El ciclismo de la nueva época se cita en el Mundial de Wollongong
España participa en la caza del arcoíris confiando en una aventura solitaria de Marc Soler o en el final de Cortina en una carrera de 267 kilómetros en la que se espera a Van Aert, Evenepoel, Pogacar, Girmay, Van der Poel, Alaphilippe…
De Wollongong llegan a Europa historias de urracas avariciosas que atacan el brillo engañoso de los cascos de los ciclistas empeñados en la costa pacífica de Australia, las olas de surf al sur de Sidney, en la caza del arcoíris. En Wollongong y sus playas y sus parques se habla de los chubascos y las nubes que ha traído su primavera y de los belgas prodigiosos y enemigos, de Wout van Aert, el ciclista más admirado en el Tour, y de ...
De Wollongong llegan a Europa historias de urracas avariciosas que atacan el brillo engañoso de los cascos de los ciclistas empeñados en la costa pacífica de Australia, las olas de surf al sur de Sidney, en la caza del arcoíris. En Wollongong y sus playas y sus parques se habla de los chubascos y las nubes que ha traído su primavera y de los belgas prodigiosos y enemigos, de Wout van Aert, el ciclista más admirado en el Tour, y de Remco Evenepoel, emperador de la Vuelta y de Lieja, y todos los demás, todos los ciclistas, salvo Jonas Vingegaard, que han llenado el año con sus nombres --Tadej Pogacar, el fenómeno del Tour y de las Strade Bianche; Mathieu van der Poel, imbatible en el Koppenberg y Flandes; Biniam Girmay, el eritreo que peleó con Van der Poel en el Giro, y le pudo, antes de que un tapón de prosecco le dejara KO en una celebración de victoria; Julian Alaphilippe, el arcoíris de los dos últimos años, el rey de las caídas, Strade, Lieja, Vuelta, en el 22, y muchos franceses—persiguen, esperando su bronca y la efusión de su espíritu. Ellos hablan de otro espíritu, el espíritu de equipo, más fuerte que su ombligo, proclaman, y todos observan e ironizan, pero quién dice que se llevan mal, si les he visto tomar café juntos…
Es el Mundial. La carrera que oficializará quién de entre tantos será considerado el mejor del año, si alguno. Son 266,9 kilómetros, seis horas y media, de 2.15 de la mañana del domingo hasta el amanecer, hasta las 8.45, más o menos (TDP y Eurosport), ocho horas más en Australia, Helensburgh y Monte Keira en los primeros 62 kilómetros, y los 205 restantes divididos en 12 vueltas a un circuito de 17,1 kilómetros, toboganes, autopistas y un repecho que asusta, el Monte Pleasant (1.100 metros al 7,7%, con un paso al 19% según los Garmin de los corredores), plantado en la mitad.
En Portugal hablan del futuro, del asombroso António Morgado, 18 años, bigote y perilla, alumno de Nelson Oliveira y João Almeida, que queda segundo bajo la lluvia en la carrera júnior después de haber mantenido durante 18 kilómetros una ventaja de pocos segundos, y solo le alcanzó el alemán que le ganó, Emil Herzog., y en el equipo español no se habla de quiénes más se ha hablado en los meses pasado, no de habla de los fenómenos Juan Ayuso y Carlos Rodríguez, ausentes porque ellos y sus equipos piensan más en otras carreras, como Lombardía, ni se habla de Alejandro Valverde, el mejor español la última década, cuyos planes de retirada, y los de su Movistar, no pasan por Australia. Pascual Momparler, el seleccionador, habla, en cambio, de Marc Soler, el catalán del UAE, que, dice, está que se sale, y su ánimo en las nubes después de haber descubierto que su alma se multiplica en sus escapadas solitarias. “Y su estilo, su forma, tiene mucho que decir en un circuito como este, en el que no es solo el repecho, y las 12 veces que se pasa, lo que le hace duro, sino el látigo permanente, con tantas curvas y toboganes”, analiza Momparler, por teléfono desde Wollongong. “Y, mira, el kazajo Fedorov ha ganado la carrera sub23 corriendo como Marc Soler lo hizo para ganar la etapa de Bilbao en la Vuelta. Claro que en profesionales, con equipos de ocho y no de cinco como en sub23, no será tan practicable la táctica, pero tenemos a Iván García Cortina, que si pasa el repecho puede decir algo al final… Y, por si fuera poco, Soler es amigo de Pogacar, y hasta le puede chivar el esloveno dónde va a atacar, y será importante, porque cuando ataque Pogacar, o Evenepoel, habrá que estar atentos, porque esos no esperan a nadie…”
Ellos no esperan y la afición les espera, y hará sol y calor, anuncian los meteorólogos, y la afición recuerda que Evenepoel, su estilo, su necesidad de atacar de lejos, como en Lieja, como en San Sebastián, para ganar, le fastidió a Van Aert el pasado Mundial, el que debía de haber sido el de la apoteosis belga a la sombra de su Universidad de Lovaina, y se convirtió en su llanto y su crujir de dientes, y en la alegría de Alaphilippe, quien se fue solo. Pero la afición sabe que no será fácil que se repita el escenario, que Van Aert, ya se vio en el Tour, sabe ganar al sprint y sabe ganar atacando solo y lejano, como también saben hacerlo Van der Poel, en las dos situaciones, y también Pogacar, cerca, lejos, Blas y Epi, como demostró hace nada derrotando al mismo Van Aert, maillot verde del Tour, en el sprint del GP de Montreal, y como también todos los campeones de la nueva época del ciclismo, hiperactivos, impacientes, valientes y atrevidos, que llenan de optimismo a quienes aman el ciclismo, e iluminan los ojos de las urracas.
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