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El Montañista
Coordinado por Óscar Gogorza

La historia del alpinismo se cae a pedazos

El derrumbe del refugio de la Fourche, bajo la vertiente de la Brenva del Mont Blanc, borra el escenario de partida de la gran tragedia del Frêney

De izquierda a derecha, Mazeaud, Guillaume, Veille y Kohlmann, el 8 de julio de 1961 en el refugio de La Fourche.

Sabíamos que las estaciones del año modifican la estética de las montañas, alteran las condiciones para acercarse a ellas, que el espectáculo de las cimas contemplado desde la lejanía parece una imagen estática aunque en las distancias cortas se aprecie un mundo en movimiento y evolución. No contábamos con la evidencia trágica de este verano de canícula que ha alterado para siempre la historia de los escenarios alpinos.

Hasta la fecha, hombres y m...

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Sabíamos que las estaciones del año modifican la estética de las montañas, alteran las condiciones para acercarse a ellas, que el espectáculo de las cimas contemplado desde la lejanía parece una imagen estática aunque en las distancias cortas se aprecie un mundo en movimiento y evolución. No contábamos con la evidencia trágica de este verano de canícula que ha alterado para siempre la historia de los escenarios alpinos.

Hasta la fecha, hombres y mujeres subían y bajaban, cima arriba cima bajo, figuras efímeras a la caza de no se sabe qué en un marco en apariencia resguardado del uso humano. Esto ya no es así: los Alpes, donde nació la idea del alpinismo, se caen a pedazos borrando rutas de roca, senderos de hielo, itinerarios y también refugios. Por ejemplo, tres lugares míticos asociados al alpinista más grande que ha habido, Walter Bonatti, ya no existen: el pilar suroeste del Dru, el refugio de la Charpoua desde el que partió en 1955 para trazar un descomunal itinerario en solitario hasta su cima, y, por último, el Vivac de la Fourche.

Hubo muchos avisos de lo que se avecinaba, pero ninguno cargado de tanto simbolismo como el espantoso derrumbe del orgulloso y sugerente pilar suroeste del Dru, llamado también Pilar Bonatti, ocurrido en 2005. De pronto, la ruta en la que el guía italiano pasó cinco noches sin saber si sería capaz de alcanzar la cima, había dejado de existir, dejando apenas una enorme cortina de humo y 260.000 metros cúbicos de roca desparramados por doquier.

Los más líricos quisieron ver una suerte de suicidio, un pilar que se negó a ver el desastre que vemos hoy en día a su alrededor. El refugio de la Charpoua empezaba también a amenazar con su ruina y este mismo verano se ha desmontado de forma reverente para iniciar las obras de su reconstrucción. Bonatti escribió que tras salir del refugio, cerró su puerta de madera de golpe para no ceder a la tentación de entrar de nuevo, recoger sus pertenencias y huir sin enfrentarse al Dru.

Este verano que ha visto descomunales aludes de roca en la vía normal del Mont Blanc, caerse a trozos la arista Lyon del Cervino, desprendimientos enormes de roca en la Tour Ronde o en la arista de Cosmiques e incontables desastres similares en tantas paredes, ha sufrido otra pérdida simbólica: el refugio de la Fourche. Colgado en una arista, la diminuta casona reposa ahora destrozada trescientos metros más abajo, en el glaciar, culpa del derrumbe de toda la plataforma que lo sustentaba.

De forma indirecta, este refugio incrustado en el arranque de la arista Kuffner al Mont Maudit (y también lugar de partida para la vertiente de la Brenva del Mont Blanc), quedó asociado para siempre a Walter Bonatti tras la conocida como gran tragedia del Pilar Central del Frêney. Ubicada a 3.675 metros, en la frontera entre Francia e Italia, fue construida en 1935 y reformada integralmente 50 años después, pero este lugar siempre quedará asociado a una imagen: la instantánea en la que aparecen sonrientes, felices y despreocupados Pierre Mazeaud, Robert Guillaume, Antoine Veille y Pierre Kohlmann el 8 de julio de 1961. Días después, todos, salvo Pierre Mazeaud, habían muerto.

El refugio de La Fourche antes de su derrumbe.

El 9 de julio, el Vivac de la Fourche se llena a rebosar cuando aparecen Walter Bonatti y sus amigos Andrea Oggioni y Roberto Gallieni. Situación embarazosa: los siete desean escalar el Pilar Central del Frêney, un enorme bastión de roca con 60 metros finales de aspecto invencible. Es el último gran problema alpino, la forma más salvaje de alcanzar el Mont Blanc (4.808 metros). Bonatti pide a los franceses salir primero. Ni en sueños, le responden.

Así, deciden aliarse, ayudarse y formar una sola cordada porque Bonatti no entiende de competiciones en la montaña pero sí de solidaridad. Tras pasar una noche en la pared, alcanzan el emplazamiento de su segundo vivac, pero entonces llega la tormenta, no una pasajera, sino un verdadero fenómeno meteorológico que barre media Francia durante días. Esa misma tarde, un rayo alcanza a Kohlmann a través de su audífono. Está vivo, pero ido. El 14 de julio, cinco días después de iniciar su aventura, en mitad de una feroz ventisca de nieve, pierden la esperanza de salir por arriba. Bonatti, que ya sabe lo que es sobrevivir cuando la montaña es una trituradora, organiza la retirada, que se convierte en una carnicería.

El italiano tira de sus compañeros, monta los rápeles, les obliga a pelear pese al peligro, las congelaciones, la sed y el hambre. Antoine Veille, el más joven con apenas 22 años, muere al amanecer del 15 de julio, agotado. Robert Guillaume, también, apenas unas horas después. Kohlmann sigue vivo, pero cuando empieza a delirar y ataca a Gallieni, Bonatti y él no tienen más remedio que dejarlo en la nieve y salir despavoridos en busca de una ayuda que encuentran en el refugio Gamba. Pero los rescatadores solo recogerán con vida a Mazeaud: Oggioni, el gran amigo de Bonatti, un hermano casi, se ha dormido sobre su hombro y no despertará. Kohlmann estaba muerto cuando le impactó el rayo, pero el certificado de defunción le llegó cinco días después.

La tragedia fue seguida de forma masiva y sensacionalista por los medios franceses e italianos: de pronto, hacía falta un culpable. No bastaba con llorar a los muertos. Y a Bonatti, el hombre que se salvó y gracias a él, Gallieni y Mazeaud, se le reprochó seguir con vida. La familia de Oggioni le prohibió acudir a su funeral y entierro. Cuatro años después, apenas con 35 años, Bonatti diría adiós al alpinismo, tan enamorado de las montañas como asqueado por la condición humana.

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