La Vuelta, otra vez parte del paisaje del País Vasco
Desde su regreso en 2011 tras 33 años de ausencia, la carrera ha recalado en siete ocasiones en Euskadi
La Vuelta lo es menos sin el País Vasco, así que durante décadas, a la carrera le faltó parte de su esencia. Se quedó suspendida, en los convulsos años setenta, de las sogas que sujetaban los maderos que un grupo de manifestantes soltaron al paso de la prueba el 14 de mayo de 1978 en Durango. Los organizadores metieron en los coches a los ciclistas, los llevaron hasta Zarautz, a las puertas de San Sebastián y allí improvisaron el último final de etapa, que ganó Txomin Perurena. Fue la última vez durante mucho tiempo, que a los aficionados vascos al ciclismo se les hizo demasiado largo.
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La Vuelta lo es menos sin el País Vasco, así que durante décadas, a la carrera le faltó parte de su esencia. Se quedó suspendida, en los convulsos años setenta, de las sogas que sujetaban los maderos que un grupo de manifestantes soltaron al paso de la prueba el 14 de mayo de 1978 en Durango. Los organizadores metieron en los coches a los ciclistas, los llevaron hasta Zarautz, a las puertas de San Sebastián y allí improvisaron el último final de etapa, que ganó Txomin Perurena. Fue la última vez durante mucho tiempo, que a los aficionados vascos al ciclismo se les hizo demasiado largo.
Y es que hasta ese día, aquella Vuelta de la primavera, había sido parte del paisaje desde su creación. Un vizcaíno, Paquillo Cepeda, que después se convertiría en el primer muerto en la historia del Tour, fue una de las personas que asesoró para la confección del recorrido de la primera vez, en 1935, que, por supuesto, recaló en Bilbao y San Sebastián, como lo hicieron las 33 ediciones siguientes, que además, con la entrada del periódico bilbaíno El Correo, como organizador, se clausuró trece veces en la capital vizcaína y otras seis en la guipuzcoana. En cuatro oportunidades, Bilbao fue punto de comienzo de la carrera, y San Sebastián acogió una salida. El ciclismo siempre tenía una cita en mayo con el País Vasco hasta que las algaradas primero y la amenaza del terrorismo después, convirtieron el sueño en pesadilla.
Fueron también 33 los años sin Vuelta. El Correo decidió deshacerse de un evento que empezaba a convertirse en una cuestión de orden público. Apareció Enrique Franco, que consiguió aquí y allá 55 millones de pesetas, compró para Unipublic un camión con vallas y media docena de pancartas a los organizadores del Gran Premio de Aretxabaleta, puso en marcha la edición de 1979 y se olvidó del País Vasco porque no tenía otro remedio. Las presiones políticas y la realidad del terrorismo distanciaron la carrera de uno de sus lugares emblemáticos. “Cuando se den las condiciones”, era la respuesta recurrente cada vez que se cuestionaba sobre la posibilidad del regreso.
Dos años antes de la deserción de la Vuelta, el Tour apareció por primera vez en el País Vasco. José Nazabal, del equipo Kas, ganó en las puertas de la fábrica de su patrocinador en Vitoria; después, cuando la Vuelta seguía sin aparecer, la carrera francesa partió de San Sebastián. Fue en 1992, el segundo año de la era Indurain, y el de los Juegos Olímpicos de Barcelona. Los organizadores tuvieron que negociar con los radicales de la izquierda abertzale para que la carrera transcurriera en paz.
Y por fin en 2011 se dieron las condiciones que demandaban los organizadores. Un mes y dos días después de que la carrera se presentara en Bilbao, ETA anunció que dejaba las armas, aunque llevaba tiempo ya sin actividad. En vísperas del 9 de septiembre, las opiniones sobre el regreso se solapaban. Los agoreros hablaban de fracaso; muchos temían incidentes que diluyeran un posible éxito, pero cuando la etapa que salió de Noja, en Cantabria, atravesó el límite de la provincia de Bizkaia por el puerto de Las Muñecas, las previsiones se quedaron cortas. El puerto de el Vivero, de segunda categoría, donde el asturiano José Enrique Cima ganó la última vez que la carrera pasó por allí, fue un nuevo Alpe d´Huez, o el Tourmalet, desbordado por el gentío. La Gran Vía de Bilbao se transformó en los Campos Elíseos de París. Además ganó un vasco, Igor Antón, enrolado en el Euskaltel. “Siento una gran emoción por haber vivido una experiencia inolvidable. Un día como éste que hemos disfrutado en Bilbao no se me va a olvidar nunca”, confesaba Javier Guillén, el director de la Vuelta, impulsor del regreso después de decenas de conversaciones con las autoridades vascas. “Por supuesto que me gustaría que la Vuelta siguiera vinculada a esta ciudad y a todo el País Vasco. Tenemos que intentar estar siempre aquí. Ha sido una fiesta increíble, un día fantástico. Creo que después de 33 años ha merecido la pena venir aquí. Sabía que iba a ser así”.
Fue el primer paso hacia la normalización. Desde entonces, la Vuelta ha pasado por Euskadi en siete ediciones más; otra vez es algo habitual. Salió de Barakaldo, de Getxo, de Vitoria o de Bilbao. Llegó al mítico puerto de Arrate, al monte Oiz o la capital vizcaína en dos ocasiones más. Después de la gira por los Países Bajos, la carrera regresa a España desde Vitoria, en una cuarta jornada que recalará en Laguardia, en medio de las viñas de la Rioja Alavesa. Luego se acercará a la frontera de Irun, como un guiño al Tour de 2023 que parte desde Bilbao y volverá al hexágono francés por allí mismo. La quinta etapa acaba otra vez en Bilbao, y de allí sale la sexta que culmina en el Pico Jano, en Cantabria, a 1.446 metros de altura.
En una década, desde el regreso en 2011, la Vuelta a España es parte del paisaje del País Vasco. Aunque ya no se corra en Primavera.
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