ponía la mano en el fuego. “Pensé en lo peor. Pensé que era el final”, cuenta Ronnie, al que le sorprendió la primera visita que recibió, pues aún no eran amigos: Zinedine Zidane, quien recuerda ahora: “Fui a decirle: eres un titán, eres un monstruo. Vas a volver porque el fútbol te necesita”.
P. ¿Cómo se vuelve después de partirse así, dos veces casi seguidas, su mejor herramienta de trabajo? ¿Cómo apoya esa pierna a la misma velocidad? ¿Cómo dispara?
R. Con mucha preparación. Y, aun así, yo tuve muchas dudas. Primero fue una rotura parcial, luego una rotura completa… Cuando vuelves al campo, cuando vuelves a tocar balón, tienes dudas. Yo tenía datos de fuerza que me daban mucha confianza, pero sales al campo y dudas. Poco a poco ganas confianza. Muy poco a poco, pero sí: confianza en la rodilla rota dos veces, en los apoyos.
P. ¿El cuerpo de Ronaldo no estaba preparado para el juego de Ronaldo? Su explosividad, su punta de velocidad, su arranque.
R. Tengo una teoría. La culpa no es de mi explosividad, sino de los entrenamientos del principio de mi carrera. De los primeros 10 años, por ejemplo, del castigo físico. Una de las cosas que más ha evolucionado en el fútbol es la preparación física. Antes era más grupal, más colectiva, incluso los datos se tomaban en equipo. No interesaban las características individuales de cada uno. Hice el test de Cooper muchas veces y me tocaba con Cafú, con Roberto Carlos, ¡gente que tenía mi velocidad, mi aceleración! Durante muchos años estuve haciendo cosas que no le interesaban a mi cuerpo y a mis características. Cuando entendí que yo necesitaba cuidados especiales para mi juego, las cosas mejoraron.
En el documental de DAZN, El Fenómeno se queja, especialmente, de la exigencia física en Italia. “Todos los días, cuatro kilómetros de carrera. Yo me levantaba de la cama y no quería ir a entrenar”, dice sonriendo. Vieri hace hincapié en la relación de Héctor Cúper con la estrella brasileña. “¿Cómo se puede uno llevar mal con Ronaldo? Es imposible. Todo el mundo lo adoraba. Tuve que haberle dicho algo a Cúper. Tuve que haberle dicho: ‘Déjalo en paz y que haga lo quiera. ¿Yo tengo que correr más? Ok. ¿Zanetti? Ok. Entrenamos y callamos. Pero él no, él bastante tiene con lo suyo”. Al llegar a Madrid, a Ronaldo se le atribuye esta frase a Fabio Capello: “Míster, yo vine al Real Madrid a tocar el piano, no a correr alrededor de él”.
P. Se reinventó como delantero.
R. Tuve que reinventarme varias veces. No completamente, porque seguía rápido, muy rápido. Ya no tan rápido, es verdad. Por ejemplo, cuando llego al Madrid con las lesiones superadas, estoy rapidísimo, pero no tan rápido como en la época del Barcelona o del Inter, que volaba. Pero sí muy rápido. Y aproveché para explotar aún más otras cualidades: mejorar la efectividad de los disparos a portería, aprovechar mejor los espacios en el área, estar más en contacto con el balón y jugar más colectivamente.
P. Su especialidad seguía intacta: el uno contra uno. Especialmente con el portero.
R. Fue una de mis principales virtudes: el mano a mano con el portero, enfrentarme a él los dos solos. Para mí era la situación más cómoda y tranquila. Se mejora mucho durante el entrenamiento. Pero además de eso tenía la idea correcta de cómo funciona el mano a mano.
P. ¿Cómo?
R. La confianza en mis posibilidades. El control del balón, el control de la velocidad. Entender la posición y el pensamiento del portero: ponerse en el lugar de él para tratar de adivinar su reacción, y cómo te ve a ti cuando te tiene delante. Un mínimo movimiento desencadena toda la acción, y yo siempre tuve la tranquilidad para, en ese momento vertiginoso, tomar la decisión correcta. Saber si debía aguantar, o si debía salir de un lado o para otro. ¡Fallé algunas veces! Pero no la mayoría: la mayoría driblaba al portero y me quedaba a puerta vacía.
P. El gol a la Lazio en la final de la UEFA. Ni el espectador sabe para dónde va a salir usted en la repetición.
R. Entonces ya se hablaba mucho de cómo deberían pararme en el mano a mano, qué había que hacer para que no dejase al portero atrás. Y muchos decían: hay que aguantarlo, hay que aguantarlo hasta el final, pero, ¿hasta cuándo puede aguantar un portero a un delantero que va hacia él y lo está apuntando? En esa acción entendí lo que pasaba por la cabeza del portero que tenía delante, hice varios amagos, me fui…
P. ¿Veía vídeos?
R. No, pero hablaba mucho con los porteros en todos los equipos por los que pasé. Intentaba sacarles toda la información que tenían. Yo sé qué sentían. Yo sé que es un momento de estrés absoluto para los dos, el delantero y el portero, porque es el último duelo de dos jugadores de 22 que hay en el campo: gol o no gol. Pero los delanteros tienen mucha ventaja: la velocidad del que va a por un objetivo, la velocidad del que lo defiende. El delantero tiene el balón, el control de la situación y la idea de lo que quiere hacer. Un pequeño movimiento, el que sea, crea una distracción al portero que lo puede llevar al suelo.
P. ¿La mirada?
R. Con los ojos es más difícil. Ellos miran más las piernas que la cara. Te miran a los ojos como forma de intimidar en un penalti, o en una falta. Pero en la jugada no sirve para nada: yo estoy mirando el balón, sí, pero con una visión periférica para saber por dónde me sería más fácil marcharme.
P. El gol en el derbi madrileño de 2003. Usted y el Mono Burgos solos a los 13 segundos de partido. Es impresionante ese mano a mano, parecía que lo atropellaba. Costó tirarlo, pero, ¿cuánto aguantó?
R. Ahí aguanté hasta el final. Ni una décima más podía haber aguantado. Aunque hiciera un movimiento, o dos, o tres, aguanté. Aguanté todo lo que pude. Él era un portero buenísimo. En realidad, la escuela argentina de porteros es una de las mejores del mundo. Y en un mano a mano ellos aguantan una vida entera. Pero eso también abre otras posibilidades, como el disparo. Todo va de aprovechar un segundo, un despiste, lo que sea.
P. Otra cosa que siempre llama la atención: cómo un jugador como usted, sobre el que están todas las miradas, se queda solo en un área llena de jugadores contrarios.
R. [Sonríe] Entrenamiento. Muchísimo entrenamiento por detrás. Depende de la posición en la que esté el extremo o el centrocampista y tú sabes, porque lo habéis entrenado mucho, cómo te la va a dar y qué finta tienes que hacer para desembarazarte del defensa. Ganar espacio y tener un segundo para rematar. La pides en el segundo palo y hay una comunicación visual rapidísima con el compañero que tiene la pelota, que ya sabe que te vas a ir al primero. O al revés. El timing tiene que ser perfecto y ese timing generalmente se entrena.
P. Balón de Oro.
R. Benzema. Lleva años jugando muy bien. El año pasado ya creí que sería él. Esta temporada ha jugado un fútbol de mucha categoría, ha metido muchísimos goles, ha sido determinante y ha ganado los títulos más importantes. Y volvió con Francia, y volvió muy bien. No va a haber sorpresas: está garantizado.
P. ¿Hubiera sido mejor Benzema sin Cristiano?
R. Los dos se ayudaron mucho, no solo él a Cristiano, y fue un tiempo especial. Ahora viene un futuro brillante por delante con Haaland, con Mbappé, con Vinicius: jugadores que van a pelear por los próximos Balones de Oro. Pero este año es el año de Benzema.
Sobre el clásico que se juega este domingo, ha dicho en DAZN: “Es una competición increíble entre Real Madrid y Barcelona para ver quién es el mejor equipo del mundo. Supongo que los españoles tienen que estar muy orgullosos de tener a los dos equipos, de que esta rivalidad sea cada vez más sana y más bonita para que la gente disfrute”. “No sé”, añadió en la misma entrevista, “cómo he podido jugar en los dos equipos sin que nadie me odiara”.
La carrera de Ronaldo, hoy hombre de negocios y propietario del Real Valladolid y del Cruzeiro, equipo de su infancia, tuvo un final feliz. Cuatro años después de la final perdida en París, y tras el via crucis con sus rodillas, el mejor delantero centro del mundo volvió al Mundial de Corea y Japón. Ya no era Ronaldo, según Jorge Valdano: era la manada. Atacaba como un búfalo. Pero las sombras volvieron y un dolor en el muslo antes de la semifinal contra Turquía entretuvo a la prensa. Así que Ronaldo se rapó, como siempre, toda la cabeza… menos la parte delantera. La imagen era espantosa. Scolari montó en cólera, como cuenta en el documental. “No me pediste permiso, esto es una vergüenza”, y añadió la clave fundamental: “Y si perdemos, ¿qué hacemos, qué decimos?”. Zidane sonríe: “Buen corte, buen corte. Yo no me atrevería, pero él era El Fenómeno y hacía lo que le daba la gana”. Ronaldo no capituló: doble o nada. Y la prensa había dejado de hablar de sus molestias. Brasil le ganó a Turquía y luego, con Ronaldo y su visera intacta, a Alemania. Fue el máximo goleador del Mundial y marcó los dos goles de la final. Nunca un jugador mereció tanto semejante alegría.
A Sports Illustrated le contó hace un año el origen de su nombre: “El médico no cobró el parto porque mis padres no podían pagar, así que mi padre le llevó tres kilos de camarones que recogió en la playa y luego me pusieron el nombre del doctor”. Pero en Sao Cristovao, el campo humilde de Río de Janeiro en el que dio sus primeras patadas al balón, una pintada no recuerda el nombre del doctor, sino el del jugador que marcó una época: “Aqui nasceu O Fenómeno”.
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