Koke, un ejemplo de liderazgo
El jugador rojiblanco es un espejo para una generación que necesita referentes con buenos valores
Dicen que uno puede cambiar de trabajo o de ciudad, variar el círculo de amigos e incluso de pareja. Pero si algo permanece inalterable es la pasión por unos colores. El amor por un equipo de fútbol es algo innato, ligado al interior de la persona, imposible de suplir por ningún otro.
El fútbol tiene una presencia enorme en España. Ningún otro deporte tiene el impacto y la influencia que alcancen los 11 futbolistas sobre un terreno de juego, capaces de frenar ciudades enteras en días señalados. Desde la infancia, formando...
Dicen que uno puede cambiar de trabajo o de ciudad, variar el círculo de amigos e incluso de pareja. Pero si algo permanece inalterable es la pasión por unos colores. El amor por un equipo de fútbol es algo innato, ligado al interior de la persona, imposible de suplir por ningún otro.
El fútbol tiene una presencia enorme en España. Ningún otro deporte tiene el impacto y la influencia que alcancen los 11 futbolistas sobre un terreno de juego, capaces de frenar ciudades enteras en días señalados. Desde la infancia, formando gran parte de esos primeros recuerdos, ocupa un lugar en la vida de los más pequeños.
Una de las primeras elecciones en la vida viene ligada a este juego. Esos sentimientos de apoyo inconsciente a una camiseta, tantas ilusiones que irán detrás de unos colores que siempre serán propios. Normalmente, se elige el equipo de la ciudad, por ese sentimiento de comunidad que termina generando el fútbol.
Cuando animamos unos colores formamos parte de algo. Nos mueve una causa común y todos remamos hacia el mismo objetivo. Soñar con ser el motor de esa pasión está en el corazón de todos. Es la posibilidad de hacer felices a muchos ciudadanos. Llegar a conseguirlo es algo reservado a los más tenaces, aquellos que ponen su vida al servicio del deporte.
Uno de esos niños que soñaba con ser futbolista era Jorge Resurrección Merodio, conocido deportivamente como ‘Koke’. Vestido de rojiblanco desde pequeño, formado en las categorías inferiores del club, ha pasado por todos los estamentos del Atlético de Madrid. Desde que debutase a los 16 años en el filial hasta el debut con el primer equipo en el Camp Nou ante el FC Barcelona.
Su ejemplo es el de un deportista íntegro. Siempre fiel a sus colores y sentimientos, ha demostrado año tras año un corazón enorme por continuar en el club que ama. Con el nivel que ha demostrado, atrayendo el interés de otros clubes, nunca ha tomado la decisión de marcharse del equipo que adoró desde la infancia.
Tras recorrer un largo camino, se ha convertido en una auténtica leyenda del club. Es el capitán, ha levantado títulos tanto nacionales como europeos, siendo una pieza clave en el desarrollo moderno del equipo. Desde hace unos días, se ha convertido en el jugador con más partidos jugados en toda la historia del Atlético de Madrid.
Su mérito va más allá de lo logrado en el campo. Es una figura admirada por los jóvenes, un espejo para una generación que necesita referentes con buenos valores. Quizá no sea uno de los jugadores más mediáticos de La Liga, algo que engrandece su mérito. Es un ejemplo de liderazgo ante los compañeros, de respeto ante la prensa y cercanía con la afición.
No es casualidad que se haya convertido en una leyenda del club, un baluarte de imagen en estos últimos años. Ha encarnado una humildad total, siendo un apoyo permanente para sus compañeros en un equipo acostumbrado a reinventarse año tras año. Es de esos deportistas que todo entrenador quisiera tener en su equipo, con una entrega al 100% cada vez que salta al campo.
Sus números quedan ya en la historia del fútbol español. Su figura permanecerá ligada a la memoria de varias generaciones de aficionados, que tardarán en olvidar una entrega extrema en el campo. Con su presencia garantizada en el Atlético de Madrid hasta 2024, estoy segura de que seguirá batiendo récords. Sobre todo, dando un ejemplo valioso para todos los seguidores.
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