Edurne Pasabán: “Me enfrentaba a la muerte en el Himalaya, pero no podía ser feliz”
La alpinista, primera mujer en subir los 14 ochomiles, habla de su depresión e intentos de suicidio y de la importancia de cuidar la salud mental
Hubo cimas más altas en la vida de Edurne Pasabán (Tolosa, Gipuzkoa; 48 años) que los 14 ochomiles que subió, la primera mujer en coronarlos. Después de superar una depresión que la llevó al intento de suicidio, la alpinista disfruta hoy de su hijo Max, de cinco años, y comparte su experiencia sobre el deporte de élite y la salud mental.
Pregunta. ¿Quién es hoy Edurne Pasabán?
Respuesta. Una chica que luchó por su pasión, escalar montañas, y que logró que su pasión fuera su propósito de vida. ...
Hubo cimas más altas en la vida de Edurne Pasabán (Tolosa, Gipuzkoa; 48 años) que los 14 ochomiles que subió, la primera mujer en coronarlos. Después de superar una depresión que la llevó al intento de suicidio, la alpinista disfruta hoy de su hijo Max, de cinco años, y comparte su experiencia sobre el deporte de élite y la salud mental.
Pregunta. ¿Quién es hoy Edurne Pasabán?
Respuesta. Una chica que luchó por su pasión, escalar montañas, y que logró que su pasión fuera su propósito de vida. Hoy no subo ochomiles, pero la montaña sigue en mí. Lo que aprendí lo enseño a los demás.
P. ¿En qué le ha cambiado ser madre?
R. Tengo mucho más miedo. Yo he vivido muchas cosas y muy al extremo. Antes no pensaba si podía pasarme algo y ahora sí. Me encantaría ir al Himalaya dos meses al año, pero estoy en otra etapa de la vida.
P. ¿Le gustaría que su hijo fuera alpinista?
R. Egoístamente, no. Conozco el riesgo de lo que he hecho y no quiero sufrir sabiendo que mi hijo está ahí. Mis padres no conocían el volumen de lo que hacíamos nosotros, y nos dejaban ir. Pero yo lo sé y no quiero sufrir. Aunque si él quiere, le apoyaré.
P. ¿De qué está más orgullosa en su carrera?
R. De conseguir vivir de esto. Era un deporte minoritario. Dimos más visibilidad a cuatro pardillos que iban al monte.
P. ¿Ser la primera mujer con los 14 fue un deseo, un reto, un negocio…?
R. Hubo etapas. Al principio yo era una chavala de 24 años que tiene un sueño, los Himalayas. Era una historia de aventura, de amor. Luego empieza al Al filo de lo imposible, en TVE, y nos profesionalizamos. Hasta entonces me buscaba la vida para buscar dinero y viajar, sin ninguna ayuda, vendiendo camisetas y boletos de Navidad, algo que me daba la diputación del pueblo por hacer el Everest… Luego llegó un punto en que dije que eso no era un juego. O echaba para delante o para atrás. Me estaba haciendo adulta. En 2007 se crea el proyecto de los 14 ochomiles. Tenía que vender que iba a ser la primera mujer en subirlos, o no conseguía patrocinadores. Ya había más presión. La responsabilidad en la mochila fue cargándose. Empezó una competición con una italiana, una austriaca y una coreana que tenía unos recursos muy grandes. Mi expedición gastaba 130.000 euros y la suya al Annapurna costó cinco millones, con satélite, la tele en directo… Yo tenía la misma ilusión que al principio. El jamón envasado al vacío que me ponía mi madre era el mismo.
P. ¿Pagó algún peaje?
R. Yo me empiezo a ganar la vida con esto a los 35 años, cuando un deportista en otra disciplina a esa edad ya se ha retirado. Cuando me hago profesional, es un momento difícil para una mujer, porque a los 31 o 32 la sociedad nos hace sentir que te tienes que buscar una pareja y crear una familia. Yo, en cambio, me pasaba siete meses en el Himalaya jugándome la vida. Y no solo eso, sino que mis compañeros varones sí lo podían hacer. Ellos tenían la foto de sus hijos en el campo base. A mí eso me pesaba.
P. ¿Ahí nace su depresión?
R. Sí, fue en 2006. Todo se detona porque me deja una pareja. Y tiene que ver con compaginar una cosa que me apasiona con otra que deseaba. Caigo en un agujero y culpo a la montaña. Me decían: “Cuánto vas a la montaña, cómo vas a tener a alguien que te aguante…”. No fue que la montaña me agobiara o la presión de acabar los 14. Ese año es el único que no subo a un ochomil, mi batería se agota, desconecto. Tuve mucha ayuda en la familia y en mi gente de los ochomiles. Ellos sabían que me tenían que convencer para volver.
P. Usted hacía algo que sería un sueño para muchos…
R. Sí, pero cuando una persona cae en una depresión, aunque te digan que lo tienes todo, en ese agujero no ves nada. En 2007 me organizaron una expedición al Broad Peak, hicimos cumbre y fue muy bonita. Mis referentes han sido mis amigas de clase, de toda la vida, con las que hablaba de sus maridos, sus hijos… iba a una cena y solo se hablaba de eso. En aquel campo base me acompañaron algunas. Fue brutal. Todavía me saltan las lágrimas. Me dijeron: “Déjate de chorradas, vete ahí arriba”. Y cambié el chip.
P. ¿Cómo llega al punto de querer quitarse la vida dos veces?
R. Fueron momentos muy duros. El lunes cumplo 49 años. Me parece una brutalidad. El tiempo pasa superrápido y no quiero cumplir años. Tengo tantas cosas que quiero hacer que no me da tiempo. Me hago mayor, no puedo hacer las cosas como antes y me jode. Literalmente, me jode hacerme mayor. Pensando en esto hace unos días, volví a ese 2006 y me dije: ¿Cómo he intentado quitarme la vida diciendo que esto es una mierda, que no me merece la pena vivir? Gracias que aquello no ocurrió. Soy de las personas afortunadas para las que querer quitarme la vida no funcionó, o no fui lo suficientemente valiente. Qué suerte.
P. ¿Deseaba su muerte o acabar con el dolor?
R. Terminar con el dolor. Es tan grande que quieres quitártelo y es la única forma. Si te duele la pierna, tomas un ibuprofeno. Ese dolor del alma, dentro de ti, es muy difícil de quitar y la pelota se va haciendo más grande.
P. Llegó a buscar en internet cómo hacerlo. ¿No le asusta ahora eso?
R. Me asusta la gente, la situación que están viviendo muchas personas hoy, pasando por lo mismo que yo pasé. A mí no me asusto yo ahora mismo. La gente que hemos pasado una enfermedad mental podemos volver a tener lo mismo, pero me conozco mucho más y sé que cuando el semáforo pasa de verde a ámbar, tengo más conocimiento de mí misma y estoy más tranquila. Y esto ya me ha pasado. No voy a decir que en estos 10 últimos años no he tenido que volver a tener antidepresivos. Cuando tengo esa ansiedad o esa angustia, me lo controlo más. Aquello de intentar quitarme la vida ahora no me da miedo, pero sí todo lo que veo fuera.
P. ¿Su punto más bajo?
R. Ingresar en un hospital psiquiátrico. La depresión sigue siendo un tabú. Si me detectan un tumor, voy hoy mismo a tratarme. Pero cuando tienes una enfermedad mental y has de dar ese paso es superduro. Tu familia, tu entorno, tú, la sociedad, no lo acepta. Cuando me ingresan, mi hermano le hace parar el coche a mi padre diciendo que cómo me iban a dejar ahí dentro. Y mi madre dejó de ir a tomar café por las mañanas con las amigas para no dar explicaciones. Si yo hubiera tenido un cáncer y hubiera estado en quimioterapia, no hubiera hecho lo mismo.
P. ¿Usted podía enfrentarse a un ochomil pero no a la vida real?
R. Eso es. Todo el mundo me lo decía. Me enfrentaba a la muerte cada día en el Himalaya, había perdido a muchísimos amigos, íbamos cinco a una expedición y volvíamos cuatro, pero no podía estructurar mi vida y ser feliz. Podía ver morir a un amigo en el monte, pero no podía superar que me hubiera dejado un tío, que me dijera mi abuela que se me iba a pasar el arroz…
P. ¿El deportista ha de ser invencible?
R. Eso es, y no es así. No somos invencibles, somos reales.
P. ¿Qué mensaje quiere transmitir?
R. Pide ayuda. Ese es el gran problema de nuestros jóvenes, que no piden ayuda. Por miedo al rechazo, al no.
P. ¿Cuál es su decimoquinto ochomil?
R. El más difícil y el más importante de todos, mi hijo Max. Los otros los puedo olvidar, pero este está presente cada día. Lo que hace hoy feliz a Edurne Pasabán no son los 14 ochomiles que subió, sino Max.
En helicóptero del spa de un hotel al Everest
Las colas en el Everest y el K2 espantan a Edurne Pasabán, símbolo de una época en que en la montaña podía encontrarse la soledad. “Hoy es un negocio. Cuando veo esos atascos pienso lo afortunada que soy de haber vivido otro tiempo. No había nadie, solo una pared a la que poníamos 5.000 metros de cuerda. Hoy esas 145 personas que suben en un día al K2 están todos locos”.
Pasabán opina sobre este alpinismo de récords y masificación: “No es la cantidad, sino la calidad, la ética. Hemos visto subir los 14 ochomiles en seis meses pero en esa película no se ve que encadenar Lhotse, Everest y Makalu es inviable si no usas un helicóptero, oxígeno y cuerda hasta arriba. A mí llegar al campo base me llevaba 10 días caminando. Ahora estás en el campo 2 del Everest, a 6.500 metros, un helicóptero te lleva al mejor hotel de cinco estrellas de Katmandú, estás en el spa por la tarde y cuando descansas cuatro días te devuelve al campo 2. Yo recuerdo estar cuatro días con una chica con la cadera rota, encima de una mesa, esperando ayuda”.
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