El rugby argentino, de presa a depredador
La selección lidera por primera vez el Rugby Championship, el gran torneo del hemisferio sur, gracias a su juego vistoso y su garra
En el rugby internacional no hay revoluciones: los asaltos se cocinan a fuego lento. Argentina hizo méritos para convertirse en el cuarto comensal del hemisferio sur y convirtió en 2012 el Tres Naciones (Sudáfrica, Nueva Zelanda y Australia, que suman ocho de los nueve Mundiales disputados) en el Rugby Championship. Mientras Italia sufre para reivindicar su lugar en el Seis Naciones 22 años después de su llegada, los argentinos, terceros en el Mundial de 2007 y cuartos en 2015, siguen subiendo escalones. Una d...
En el rugby internacional no hay revoluciones: los asaltos se cocinan a fuego lento. Argentina hizo méritos para convertirse en el cuarto comensal del hemisferio sur y convirtió en 2012 el Tres Naciones (Sudáfrica, Nueva Zelanda y Australia, que suman ocho de los nueve Mundiales disputados) en el Rugby Championship. Mientras Italia sufre para reivindicar su lugar en el Seis Naciones 22 años después de su llegada, los argentinos, terceros en el Mundial de 2007 y cuartos en 2015, siguen subiendo escalones. Una década después, lideran el torneo en su ecuador tras el primer triunfo de su historia en suelo kiwi. Aquella noche, un lema premonitorio apareció escrito en la pizarra de su vestuario: “Recuerden este día muchachos. Va a ser de ustedes toda la vida”.
El rugby argentino ha demostrado destellos en los últimos años –en 2020 lograron la primera victoria de su historia ante los All Blacks–, pero no pudo edificar sobre los cimientos de la vieja guardia. Mario Ledesma, una de las grandes personalidades del país, no estuvo a la altura de sus expectativas como seleccionador nacional. Su órdago de “salir campeones” en el Mundial de 2019 terminó con su eliminación en primera fase. El técnico se ganó un prestigio internacional como arquitecto de las melés de Australia, subcampeona en 2015. Planteó una filosofía rocosa, centrada en el empuje de su delantera y con las florituras justas. El aislamiento internacional por la pandemia tampoco ayudó a un país con una competición doméstica modesta.
El jefe de Ledesma en aquella selección australiana, Michael Cheika, llegó a Argentina como su asistente y promocionó al cargo de seleccionador. Este australiano, descendiente de libaneses, ha ganado las principales competiciones por clubes de cada hemisferio: la Copa de Europa y el Super Rugby. Es un retador, un entrenador emocional que exprime como pocos la psique. Y que no rehúye una buena pugna en rueda de prensa. Su personalidad ha caído de pie en el vestuario.
Llegó en mayo y planteó un juego más abierto, más rápido, con más riesgo. Libertad para los tres cuartos en un país en el que nunca han faltado hombres rápidos, habilidad en las manos, un buen handling. El rugby llegó a Argentina a finales del siglo XIX de la mano de los ingleses, pero su escuela es más afrancesada: menos músculo, menos orden y más virtuosismo. No tuvo un comienzo fácil en las series de tres partidos contra Escocia que los Pumas, que jugaban en casa, ganaron sufriendo en el último partido. Empezaron el Rugby Championship con dos partidos en casa ante Australia. En el primer fueron de más a menos y acabaron claudicando (26-41) en Mendoza. Pero la semana siguiente, en San Juan, llegó la tormenta: arrollaron con siete ensayos a los Wallabies por 48-17, la victoria más holgada que conseguían ante una selección que había ganado 28 de los 38 encuentros disputados entre ambos.
Y llegó el viaje a Nueva Zelanda. Ambas selecciones jugaron por primera vez en 1979 y, para contextualizar el hito de vencer en suelo kiwi, los All Blacks han ganado 31 de los 34 partidos disputados, con un empate y las dos victorias argentinas. No hay que irse muy lejos para la última paliza neozelandesa: un 39-0 en 2021. El hace no tanto gran tirano del rugby vive una vulnerabilidad desconocida y llegaba de perder tres de sus últimos cuatro partidos antes de ganar en Sudáfrica. Con todo, Christchurch es una fortaleza y Argentina dio su versión más solvente. La defensa fue inmaculada, con 195 placajes, un dato desorbitado, reduciendo al mejor ataque del mundo a tres puntos en la segunda mitad. Y con disciplina, pues un guerrillero como el delantero Tomás Lavanini terminó el duelo sin una sola falta. Emiliano Boffelli estuvo infalible en las patadas a palos y anotó 20 de los 25 puntos de su equipo. Y Juan Martín González, un talento lleno de descaro nacido en el año 2000, puso la guinda con el ensayo que volteó el encuentro.
Las dos victorias argentinas han coincidido con la representación completa de su himno en los dos últimos partidos. En tiempos de inestabilidad nacional, el rugby ha doblado sus apoyos y ya están todas las entradas vendidas para recibir a Sudáfrica en Buenos Aires el 17 de septiembre. Los Pumas lideran el torneo con 9 puntos, los mismos que Australia, pero con mejor average. Con un punto más, ya sumarían su mejor resultado en las 10 ediciones de Rugby Championship. Este sábado repiten en Nueva Zelanda, esta vez en Hamilton, ante unos kiwis heridos. Su calendario lo completa una visita en la última jornada a Durban, quizás con el título en juego.
El talento del rugby argentino parte del trabajo de más de 600 clubes. La impronta ofensiva es tendencia en la competición local, con la mayoría de los 13 equipos de la máxima categoría implicados en la filosofía. Hasta el rugby tucumano, el más aguerrido, se empapa del estilo de la selección nacional. El rugby argentino creó una franquicia para competir en el Super Rugby y restringió el concurso en los Pumas a aquellos que jugasen en el país. Para competir con los grandes tenían que jugar juntos, esa era la idea, la limitación. La flexibilidad de criterios –vuelven a seleccionar jugadores que compiten fuera del país– ha devuelto la lógica del emigrante. Argentina ya no se siente menos que nadie. No lamenta sus carencias, sino que esgrime sus virtudes. Sus garras. Los Pumas son un depredador del rugby.
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